viernes, 11 de diciembre de 2015

TOMANDO CAFÉ

Colaboración de Paco Pérez
Capítulo VII
CORTEJANDO A LA MOZA
Ya comenté en otra ocasión que en Nerja había, y hay, muchos cortijillos diseminados por la falda de la sierra colindante, todos estaban habitados por los dueños de las tierras en que estaban construidos. Las familias que allí vivían trabajaban en la agricultura y en la ganadería, no eran las propiedades grandes pero tampoco les faltaba qué llevarse a la boca cada día.

Como los lugares son muy escarpados y difíciles de trabajar pues las tierras las tenían muy bien acondicionadas mediante la realización de mesetas escalonadas, así creaban espacios llanos que les facilitaban los trabajos pues tenían que hacer las labores con los animales y los brazos.
Entonces, al no haber las comunicaciones de ahora, había ciertos parajes en los que el Estado mandaba un docente para enseñar a los pequeños y, como es lógico, éste tenía que vivir en el lugar de trabajo porque para desplazarse hasta Nerja había que hacerlo sobre animales y por veredas.
En nuestros días esos lugares son hoy casas de recreo, están muy bien acondicionadas y los accesos están asfaltados. Los cultivos que ahora explotan en ellas son, yo diría que en su totalidad, hortalizas y árboles frutales de diversas clases: chirimoyos, aguacates, naranjos, limoneros, guayabas, mangos…
Pues bien, en aquellos años, dos familias habitaban en aquellos lugares, sus viviendas estaban situadas muy cerca la una de la otra  y esas circunstancias les hacían mantener unas relaciones muy fluidas y cordiales. 
En ese ambiente crecieron sus hijos y mantuvieron de manera inamovible sus relaciones.
En uno de esos cortijos vivía la familia de un señor muy conocido en Nerja como “El Águedo”. En el otro vivía otra que también era muy conocida en este pueblo, uno de cuyos hijos estaba un poco “jorobado”.
El Águedo” tenía dos hijas, una estaba casada con Faustino y la otra todavía permanecía soltera.
El hijo “jorobado” de los vecinos estaba enamorado de la señorita y había decidido hacerla su esposa. Un día se armó de valor y le pidió a su madre que le sacara la ropa de los días de fiesta porque iba a ir a cortejar a la hija de “El Águedo”. La madre se puso muy contenta y le preparó el traje, la camisa, la corbata y los zapatos de charol. Una vez bien acicalado, el muchacho se subió en su pollino y se encaminó hacia el cortijo de los vecinos.  
Cuando se presentó en él éstos lo recibieron muy bien, lo invitaron a que pasara al interior de la vivienda y una vez que se sentaron alrededor de la mesa de la cocina los padres y él, la hija se incorporó al grupo después, comenzaron a charlar y los visitados empezaron a preguntarle las cosas propias:
- ¿Qué te trae por aquí hoy tan flamenco?
Cuando al pretendiente le hicieron esta pregunta tan directa él, como no la esperaba, no supo contestarles de manera hábil, se mostró bastante nerviosillo por ello y entonces se le ocurrió comenzar a cruzar las piernas, alternándolas. Cuando se le agotaron los primeros temas: [Las cabras que habían malparido, lo difícil que era para él el ordeñar a las vacas, lo mal que se habían dado ese año los tomates…]. Como ya no sabía qué camino iba a tomar, no se decidía a exponerles la verdadera razón de su visita y las piernas las cruzaba cada vez con más frecuencia pues le ocurrió un suceso inesperado cuando estaba terminando de acomodar, en uno de esos movimientos, la pierna derecha sobre la rodilla izquierda… ¿Qué le ocurrió al muchacho?
¡¡¡Se le escapó un peo enorme!!!
De pronto y sin mediar palabra se levantó, salió por la puerta como un cohete y ya no volvió más por el cortijo vecino para seguir cortejando a la dama de sus sueños.
A este buen señor tenían que haberle contado sus padres que vivir en el campo rodeados de soledad hace a las personas comportarse con total despreocupación a la hora de soltar los gases que les produce el aparato digestivo con ciertos alimentos y que cuando él se mezclara con otras personas, ajenas a la familia, tenía que cambiar el proceder, sobre todo en la visita tan importante que iba a realizar. No tomó precauciones y por eso le pasó ese fracaso.
También he pensado que le pudo ocurrir esa escena porque lo educaron según la filosofía que se desprende de este famoso y antiguo EPITAFIO:
Por aguantar un peo…
¡¡¡Mira como me veo!!!
                                      





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