lunes, 1 de abril de 2013


PERSONAJES LOCALES INOLVIDABLES...
ANILLA “La del QUIOSCO”

Colaboración de Ana Serrano Castillo

“¡Abuelita, abuelita! ¿Cómo se echa el trompo?”
“¡Me cagüen la puta orden! ¡Con lo que yo era!”
Simplemente, entre los mayores de 25 años, esta expresión sería suficiente para identificar a quien me refiero.

De piel blanca cerúlea, melena corta, natural, lacia y cenicienta, rostro surcado por angostos  caminos, reflejo de los que anduvo cuando se dedicaba a sus tareas como cosaria de Villargordo (a quién no le habrá traído alguna vez ropa del tinte, forrado algún botón por encargo en casa Infante de Jaén, quién no habrá fumado, alguna vez, un cigarrillo de auténtico tabaco americano …), delgada, de pequeña estatura, vivaz, fuerte carácter, servicial, gran corazón y muy trabajadora (de niña no llegaba a la mesa y subida en una silla amasaba el pan en el horno de papa Miguel) con ese tipo de inteligencia forjada en la escuela de la vida que convierte al ser humano en un superviviente. En invierno un abrigo de color oscuro indefinido y una lata colgada de una guita con carbones encendidos para no pasar frío mientras atendía su cuartillo.
“¡Ana! ¿Tendrás un poco de agua fresca por ahí?”
“¡Me cagüen la puta orden! Pero no sabes que sí”
Servicial como ella sola. Amiga de hacer favores hasta donde le permitía su exigua hacienda, no le escocían prendas en pedirlos si las circunstancias obligaban.
“Ese caramelo no me gusta. Quiero uno de tutifruti.”
“¡Pero niiiño! Ése está en el fondo del cacharro… ¡Me cagüen la puta orden!”
“Ése no era. Era el otro”
No era, que digamos, muy amable con los niños. Tenía debilidad por sus nietos y en ellos volcaba todo su amor, parece que no le quedaba para los demás. Cierto día un niño me dijo que mi abuelita había muerto. Era mentira. Cuando volvió al cuartillo me encontró llorando, al saber la cruel broma, cerró el quiosco airada, se dirigió a la casa del imberbe y, ni corta ni perezosa, le arreó dos tortas. “¡Ana! ¡Por Dios!” Explicadas las razones, todo quedo aclarado.
“¡La niña bonita! ¡Tengo un quebraillo! ¡El anillo de la reina!”
“¿Te queda alguno en cinco?”
“Aquí hay uno y además es capicúa”
Tenía una ilusión en su vida: Dejar a sus hijos bien situados. Y el único camino que veía posible era el del azar (la lotería y las quinielas). Sin embargo, parecía como si no valorara que ella sola había ganado, con mil fatigas, una casa para cada hijo, un huerto y un pequeño olivar.
Un domingo por la tarde, alguien, al revisarle la quiniela, le dijo que tenía 14. De la alegría, comenzó a lanzar al aire caramelos. En el descuento el Sevilla había ganado al Español. Nuestro gozo en un pozo los catorce sólo eran trece, como un remedo de la de Berlanga.
“¡Niña! ¿Será pecado que yo te quiera tanto?”
“¡No abuelita! A mí me pasa lo mismo”
Debemos nuestra existencia al amor de nuestros padres, reflejo del Supremo Amor de Dios hacia el género humano. 
¡Cómo va a ser eso un pecado!
“¡Me cagüen la puta orden! ¿Por qué habrá que morirse? Aunque me han dicho que venimos varias veces y con esa esperanza vivo yo”
Una fría mañana del mes de noviembre del año 1995 se apagó la ya tenue llama que ardía en su pecho. Mi niñez y mi juventud se iban con ella, me desperté bruscamente de mi vida de felicidad a su lado, convertida en mujer, esposa y madre. No sé si, como ella esperaba, se reencarnará, lo que si estoy segura es que, mientras quede un hálito de vida  en las personas que la hemos amado, seguirá con vida en nuestros corazones.

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