martes, 1 de mayo de 2018

EL CINE


Colaboración de Paco Pérez

Capítulo III
ANÉCDOTAS DEL CINE “ROMERA”

Cuando mi suegra, Josefa López CañasLa caraba”, acabó el relato de sus recuerdos sobre este cine tomó de nuevo la palabra y nos contó una historia curiosa sobre él, ésta fue protagonizada por su hermana menor y las amigas cuando eran pequeñas.

En aquellos años era muy corriente que los pequeños entraran y salieran de las casas sin dar explicaciones y sin que los mayores se las pidieran, sobre todo en verano. Por esa realidad, una noche, como estaba el cine muy próximo a la casa de sus padres, María “La caraba”, MagdalenaLa chocolata” y Antonia “La pintá”, la hija de MiguelilloEl de los huertos” o “El pintao”, hicieron la travesura infantil de subirse hasta una pared del corral y, por las paredes medianeras de las casas colindantes, fueron con cuidado hasta las proximidades del cine para poder ver gratis la película desde lo alto de una tapia cercana a él. Como eran muy niñas entonces no valoraron los peligros que iban a correr pero en aquellos años las circunstancias de las familias no eran las de ahora y por ello se decidieron a realizar su travesura. Entonces, los padres no daban respuesta a los deseos de los hijos, todo lo contrario de ahora; por esa razón no dijeron nada y decidieron que esa noche verían la película que echaban por ese procedimiento. Cuando estuvieron acomodadas en el lugar deseado se sintieron muy felices, se relajaron y, como era muy tarde para su edad, cuando empezó la película lo que les ocurrió fue que no la vieron porque se quedaron dormidas. Cuando acabó la función no se dieron cuenta, continuaron roncando en sus incómodas butacas aéreas y no regresaron a la casa de María.
Era la hora de acostarse y como las familias no las encontraban pues tuvieron que preguntar por ellas en casa de las amigas, mi suegra recordó que las vio salir al corral y entonces sospecharon por esa información lo que podían haber hecho. Los padres tuvieron que subirse por donde creían que estaban para ir en su búsqueda, desde lejos observaron los bultos y cuando se les acercaron comprobaron que una de ellas estaba a punto de caerse al suelo.
En los años en que abrió sus puertas este cine la familia del señor “dormido” habitaban en la casa colindante a él y por esa razón Paco Huertas, que era su vecino, me comentó una anécdota curiosa.
El “dormido era un terrateniente local con bastantes posibilidades económicas y eso le permitía tener trabajando en su casa a una muchacha como “criada”, hoy esta profesión es conocida como “empleada de hogar”. Como en aquellos tiempos había que ingeniárselas muy bien para llenar la panza pues por el hecho de ser vecinos su hermano Antonio, Arturo y Gil charlaban con aquella muchacha frecuentemente y en esas tertulias siempre salía el tema del hambre que afectaba a tantas familias pero en esas charlas quedaba claro que en la casa del señor “dormido” a él, y a otros como él, no les afectaba, ella lo confirmaba y todos se entristecían.
Como eran jóvenes, le cantaban a la muchacha la estrofa de una canción que a ella le gustaba mucho y que entonces era muy popular: [Querido padre mío].
La letra encerraba un mensaje que reflejaba la realidad de la problemática social de aquellos tiempos en nuestro pueblo, el dolor que entonces afectaba a tantas personas por la penuria económica que sufrían y por las dificultades que tenían para adquirir alimentos.
Esta era la estrofa particular que ellos le cantaban y que se ha recuperado gracias a los recuerdos de Paco Huertas:
Agua Padre mío,
agua dulce Padre.
Los trigos se secan
y las panzas arden.
De estas conversaciones surgió un acuerdo entre los muchachos y ella para que les ayudara, de vez en cuando, a pasarles algo que pudiera ir apartando de la despena sin que la familia del señor “dormido” se percatara de lo que estaba haciendo.
Un día, ella les propuso que cuando se lo hubiera preparado y ellos estuvieran en el cine haciendo los preparativos para echar la película que le cantaran y entonces ella se lo haría llegar al cine por encima de la pared. De esta manera convirtieron la estrofa cantada en “contraseña” y así, cuando se la cantaban, algún chorizo o morcilla volaba hasta ellos por encima de la tapia medianera.
Dicen que “la música amansa a las fieras”, en este caso no las había y no tenían que amansarlas pero sí les sirvió para despertar la sensibilidad y la comprensión de quien también tenía dolor por lo injusta que es la vida. En esta historia de penas y de cante también se cumplió que “el hambre agudizara el ingenio”, el que emplearon ellos, para llamar a la puerta adecuada y encontrar a una buena muchacha que se la abrió arriesgando su trabajo cada vez que les echaba algo para sus panzas por encima de las paredes.


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