jueves, 1 de noviembre de 2018

RECORDANDO A…


Colaboración de José Martínez Ramírez
D. FRANCISCO MORENO MARTOS  “EL TITO RUBIO”
Los primeros recuerdos que conservo de él son muy difusos y se desvanecen entre nieblas y sombras, la única explicación razonable que encuentro para ello es que, cuando ocurrieron, todo se grababa en blanco y negro. Contribuyó a ello el ambiente tan sobrecargado que había en el lugar por el humo del tabaco, el mucho ruido de las voces y alguna que otra carcajada.

Eran unos años muy duros para las personas pues las jornadas laborales comenzaban y acababan con la luz del sol y, como no había agua potable en las casas, la tenían que acarrear las madres en cántaros cargados sobre sus caderas desde la fuente que había en “El Paseo”, lugar con baldosines verdes y muchas avispas en verano, o desde los populares pozos conocidos como “La Noria” o “La Posá”.
Estos recuerdos son de cuando yo era un niño que vivía en “El Tropezón”, en ese establecimiento, y al que, con muy pocos años, alguien que allí estaba tomando unas cervezas me llamó y me dijo:
- Pepe, ¿quieres hacer una cosa y te regalo un duro?
– Síííí… ¿qué hago?
Entonces me señaló hacía el viejo televisor que había en el salón, debía pesar más que un rulo, y muy cerca de él había una mesa con una reunión de amigos, entre ellos estaba sentado un hombre de pelo rubio que lo peinaba hacia atrás y que tomaba vino con sus amigos.
Después de señalármelo me encomendó la fácil misión de echarle en la cabeza algo que estaba en un cartucho de papel que él me dio, creo que era ceniza de tabaco. Los amigos que estaban con él eran: JuanilloLuiche”, FernandoCarabo”, Frascuelo y alguno más que no recuerdo.
Cuando hice mi encargo salí corriendo del salón, él dio un montón de voces, se cagó en todo lo que volaba y el resultado final de aquella broma no pude presenciarlo.
Desde ese día comenzó mi relación con el “Tito Rubio” porque cada vez que se encontraba conmigo me llamaba la atención y lo hacía mediante amenazas que luego nunca cumplía y también me regalaba, después de hacérmela, alguna que otra sonrisa. Nuestra relación de amistad fue un idilio de amor y putadas mutuas con las que nos reíamos mucho y por las que alguna vez que otra tuve que correr como una gacela de Tanzania por miedo a sufrir una muerte violenta.
Hoy quiero recordarlo después de dejarnos el día 8 de junio de 2017, tenía 80 años y se fue sin sufrir.
Juana, su mujer y madre de sus cuatro hijos, también falleció el 22 de junio de ese mismo año. Su convalecencia no fue larga ni dolorosa y nunca supo que su marido se había ido dos semanas antes.
Se casaron el 24 de septiembre de 1964, treinta años antes que su sobrino Pepe, se fueron a vivir a la calle Granadillos nº 13 y  tuvieron cuatro hijos que, de mayor a menor, son Felipe, Avelino, Ana Mari y Paqui. Con quien tengo más relación es con Avelino porque ha heredado de su padre la costumbre sana de pedirme espárragos y alguna que otra cosilla del campo, de esas muchas que soy aficionado a coger.
El “Tito Rubio” y yo compartíamos la misma afición por la caza, el campo en general y la buena mesa. Por ésta última, a veces, nos gastábamos lo que teníamos y lo que no y, por esa debilidad, los cofrades de la “Virgen del Puño” siempre fueron reacios a buscar nuestra compañía en los bares. Esas situaciones las respetábamos y siempre llegábamos a un acuerdo y con alguna broma que otra entre copa y copa.
Como anécdota y para entender mejor su personalidad, un día nos encontrábamos hablando en “El Paseo” y nos abordó una persona, cuyo nombre omitiré porque era cosa de ellos y yo no pintaba nada en ese asunto. Parece ser que este hombre le intentó entregar una cantidad de dinero a Francisco, el mismo que él le había prestado hacía años. Mi “Tito Rubio” lo miró de arriba abajo, le soltó una larga retahíla de culebras y letanías y después me invitó a largarnos de allí. Tomando unas cervezas me contó que le prestó ese dinero porque le prometió en su día que se lo devolvería antes de la boda de uno de sus hijos pues ya tenía que casarlos a todos y, como sabemos, en las bodas se necesita hasta el último euro, entonces pesetas. Cuando acabó le di mi opinión y le dije:
- El dinero era tuyo y tenías que haberlo cogido.
Me miro a mí también de arriba abajo, se cerró aquel capítulo de nuestras vidas y hasta hoy.
Hasta donde conozco, su vida fue tranquila pues tuvo suerte en cuanto al trabajo y la familia. Aunque los disgustos de nadie huyen pues con él no pudo ser de otra manera y, aunque sufriera alguno que otro, también es verdad que vivió como le dio la gana siempre pues, aunque fuera miembro también del enorme ejercito de pobres, jamás faltaron en su casa aquellos caprichos culinarios a los que era muy aficionado y no para consumirlos sino para ofrecerlos a sus invitados.
Hoy quiero recordar a estos dos esposos para proclamar que fueron dos personas honestas a los que muchos echaremos de menos siempre.
LA LUNA

Dedicado a D. Francisco Moreno Martos
“El Rubio de Ana María”
Siempre sonríes, cuando vas y cuando vienes.
A veces te escondes y, entre el algodón
oscuro, en la inmensidad desapareces.
Inspiración de poetas, lumbre fría de Colón.

De enamorados, citas los jueves,
bandera de oportunista santón.
Novia de la mar, sueño del grumete,
y, de las brujas, antigua estación.

A veces, vives en al agua de fondo verde
de “El Pilar Redondo”, tu piel de cristal bailón,
se mece en las olas de los muchos peces,
donde fondea el barbo pero no hay salmón.

Duermo escuchando su caño, a veces,
caer con suavidad, en aquel rincón,
donde el brillo de su agua no es inerte
pues da vida a cualquier mirón.



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