jueves, 29 de octubre de 2020

ROSARIO Y MIGUEL

Colaboración de José Martínez Ramírez

Las jornadas de sol a sol
y el agua más potable,
era del pozo surtidor,
la gente era amable.
Soportaban bien el dolor.
Los días herían como sables.
La aceituna y el sudor
cuando en los canales
dormía la lluvia a Dios,
que abandonaba las calles.
Por el campo, ese día paseó;
en Carchenilla había dos
niños; y un poco más grande,
su tía de nueve años al sol.
Sus abuelos y sus padres
la aceituna con pundonor,
como se hacía antes,
cogían, y en esa labor
día tras día, expectantes
de los niños y sin tractor,
pero con muchísimo arte,
vareaban la aceituna al son,
del Guadalquivir viajante.
Este era una exhalación,
por segundos más constante.
Se alejaron como ciclón
confiando en la llave,
que tenía en el corazón
la niña, cuida la tarde.
Miguel, ignorante, corrió
como un potro inquietante,
su tía llamándolo quedó
con Antonio sin soltarle,
que de todo se enteró
bastantes años más tarde.
Pero Miguel se alejó
volando en un instante.
Y el horizonte se quedó
huérfano de su semblante.
La niña, al poco lo perdió,
la angustia peor que un cáncer,
la alarma mucho creció,
se querían morir los padres,
y el abuelo se metió
con el frío de aquella tarde,
en el río, e inútil buscó
a su nieto. Desmayándose,
con su cuerpo y su dolor,
con una vara, y rezándole
para no encontrarlo, a Dios.
Voluntarios de la calle,
Guardia Civil también busco,
y la noche se hizo carne.
Hería mortal al corazón
de la niña y sus padres.
Era negro el sauce llorón
negros eran los tarayes.
El mochuelo cauto llegó
al olivo desde el cable.
Juanma pronto se trasladó
y en mano trajo el diamante,
y una estrella apareció
con él algo más tarde.
Como un perro lo buscó
bañando el suelo de sangre.
Huellas de niño en la labor,
él ni entiende ni sabe.
La música les regaló
una sirena cantante.
Un hilo de voz se escuchó
junto al manantial estanque.
Hacía allí corrieron los dos,
padre y tío en un instante.
Descalzo junto al peñón
lloroso de aquella tarde,
estaba Miguel con su error
sus lágrimas y su carácter.
Manolo a besos lo comió,
Juanma siempre tuvo arte.
Y la Peñona de alegría lloró
agua pura y fascinante,
Fuente que devolvió
un buen hijo a sus padres,
solitaria otra vez quedó,
cómplice de amores y cantes
del sediento olivo al albor,
y a la perdiz, en la tarde.


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