viernes, 7 de noviembre de 2014

RECUERDOS DE MI NIÑEZ-1

Hola.
Me llamo María Moral Elvira, mi padre es un señor con garrota que nació y creció en la calle “El Santo” y es conocido como AntonioEl puro". Mi madre es ElenaLa cabrera".
Bueno, he leído un artículo de un señor que, como yo, es hijo de emigrantes y me ha dado pie a recuperar algunas cosas que hace muchos años que escribí sobre mis recuerdos de Villargordo.
Ahí va una pequeña parte. La historia puede continuar...No sé si será de interés pero quizás anime a otras personas a reflexionar sobre los valores de nuestra tierra.
¡¡¡Gracias por todo. Esto es muy emocionante!!!

VILLARGORDEÑOS EN CATALUÑA
Yo también formo parte de esa multitud de hijos de emigrantes criados en Cataluña, en un barrio del área metropolitana de Barcelona donde había de todo menos catalanes, donde se oía hablar de todo menos en catalán.
Soy hija de una época en la que ya existían los pisos patera, como el de mi familia, donde vivíamos juntos hasta cuatro núcleos familiares y en la que todavía no existía la normalización lingüística. Soy una de esas personas que en el lugar donde vivíamos éramos charnegos, hijos de emigrantes, con otras costumbres... y en el lugar donde pasábamos las vacaciones éramos los catalanes, hijos de emigrantes, con otras costumbres... En definitiva, ni de allí ni de aquí, no entendidos en ningún lugar, sin una identidad definida. Bueno, eso en la infancia y en la durísima adolescencia y juventud.
Más tarde, la madurez te hace ver y sentir las cosas de otra manera y te permite recuperar con tranquilidad y con orgullo tus raíces.
Yo también hacía, cuando se podía, aquel larguísimo viaje, entre Barcelona y Jaén, en el famoso tren borreguero. Un tren que salía a mediodía de la capital catalana y llegaba a la mañana del día siguiente a su destino. Yo era de las que pasaba la noche durmiendo en una toalla estirada en el suelo entre los asientos del tren. Recuerdo el pasillo del vagón abarrotado de gente, había tanta que me era imposible llegar al lavabo que había al final del mismo. Aquel viaje lleno de incomodidades era al mismo tiempo la promesa cumplida de volver al pueblo en verano, de encontrarse con la familia, de volver a casa... Nosotros no soñábamos con ir a Eurodisney de vacaciones, soñábamos con ir a Villargordo. Muchos, tal vez, se reirán pero estoy segura de que sólo lo podrán entender los que, como yo, hemos sido hijos de emigrantes.
Antes de llegar a Las Infantas pasábamos por el cortijo donde había nacido mi madre, en aquel entonces una casa en ruinas de la que sólo quedaba la puerta con el dintel y el letrero que decía: "Santa Rosa". Aquí empezaba la emoción.
Al bajar del tren, la imagen de una abuela muy viejecita totalmente vestida de negro, con pañuelo negro en la cabeza y llevando un cántaro de agua apoyado en su cadera. Y la carretera hasta Villargordo, cuajada de curvas y flanqueada por lilos en el último kilómetro, ya entrando en el pueblo. Por donde mirara, olivos, olivos y más olivos.
Todavía me sorprende que la mayor parte de los recuerdos que tengo de mi infancia no sean del lugar donde pasaba la mayor parte del año y las cosas que allí pasaban, sino de las vacaciones de verano en el pueblo. Quizás, por aquello de que la memoria de las personas es selectiva lo cierto es que, para mí, Villargordo era el paraíso.
A lo largo de mi vida, para bien o para mal, el pueblo ha ido cambiando pero, siempre que vuelvo, en el fondo de mi corazón añoro encontrarme con aquel paraíso que definitivamente ya se ha perdido.




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