lunes, 3 de noviembre de 2014

JAMÁS HUBO HUELLA

Colaboración de José Martínez Ramírez

Jamás hubo huella
que pisara el albero,
ni capote o muleta,
ni fiereza en un torero.

Cuando el planeta
busca el horizonte,
cuando la música recrea
un alegre pasodoble.

Anima el que especta
el arte, al primo del bisonte,
al silencio ausente, la terna,
jaula de nostalgia, muy noble.
Mirada arrogante, Centella
le pusieron de nombre.
El morlaco hace mella,
muy serio de pitones.

Corre mientras resuella,
de cuajo y de peso doble,
recuerda la tarde aquella…

Se veía vencido y con dones
grana, oro y grosella.
Al segundo capotazo, sones,
gritan las doncellas.
Del maestro Martos, el pasodoble.
Manuel Ramírez que atropella
al griterío de maridos y bufones.
La melodía los ánimos merma.

Jamás hubo huella
que pisara el albero,
ni capote o muleta,
ni fiereza en un torero.
El tercio de banderillas
secuestró al público,
El niño del Recreo” trilla
en la arena y al sol de julio.

Al capote  por chicuelitas
elevaron los contertulios
inmenso porque brilla
con arte y poderío mucho.

Arrimadas a las costillas,
sigue con gaoneras, de luto,
leyenda aquí y en las antillas,
valentía con arte y sin truco.

Sin volverle la mejilla
el morlaco enviste brusco,
lo recibe con manoletinas
y estatuario sobre el muslo.
Su impronta en las bernardinas
aupó  sobre el olimpo al licurgo.

Jamás hubo huella
que pisara el albero,
ni capote o muleta,
ni fiereza en un torero.

Entre la media luna, de puntillas,
metió la cintura oculto.
El rejonazo entre banderillas
fue efectivo y astuto.

Cargado de oficio y tablillas
dejó el arte concluso
y, a fuego en las retinas,
el imposible de un brujo.

Grabado para siempre, en la telilla
del juicio, besó en un minuto
Centella la arena como alfombrilla
para siempre y, ante él, me descubro.

Jamás hubo huella
que pisara el albero,
ni capote o muleta,
ni fiereza en un torero.

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