jueves, 31 de mayo de 2018

D. EDUARDO


Colaboración de José Martínez Ramírez

Es todo tan cotidiano
que hasta mi primo “Raspín”
brinda con un botellín
de la Cruzcampo, cada caso,
de un nuevo capítulo ruin.

Su sonrisa afable, D. Eduardo,
no recordará que nos saludamos
en la Castellana aquel fin
de semana del mes de abril.

Confieso que lo he votado,
le dije; tan contento, le sonreí
y usted se largó con D. Mariano
en su coche como un querubín.

Y pensé… ¡He saludado a D. Eduardo!
Mientras, él se alejaba con su serafín
mirándose sus limpias manos.

A este paso van a conseguir
que Soraya se fume los habanos
que guarda D. Mariano para sí
y que cada voto de sus parroquianos
se vaya, con música de violín,
en busca de Rivera a Ciudadanos.

Cuando, el otro día de mayo,
la UCO de mi Guardia Civil
nos levantó al valenciano…
¡Mama mía, D. Eduardo
eclipsando cual zascandil
el chalet de D. Pablo!
Como el rayo al de Cambil,
la bicicleta de Urdangarín,
la barba de Fidel Castro
o que Sabina toque en Madrid
no quiere decir, D. Eduardo,
que cuando suene, sin embargo,
todos nos olvidemos de ti.

Miento, nos olvidaremos, amado,
puede estar seguro que sí,
si no lo suspende el cascado.

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