sábado, 2 de junio de 2018

CORPUS CHRISTI


Colaboración de Paco Pérez
El pueblo siempre ofrecía a Dios sacrificios con la intención de que les perdonara sus pecados, agradecerle lo que habían recibido de Él o pedirle lo que necesitaban. Si nos fijamos en los modelos que se nos presentan comprobaremos que hay una evolución notable y adecuada para cada momento, a través de ella se nos muestran las diferencias entre uno y otro. 
Moisés propuso al pueblo levantar un altar, colocar sobre él unos distintivos que representaran a las doce tribus, realizar el sacrificio de animales, recoger la sangre en dos vasijas y después  rociar el contenido de ambas, el de una sobre el altar y el de la otra sobre el pueblo. 
 
Con Jesucristo todo cambió porque Él fue el templo; no se sacrificaron animales, sólo Él; no se derramó la sangre de ellos, fue la suya; antes de Él se repetían los sacrificios cruentos; pero después de su muerte ya no hubo necesidad de más sacrificios de esas características porque con él quedaron perdonados los pecados de todos los hombres, los de antes y los de después de Él.
Así fue como la vieja alianza fue sustituida por la nueva, en aquella se comprometieron a cumplir con Dios las normas que les propuso pero con la última Jesús ofreció a los hombres de todos los tiempos la salvación, consecuencia del amor que el Padre nos tiene.
En el acto de la “última cenaJesús nos enseñó a compartir los alimentos y las necesidades que la vida plantea a quienes están a nuestro alrededor y a darles solución como hermanos. Pasan los años y la realidad nos enseña que una cosa es lo que nos propuso, otra lo que hacemos y, la respuesta individual… ¿Estamos dispuestos a cumplir sus deseos?
No debemos olvidar que esta actuación sólo será posible siempre que los hombres experimenten el deseo de cambiar sus hábitos malos, que lo hagan convencidos y que después pongan en marcha lo que Dios desea de nosotros.

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