jueves, 27 de diciembre de 2012


LA TRADICIÓN EN LA NAVIDAD
DE NUESTRO PUEBLO
VILLARGORDO de JAÉN

Colaboración de Paco Pérez


Capítulo III

Tomás nos hace viajar de nuevo al recuerdo y nos regala la tradición navideña de “Los aguilanderos”.
Como las familias se reunían en “Noche Buena” en la casa de algún familiar pues acabada la cena pasaban a la fase de los mantecados y de las copillas de anís, coñac o licores, estos últimos eran tomados con más naturalidad por las señoras debido a que entraban mejor por ser más dulzones, por ello se confiaban y después, cuando pasaban unas horas, les salían a la cara las chapetas y se ponían graciosillas. La llegada de sus efectos se les notaba porque se ponían muy risueñas y coloradas, esa era la mejor señal de que estaban ya en ellas los efectos licoreros.
De vez en cuando, cuando las copas habían hecho su efecto, algunas familias se acordaban en las conversaciones de las rencillas que tenían enquistadas y acababan la noche discutiendo. No era lo habitual pero también los había así de graciosos.
Recuerdo, de cuando era un niño, que estos grupos comenzaban sus cantos a diferentes horas. Los más jóvenes, antes de la media noche, ya estaban recorriendo las calles, llamando a las puertas de las casas de algún conocido y cantándoles la tradicional canción:
 De quién es esta casa grande,
que tiene tantos balcones,
será del señor----------- (el del dueño),
que tiene muchos millones…
¡¡¡Ay, quiriquiquí,
ay, quiriquicuando,
de aquí no me voy,
sin el aguilando!!!
Si no me das el aguilando,
al Niño le voy a pedir,
que te dé un dolor de muelas
y no te dejé dormir…
¡¡¡Ay, quiriquiquí,
ay, quiriquicuando,
de aquí no me voy,
sin el aguilando!!!
Si no les abrían la puerta pronto ellos seguían repitiendo la misma canción hasta conseguirlo, lo normal era que sí se las abrieran de par en par. Entonces los pasaban al portal, les sacaban unas bandejas que ya tenían preparadas con los típicos mantecados, los comían, se felicitaban y se marchaban felices por haber sido recibidos amablemente.
Cuando yo era un niño me encantaba pasar la “Noche Buena” en la casa de mi abuelo paterno Paco, alias Pérez “El viejo”, porque vivía en la plaza de la Iglesia, situada frente al Ayuntamiento (hoy Centro de Salud), y entonces ese barrio era un espectáculo continuo porque todos los “grupos aguilanderos” pasaban por allí y para un niño eso era muy divertido, al menos para mí.
Tomás viaja de nuevo hasta el pasado, nos muestra este “villancico” rancio y nos transmite la noticia de que muchos de ellos estaban basados en pasajes de los “Evangelios apócrifos”. Ejemplo: 
Cuando la Virgen y San José
fueron a Egipto,
huyendo del rey Herodes,
pasaron por el camino
mil fatigas y sudores.
Y al Niño Dios llevaban
con mucho cuidado
porque el rey Herodes
quería degollarlo.
Cuando los grupos de los mayores, ya bien entrada la media noche y con alguna gasolina licorera en el estómago, consensuaban que habían agotado su estancia en la vivienda en que habían cenado y  entonces acordaban salir a la calle para ir a la vivienda de algún familiar o conocido a continuar la fiesta. Previamente se ponían las prendas típicas de abrigo para lidiar el toro gélido que les esperaba en la calle y que Tomás nos describe así: [La clara luna de invierno, con su amarillenta y pálida luz, sacaba brillo al empedrado de la oscura y desierta calle donde la crujiente escarcha comenzaba a caer, siendo roto el silencio de la noche por las desafinadas voces de los “aguilanderos” que, alegres, hacían su recorrido, recordándonos con sus ritmos y con sus candenciosas voces a la música arábigo-andaluza.]
Cuando pasaron unos años abandoné la pelusa, me cubrí de plumas y entonces me llegó el turno de volar en esa noche mágica de la Navidad. Recuerdo de manera especial dos celebraciones, hubo entre ellas algunos años de intervalo, y por distintas razones.
Mi primer gran recuerdo esta forjado en la vivencia que experimenté integrado en un grupo de jóvenes que sólo buscaban divertirse en un pueblo donde la calle era el único espacio útil disponible.
Comenzamos la aventura comprando unas botellas de licores variados, las que iban pasando de boca en boca a mediada que transitábamos por las calles vociferando incoherentes canciones. Tengo que hacer constar que éramos unos malísimos aprendices de “aguilanderos” porque no sabíamos las letras de los “villancicos” y porque tampoco nos preocupamos de preparar unos días antes los típicos “instrumentos” de las fiestas. Lo que sí hicimos bien fue adelantarnos CINCUENTA años a la generación actual porque… ¡¡¡Aquella noche, en los años sesenta, inventamos el “botellón!!!
Siempre fui un mal bebedor y lo poco que ingería era algo de cerveza y unos chatos de vino blanco o de tinto con limón. Para aquella noche me ideé una buena estrategia para no terminar “bomba”. Cuando me llegaba la botella yo no la rechazaba jamás pero le ponía la lengua a la embocadura y no tomaba nada de licor o muy poco. Como nadie se preocupaba de nadie y el vocerío era tremendo pues acabamos el recorrido en el “Paseo”con unos “aguilanderos” muy borrachos, otros menos y otros nada. Los más antiguos del lugar recordarán que la carretera de Jaén llegaba hasta donde ahora está ubicado el pub “El Paseo” y se bifurcaba a la izquierda como calle para entroncarse, en la puerta del restauranteEl Recreo”, con la calle Ramón y Cajal.
Recuerdo como un “aguilandero”, gran amigo y mejor persona, se arrimó a la pared del “Tropezón” sin decir nada, se fue deslizando con las espaldas apoyadas en la pared hasta quedar agachado, puso las dos manos en la barbilla, hizo descansar los codos en las rodillas y, después de unos breves minutos en esta nueva posición, se  inclinó lateralmente y quedó tumbado en el suelo. Acudí inmediatamente hasta él para levantarlo y, como no podía, pedí ayuda al grupo para trasladarlo a su domicilio. Sólo logramos llevarlo, casi arrastrándolo, hasta la calzada y se nos desplomó inconsciente. Como era carretera el peligro había que evitarlo y entonces tuve la idea genial de acercarme hasta el patio del “Tropezón” para coger el carrillo de mano que tenían allí aparcado. Cuando volví a donde estaba nos vimos negros para ponerlo encima del tablero metálico. Por su estado de inconsciencia y por la inestabilidad de los sanitarios que conducían la ambulancia nos hizo pasar por unas dificultades enormes para llevarlo a casa, se nos caía.
En otra ocasión relataré las historias jocosas que se vivieron después en el pueblo con el carrillo que transportó a mi amigo.
Unos años después vino al pueblo un párroco nuevo, era joven y le regaló a la juventud un soplo de aire fresco.
Para intentar empezar a trabajar con los jóvenes, cuando llegó la Navidad, abrió el “Salón Parroquial” a una actividad nueva… ¡¡¡Ofrecer baile en esas fiestas!!!
Allí fuimos la panda de marras y yo tuve la gran suerte de encontrar pareja y bailar. La muchacha era unos años más joven que yo y se llamaba, y llama, Mª Juliana Moreno López. Nos divertimos sanamente y allí nació entre ambos una amistad que antes no existía. Como la moza me gustaba más de la cuenta, como seis meses después yo ya tenía mi futuro profesional resuelto y como seguíamos relacionándonos pues el 31 de agosto de 1970 (ocho meses y seis días después de habernos conocido) le comuniqué mis sentimientos y nos pusimos novios. Tres años, un mes y seis días después nos casamos. Hoy, transcurridos treinta y nueve años, dos meses y veintiún días, aun seguimos unidos.
¿Tengo motivos para estar agradecido a esta fiesta en la que nace el Niño-Dios?
Yo pienso que sí porque tuvimos dos hijos y éstos nos han regalado cinco nietos
¡¡¡Señor, gracias por todo lo que me has regalado!!!

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