sábado, 17 de enero de 2015

16 DE ENERO, LUMBRES DE SAN ANTÓN

Colaboración de Paco Pérez
Primera parte
Había acordado con mi amigo Ildefonso Jiménez García “Alonso” que esa noche nos daríamos una vuelta por las lumbres para recordar los viejos tiempos pues, como ya tenemos algunos años más de la cuenta, pues queríamos hacer las cosas siguiendo ese  dicho popular tan villargordeño… ¡¡¡Hacer las cosas como Dios manda!!!

Según esta expresión teníamos que estar temprano en la Ermita del “Santísimo Cristo de la Salud” porque, según la tradición de nuestro pueblo, esa lumbre se enciende la primera y nosotros queríamos seguir el ritual de la tradición de las lumbres al pie de la letra.
Quedamos en que él pasaría por mi domicilio a las 19:00 horas y ya nos marcharíamos a ese lugar. Fuimos puntuales y antes de iniciar la marcha le comenté que debíamos llevarnos unos paraguas pues el cielo estaba muy oscuro pero él rehusó la propuesta porque como hacía mucho frío en esas condiciones no suele llover. Yo no estaba muy convencido pero lo obedecí en lo del paraguas y le comenté que me llevaría una bolsa de plástico para proteger a la cámara fotográfica en caso de lluvia.
El recorrido lógico hubiera sido el de extramuros, los “Pilares” y el “Cementerio” hasta la Ermita, pero no, decidimos cambiarlo y entonces subimos por uno urbano: Antonio López Zumaquero, plaza de la Asunción, Eras, Ángel Méndez, plaza de Miguel Hernández y 14 de Abril.
Hacía años que no habíamos estado presentes en el encendido de esta fogata pero sabíamos las costumbres porque cuando ambos estuvimos al frente de la “Cofradía del Santísimo Cristo de la Salud” encendimos, junto al “Hermano Mayor del año”, más de una. Incluso se invitaba en aquellos años, por cuenta de la Cofradía, a quienes acudían al encendido a tomar cerveza, vino y las tapas típicas del pan, el aceite y el bacalo. Otra parte del ritual incluía el tocar el campanillo al encenderse la lumbre, así se anunciaba al pueblo que ya estaba ardiendo la lumbre del “Señor de la Salud”.
Pasan los años y estos dos carrozas marchan ilusionados para volver a repetir las experiencias de sus años jóvenes y, al llegar a la plaza de Miguel Hernández, ya nos llevamos la primera sorpresa… ¡¡¡No había tocado el campanillo y ya ardía la primera lumbre frente al supermercado de Capilla BarreraLa retrepá”!!!
Tomamos unas fotos y allí nos cayeron unas cuantas gotas, le propuse desandar el camino pero Alonso siguió apostando fuerte por el informe meteorológico que había anunciado antes de salir de casa.

Cuando llegamos a la Ermita allí estaban sus cuidadores, Juan “Planchas”, su esposa Cristo “La espartera” y dos nietos. Estaban preparando el encendido de la lumbre con cartones y ramos de olivo pequeños. Les pregunté por quién era este año el Hermano Mayor de la Cofradía y me comentó que era una mujer, su consuegra Loli Fernández (la mujer de Pedrín “Porroncho”).
Entonces les dije:
- ¿Cómo no está aquí para encender la lumbre?
– La responsabilidad de esa tradición es ahora de la Cofradía de “San Antón” desde que se fundó.
Después de esta respuesta ellos continuaron colocando la leña y nosotros entramos al interior de la Ermita.
Estábamos allí y recordábamos la historia de cuando abordamos la reforma de ella y las cosas que nos ocurrieron, un día las contaré pues ya va siendo el momento de que se conozcan.
También hablamos de cómo se inician las tradiciones o se cambian y así, después de unos años, ya nadie se acuerda de quién, cómo, por qué o cuándo se implantó o cambió lo que se venía haciendo y, sin más, el pueblo lo ve bien visto y la convierte en una religión más creíble que la que emana de la Biblia. Así nacen, se derrumban y se consolidan los ritos.
Estábamos en estas reflexiones cuando la señora Cristo entró para tocar el campanillo, era el rito tradicional, y, al ser electrónico el sistema, no pudo hacerlo por los imprevistos que nos ofrece la modernidad. Me asomé por una de las  mirillas de la puerta Sur, observé que la lumbre ya ardía, tomé la cámara y, por esa pequeña oquedad, obtuve esta foto de ella:
Nos salimos fuera y el espectáculo de luz y calor que nos proporcionaba el ramón recién cortado de los olivos mientras ardía con esta belleza:


Mientras Juan y los críos echaban ramas al fuego, Alonso y Cristobalina viajaron al pasado y cantaron esta canción de sus años mozos:
La mejor lumbre este año,
la han echado en esta casa
y cuando vayan a acostarse…
¡¡¡Yo me meo en las brasas!!!
¡¡¡Viva San Antón,
viva San Antón.
Que viva, viva, viva…
San Antón con su lechón!!!
¡¡¡Viva San Antón,
viva San Antón.
Que viva, viva, viva…
San Antón con su lechón!!!
Después nos despedimos e iniciamos el regreso por la calle San Antón con la intención de visitar las lumbres que nos fuéramos encontrando por las calles del nuevo itinerario. Nos llevamos la desagradable sorpresa de que no habían encendido todavía ninguna y, además, no había ni un alma junto a ellas. Caminábamos y hablábamos del tema en un tono de sorpresa, íbamos por el número 22, de pronto comenzó a llover con fuerza y de un salto nos metimos en un cocherón que tenía la puerta abierta y a oscuras… ¡¡¡Qué suerte tuvimos, unos minutos después y hubiéramos estado por el Cementerio!!!
Una vez dentro, sentíamos voces y, como al fondo se veía un leve resplandor, preguntamos:
- ¿Quién hay por aquí?
- Quienes sois? - nos respondió una voz de mujer.
- ¡¡¡Dos que no quieren mojarse!!! – le respondió Alonso.
Unos segundos después estaban junto a nosotros Santiaguillo “El hortelano” y su esposa Paqui.
Una vez identificados nos pasaron junto al fogón, en él tenían encendida una lumbre de palos para cuando vinieran las familias de sus hijas. Con ellos estuvimos hablando de diversos temas, cantamos la canción y, cuando la lluvia cesó, nos despedimos.
Yo iba por el caminillo del parque del Cementerio y Alonso, que ya no confiaba en su pronóstico, me hizo regresar pues era una temeridad ir por ese lugar si volvía la lluvia. Nos encaminamos hacia el recorrido que habíamos llevado en la subida y, al llegar a casa, nos llevamos la sorpresa de que no había luz, intenté a tientas dar con una vela y una caja de cerilla. Estaba tanteando cuando se iluminó el salón. Al salir a la puerta descubrimos que aquel furgón que confundimos desde la lejanía con una ambulancia no era tal, era el vehículo de la compañía encargada del mantenimiento del servicio. Lo curioso es que se fue el suministro doméstico y no el de las calles.
Alonso se marchó para su casa y yo, con dos paraguas, me fui hasta la parada del autocar en busca de mi esposa pues había subido esa tarde a Jaén y no quería que al regresar lloviera y le pasara como a mí. La intención fue buena pero, cuando estaba cerca, me acordé tarde de que ese autobús pasa por el “Ejido Moya” y en él nos hemos venido otras veces. Así fue.
Una vez de regreso observé que en la puerta de “La posá” había una lumbre en sus inicios, tomé la cámara y grabé las mejores escenas de San Antón:














No hay comentarios:

Publicar un comentario