sábado, 7 de junio de 2014

PENTECOSTÉS: EL ESPÍRITU SANTO NOS MUESTRA EL CAMINO


Colaboración de Paco Pérez
TEXTOS
HECHOS 2,1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían:
- ¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.
1CORINTIOS 12, 3B-7. 12-13

Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
JUAN 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
- Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
REFLEXIÓN
Jesús nos comunicó, anticipadamente, que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. No mintió, el Espíritu Santo cuidaría de nosotros, quedó claro que nada haremos sin que Él le dé su impulso. Esta acción invisible del Espíritu Santo tiene una finalidad unificadora pues el objetivo de su actuación es que todos, en nuestras diversidades, formemos un solo cuerpo y de él cada uno seamos sus miembros.
El día de Pentecostés Jesús se presentó ante los apóstoles, aunque tenían las puertas cerradas. Se identificó, les dio instrucciones, les comunicó su misión, les regaló el Espíritu Santo y les transmitió las funciones que tendrían que ejercer en su misión sacerdotal como cabezas visibles de la Iglesia que Él nos dejó para continuar su labor evangelizadora.
La venida del Espíritu Santo a los apóstoles estuvo acompañada de una presentación extraordinaria, gran ruido y el don de lenguas.
Las gentes acudieron hasta donde estaban reunidos y ellos, empujados por el Espíritu, abandonaron su encierro, salieron al encuentro de las gentes que acudían y les comenzaron a hablar de Jesús.
Los allí reunidos quedaron impresionados por el mensaje recibido y porque pudieron recibirlo en su lengua nativa, eso les convenció mucho.
Hasta aquí el recuerdo histórico del relato de los hechos que ocurrieron el día de Pentecostés y ahora hablaremos de sus efectos inmediatos. Para ello vamos a partir de Juan 20, 21: <Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.>
Hay hechos históricos que convulsionan a la sociedad que vive donde ocurren éstos y, después, sus efectos se extienden también a otros lugares. Unas veces vienen acompañados de cambios positivos y otras de negativos.
Quienes tendrían que pastorear a los miembros de la Iglesia en ausencia de su fundador, Jesús, estaban encerrados porque tenían miedo y la venida del Espíritu Santo los liberó y les mostró el camino a seguir, predicar las enseñanzas de Jesús.
En Jerusalén se desató una persecución contra los cristianos que eran de origen griego, les llamaban helenistas, y tuvieron que salir de huida.
Lo que parecía una desgracia se convirtió en la puesta en marcha de la actuación misionera de la Iglesia, fueron a otros lugares y predicaron el Evangelio.
No lo acordaron en grupo pues, al huir los helenistas, los apóstoles no influenciaron sobre ellos para que lo hicieran y sí fue una actuación aislada de los huidos pero que estuvo inspirada por la fuerza del Espíritu Santo, es decir el Padre les mostró el camino.
Este comportamiento representó la salvación para los que, siendo de origen judío, no comprendían que el mensaje de Jesús era universal y que no podía quedar reducido a su raza. La mano de Dios no deja de actuar y el hombre, siempre igual, no hace nada por sentirla en su entorno, aunque no se vea.
Los apóstoles, ayudados por el Espíritu Santo, siguieron el camino de los helenistas, cambiaron de actitud y se repartieron por el mundo para predicar a Jesús.

Si la Iglesia primitiva tuvo que cambiar sus planteamientos, en el S. XXI… ¿Se abordará una reforma profunda siguiendo el camino iniciado por el Papa Francisco o se quedará en una simple declaración de intenciones?

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