martes, 16 de abril de 2013


VIAJANDO

CON

DON RECUERDO

Colaboración de Paco Pérez

Capítulo II

EL PASAMONTAÑAS

En nuestro pueblo, desde que tengo uso de razón, el juego siempre estuvo presente en los bares y ahora, cuando tenemos mayores recursos económicos a nivel personal, es cuando menos se practica. Los juegos a los que siempre mostraron los villargordeños su afición en los establecimientos fueron: brisca, dominó, tute y ajedrez.

El primero de ellos ya no se practica y sólo en contadas ocasiones se ha vuelto a jugar por los más mayores del lugar, sólo lo hacen cuando desempolvan el recuerdo de las famosas partidas de brisca que se jugaban en las tascas del pasado: Chimeneas, Maza o Pelotas. En esos establecimientos jugaron los maestros de ese juego porque en nuestros tiempos su práctica no tiene el nivel de entonces y quienes lo hacen tampoco le dan la seriedad y el rigor del pasado.
Antiguamente los jugadores tenían un buen nivel porque no era gratis su práctica, ahora sí. Entonces, en cada partida había en juego una consumición y, como es lógico, tenías que aprender porque las penurias económicas de los tiempos no les permitían pagar todos los días el café o el vino a los amigos. Había una razón más poderosa que la anterior para tener que aprender los secretos de los juegos… ¡¡¡No recibir las bromas y risas de los vencedores!!!
Como en aquellos tiempos los medios audiovisuales se limitaban a la radio pues la única y sana distracción era cachondearse del prójimo perdedor divulgando la noticia de la paliza que le habían dado o, la peor, cuando salía la conversación el vencedor se tomaba la licencia de tomar el puño de la chaqueta o del jersey y retorcérselo, así comunicaba a sus interlocutores que el dueño del jersey o de la chaqueta lo tenía repleto de café y si había sido la apuesta de vino entonces simulaba andar como los borrachos. Se le llamaba a esta forma de andar: <Haciendo tomiza>.
Ahora nadie se apuesta nada, se practique el juego que sea, y por eso todo el mundo se apunta a jugar y nadie aprende. Lo que sí hacen todos es dar muchas opiniones y voces cuando están de mirones y luego, al sentarse en la mesa como jugadores, las meteduras de pata son la norma y lo hacen hasta el mismísimo corvejón. 
En la década de 1950 había dos cafeterías en “El Paseo”, regentadas por Pepe “Gafas” y Blas “Pancho”, y en ambas se practicaba un juego llamado “Chabarrasco”, se practicaba con una baraja de cartas normal y aquí al perdedor, sí salía algunos días por la puerta con un pelado completo, lo apuraban más que el que me hizo Miguel. Algunos quedaban tan limpios que si tropezaban y rolaban no se les podía caer nada más que el sombrero.
En la cafetería de “Gafas” hubo pelados y anécdotas que alcanzaron una gran notoriedad.
El establecimiento tenía en su parte trasera un salón amplio y dos pequeñas habitaciones, la última era conocida como el “cuartillo” y en ella se pelaba sin máquina o tijeras a los incautos jugadores mediante la práctica de “chabrrasco” o “tute perrillero”. Los pelados que se hacían con éste no entrañaban mucho peligro, un resfriado que se curaba con unos cuantos días sin salir de casa y se recuperaba con facilidad, pero los que se hacían con el otro sí podían originar fuertes dolores de cabeza al que los recibía, hay que recordar que hablamos de unos hechos que ocurrieron en un contexto histórico en el que la sociedad luchaba por poder comer a diario y hacerlo ya era una suerte. A pesar de ello el vicio o la ludopatía, llámenle como gusten, hacía que algunos señores se jugaran lo que no tenían, increíble pero cierto.
Mi padre, Luís Pérez Navarro, también visitaba ese establecimiento y sabía muy bien lo que era ser barbero o cliente en esas partidas, por él conocí la historia que hoy nos va a ocupar y, como es lógico, mi información procede de una fuente sumamente fiable, mi padre. En aquellas partidas se combinaba una mezcla de amistad, convivencia, bromas y vicio. Como fruto de todo ello mi padre concibió una idea, creo que muy ingeniosa, para probar el espíritu de su buen amigo Tomás CastellanoCalderas”.
Algunas veces el señor Tomás se comportaba como los gitanos en el campo de la superstición, es decir, creía en todas esas historietas pueblerinas que vuelven loca a la gente, esas que asociaban la influencia de ciertas acciones realizadas por extraños o la ejercida por la presencia de otros a nuestro alrededor, en fin, temer a todo y desconfiar de todo.
Tomás y mi padre eran unos buenos jugadores porque tenían suerte, eran prudentes (muy importante en el juego), conocían la personalidad de sus adversarios y jugaban muy bien. Pues a pesar de ellos tuvieron una racha adversa y ésta les hacía perder más frecuentemente de lo habitual. Cuando se juntaban para tomar unas copas comentaban los lances del juego y su mala racha fue objeto de comentario. Al separarse mi padre concibió la idea jocosa que nos va a deleitar y ésta comenzó a ponerse en marcha haciendo una visita a la tienda de tejidos que tenía su amigo Bartolomé El seco” en la calle José Mª Polo. Una vez en ella tuvieron esta conversación:
- ¿Tú de compras? –le preguntó sorprendido Bartolo, así era como le llamaba mi padre.
- Claro… ¿Tienes pasamontañas?
- Pues sí… ¿Qué vas a hacer tú con un pasamontañas?
- ¿Tendrás más de uno?
- Tengo una caja pero, la verdad, si hace unos minutos me habías sorprendido ahora me tienes pillando moscas.
- Los quiero para gastarle una broma a Tomás.
- ¿En qué va a consistir?
- Al mediodía he tomado unos vinos con él y hemos hablado de que llevamos una mala racha en las partidas los dos. Cuando nos separamos, mientras caminaba por la calle “El embudo” de regreso a casa, se me ha ocurrido la idea de decirle que me he enterado, por casualidad, de que nuestros adversarios han descubierto en nuestros rostros ciertas cosas raras que hacemos mientras jugamos y que orientan a ellos sobre cuándo llevamos buen juego o cuándo es malo. Le comentaré que a mí se me mueve el bigote más de la cuenta cuando llevo buenas cartas, ellos están pendientes de él después de que yo las recibo y las veo y entonces, según se mueva el bigote pues juegan o se tiran. A él le diré que su labio superior, a la altura de la comisura derecha, tiembla demasiado cuando va de farol y que si no se mueve es porque lleva buen juego.
Mientras le contaba a su amigo la idea disfrutaron de un buen rato de risa cuando se imaginaban a Tomás recibiendo la noticia. Una vez que se sosegaron Bartolo le dio el pasamontañas, mi padre se lo guardó en el bolsillo del abrigo, se lo pagó y se fue hacia la cafetería para hacerse el encontradizo con Tomás.
Al entrar en casa de “Gafas”, Tomás ya estaba en ella, mi padre se acercó hasta él y así pudo propiciar la conversación que desembocó en el siguiente paso de la broma. Después de un inicio intrascendente mi padre le pregunta a Tomás:
- ¿Tú también has llegado ahora?
- Ya llevo aquí un buen rato, más de dos horas. Tú has tardado mucho… ¿dónde te has metido?
- Cuando venía me he encontrado en la esquina de Jiménez (hoy CAJASUR) con un conocido y me ha contado, en secreto, una historia que tiene que ver con la partida de “chabarrasco”.
- ¿Algún pajarete de los que están mirando habrá sido?
- No, él no viene por los bares pero me ha dicho que lo contó, mientras él se pelaba en la barbería de “El ratón”, uno que sí juega pero no me quiso decir quién era.
- ¿Qué te ha contado? – le preguntó muy intrigado Tomás.
- Le he prometido no decírselo a nadie y me resulta feo no guardarle el secreto, él lo ha hecho para ayudarme.
- Luís, ya sabes como soy, yo no voy por ahí contando chismes a nadie.
- Llevas razón y, además, lo que me ha contado te pilla a ti también.
- ¿A míííííí?
- Sí, a los dos, y lo malo es que lo que me ha contado puede ser verdad.
En ese momento se puso Tomás muy inquieto y no sabía dónde ponerse la pelliza y comenzó a fumar de manera precipitada. Inmediatamente continuó con su interrogatorio:
- ¿Qué pueden decir de nosotros, que nos gusta jugar al “tute perrillero” y al “chabarrasco”?
- No, es peor y, para nosotros, creo que lo mejor será que nos retiremos del juego.
- ¿Qué nos retiremos del juego y por qué lo tenemos que hacer?
- Porque nos han descubierto un defecto en nuestras caras y por eso llevamos la racha mala de ahora.
- ¿Qué defecto tenemos nosotros?
Cuando mi padre terminó de contarle a Tomás la historia que él le había comentado a Bartolo en la tienda le preguntó:
- ¿Tú te habías dado cuenta de lo que me pasa en el labio?
- Yo veía que se te movía un poco pero ya está, hay que reconocer que la gente afina con gana.
- ¿Qué vamos a hacer ahora, sin jugar estaríamos muy aburridos?
Entonces mi padre le dijo:
- Yo ya he encontrado la solución.
- ¿Cuál, cuál?
- Salgamos a la puerta y ahí te lo explico bien, no quiero que nadie se percate de lo que estamos tramando y prevengan a los listillos esos, los quiero pillar desprevenidos esta noche.
Una vez que estuvieron en “El Paseo” mi padre se metió la mano en el bolsillo del abrigo y le mostró el “pasamontañas” a la vez que le decía…
- ¡¡¡Aquí está la solución!!!
- ¿Qué es eso? – preguntaba porque mi padre se lo enseñó hecho una bola para darle más misterio al asunto.
- Un “pasamontañas”.
- ¿Qué vas a hacer con él?
- Cuando empiece la partida yo me lo pongo y ya nadie me ve el bigote, se les acabó la ventaja.
- ¡¡¡Coño, te lo has pensado muy bien pajarete. Menos mal que me lo has contado!!! ¿Dónde lo has comprado?
- En la tienda de BartoloEl seco”.
- Ahora mismo voy a comprarme uno.
Inmediatamente salió con dirección a la tienda de Bartolo e iba con tal prisa que parecía que iba a perder el tren.
Después de un rato volvió a la cafetería y allí estaba mi padre esperándolo, cuando se encontraron se señaló con la mano en la parte de la pelliza donde la tenía guardada y a la vez le decía:
- Ya está el pájaro encerrado en la jaula, que se preparen. Ahora verás cómo se dan en los alambres.
Cuando comenzó la partida ambos sacaron el “pasamontañas” y se los enfundaron. Los allí reunidos se quedaron sorprendidos pero nadie les preguntó por qué hacían eso.
El aire que siempre había allí era caliente, denso e irrespirable y se podía cortar con una navaja, era muy denso. La razón por la que se ocasionaba era debido a que había tres mesas de jugadores, cada una tenía un brasero de picón, todos fumaban más que un carretero y bebían copas o vino.
A medida que avanzaban las partidas el calor era cada vez más insoportable y los dos jugadores del “pasamontañas” seguían igual de malos, ni más ni menos que otras veces. En un momento de la partida y, sin que nadie se lo esperara, Tomás se quitó el “pasamontañas” y exclamó a la vez:
- Como sigo igual de malo y como aquí hace un calor para explotar pues me lo quito y si se me ve el labio pues que me den por culo.
Mi padre inmediatamente lo apoyó quitándose el suyo y dijo:
- Llevas razón, yo hago lo mismo y que el bigote haga lo que quiera.
En ese momento una carcajada generalizada siguió a las dos acciones comentadas. Cuando se tranquilizaron mi padre les comentó que todo había sido una broma y las risas aumentaron, hasta Tomás se lo pasó bomba y se relajó porque ya no tenía que preocuparse de su labio.

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