sábado, 27 de enero de 2018

EVANGELIZAR, LA MISIÓN INACABADA DE LOS HOMBRES


Colaboración de Paco Pérez
Nunca fue fácil para los hombres despertar al hecho religioso y por esa realidad Dios se lo fue presentando poco a poco y cambiando la manera de hacerlo hasta llegar a nuestros días. Lo hizo así para que sus mensajes fueran entendidos cada vez mejor por todos.
Hoy, en Deuteronomio 18, 18-20, se nos muestra un diálogo y en él Dios le comunica a Moisés que en el futuro les anunciaría lo que debían hacer mediante “la intermediación de los profetas”También le expuso qué deberían respetar, qué no y qué consecuencias podrían sobrevenir a los futuros profetas que no hicieran lo correcto cuando desempeñaran su cometido.


TEXTO[El Señor me respondió: Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.].
Pasan los años, entramos en el tiempo de Jesús y con Él se inicia un modelo distinto al anterior.
Los judíos se reunían el sábado en la sinagoga para rezar, leer los textos sagrados y comentar sus lecturas. Él la visitaba, siguiendo las costumbres del judaísmo, participaba, opinaba sobre los textos y los impresionaba… ¿Por qué?
Porque había una gran diferencia entre su forma de enseñar los mensajes y la que empleaban los “doctores de la ley”. Éstos usaban un método memorista y repetitivo, Él no se ajustaba a ese formato porque les mostraba a Dios desde su experiencia de la vida y no desde la rigidez de los textos. El hombre siempre estuvo preocupado por sus problemas y Él se acercaba a ellos hablándoles de cómo vivir el día a día para darles solución.
Al morir Jesús la labor evangelizadora continuó pero tampoco era igual que cuando Él estaba con nosotros. En ese tiempo nuevo, Pablo y sus seguidores se plantearon cuál debía ser el estado de las personas que decidieran servir al Señor, hacerlo desde el matrimonio o desde el celibato.
Para él, que era soltero, los casados tenían unas obligaciones que les harían distraerse del servicio al Señor porque también tendrían que atender las necesidades de la esposa, el esposo y los hijos. Por esa razón les recomendaba el “estado célibe” para poder atenderlo en plenitud pero su reflexión no iba encaminada a prohibirles casarse sino a que supieran valorar de antemano la realidades de “la vida matrimonial” y “el servicio a Dios”. 








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