lunes, 28 de diciembre de 2020

EN EL RÍO GUADALQUIVIR

                                                  Colaboración de Paco Pérez

EL DÍA INTERMINABLE

Este relato no hubiera visto la luz si el “Gran Serafín” no hubiera viajado al recuerdo en una de nuestras largas conversaciones telefónicas.
En la década de los sesenta, este río ofrecía a los villargordeños la oportunidad de vivir un día inolvidable en su entorno al pasar a dos kilómetros del pueblo pero con el paso de los años se ha perdido esa costumbre porque en muchas casas hay piscina, todos tienen coche y en dos horas de viaje pueden bañarse en una playa de la costa granadina, porque el río no tiene el caudal de entonces y la salubridad necesaria y, sobre todo, porque nos hemos vuelto muy delicados y ya no está de moda.
Hablando por teléfono recordamos vivencias de nuestra juventud, todas impregnadas de una buena dosis de humor, y en una de ellas recordó que una noche del mes de julio coincidió en “El Paseo” con Antonio López ChicaEl Niño Bendi”, pasearon un rato y después se acomodaron en la terraza de uno de los bares que lo circundan para tomar unas cervezas. Durante la velada hablaron del calor que estaba haciendo y uno de ellos propuso ir un día al río para mitigar sus efectos, el día acordado se juntaron por la mañana para hacer las compras y al concluirlas se montaron en el coche de Antonio y se fueron a “Carchenilla”.
Pasaron un día maravilloso pues se bañaron, cocinaron, comieron y bebieron con moderación y, hasta se regalaron un rato de siesta a la sombra de unos álamos ancianos. Cuando dieron por concluida la estancia en el paraje empezaron a recoger los útiles que habían llevado y mientras lo hacían hablaron de la proximidad de las fiestas de Santiago y entonces, por ese comentario, Antonio recordó que en Mengíbar ya habían comenzado la fiesta de la “Malena” y, de pronto, le propuso a Serafín:    
- ¿Qué te parece la idea de darnos una vuelta por la fiesta de Mengíbar y nos tomamos con los “nenes” unas cañas?
– Pues que me has convencido de inmediato con ese palique que tienes.
Se dirigieron al pueblo, aparcaron, recorrieron los lugares típicos del ferial, convivieron con los conocidos que Antonio tenía allí y cuando el reloj dejó muy atrás las doce decidieron abandonar la fiesta y regresar a Villargordo.
Antonio, como regresaban un poco pintones, optó por la prudencia y como conducía con poca velocidad divisó a lo lejos a dos peatones y comentó:
- Voy a jugar un poco con ellos, pues seguro que son paisanos, van para el pueblo y querrán que los montemos.
Los andarines, al ver las luces, se pararon y solicitaron con la mano que los subiéramos pero Antonio los pasó sin detenerse, un poco más adelante se paró y entonces ellos corrieron; cuando estaban cerca alejó el coche unos metros y ellos vocearon, escena que la repitió varias veces y por fin paró. Acoplados nos reímos mucho con la broma de Antonio y al llegar cerca del cortijo “La Vega”, conocido también como “Maquiz”, uno de ellos dijo:
- Para el coche y cogemos unas pocas cebollas para las viejas, verás que contentas se ponen.
Antonio obedeció y se bajaron ellos pero yo no lo hice y me preguntaron:
- ¿No quieres cebollas?
- ¡No, que lloran mucho los ojos con ellas! –les respondí.
La verdad era otra, se me había ocurrido hacerles una buena trastada en el mismo momento que hablaron de parar para coger las cebollas. Cuando se fueron al tajo yo me cambié al asiento del conductor, arranqué el coche y me los dejé allí. Aquello fue una diablura porque yo no había conducido nunca y, cuando paré, el coche estaba frente a la “Casilla el Cura”. Cuando llegaron yo me meaba de risa al verlos venir hechos unos petates viejos y dándome voces, me metí en el coche y ellos continuaron diciéndome diabluras.
Al llegar al pueblo dije:
- Antonio, paras en el cruce de carreteras y ahí me bajo.
Cuando quedaba poco para llegar él aceleró, pasó de largo y le pregunté:
- ¿No te has dado cuenta de que ahí me bajaba yo?
– Claro que me he dado cuenta pero ahora te vas a bajar donde yo pare… ¡En Granada!
Guardé silencio y tomó rumbo a Torrequebradilla, la pasamos de largo y al llegar al cruce con la carretera de Úbeda-Jaén cambió el rumbo y esa decisión nos llevó hasta Úbeda en vez de ir a Granada, llegamos cuando los primeros rayos del sol asomaban las orejas por los cerros próximos.
Aparcó, nos bajamos y dimos unas cuantas vueltas por el casco urbano mientras buscábamos una cafetería para desayunar. Lo que tomamos nos tranquilizó, la cordura se impuso, al acabar retornamos al coche, nos acomodamos, tomó la ruta que habíamos llevado y ahora ya íbamos hacia el pueblo con pocas ganas de hablar, por no decir ningunas.
Cuando más tranquilos estábamos, uno de los que recogimos dijo:
- Como es domingo y no vamos a ir a trabajar pues os propongo continuar la marcha juntos.
Entonces le dijo su compañero de juerga sorprendido:
- ¿No has tenido bastante?
– Lo que ocurre es que, como ya no vamos a dormir, pues nos acercamos a mi casa, le cojo a mi mama dos gallinas del corral y nos vamos al río con ellas.
Nos espabilamos hicimos de nuevo los preparativos y continuamos la marcha de nuevo… ¡Fue una loca e inolvidable la experiencia de juventud que tuvieron!

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