miércoles, 30 de enero de 2013


LAS RETORNAS
DE
“GALARDONES 2012”

Colaboración de Paco Pérez




Dª. ARACELI LUNA RAMÍREZ


Nació en Jaén el 11 de enero de 1936. Su padre trabajó de capataz de “Vías y obras” en RENFE y su madre, nacida en Lucena (Córdoba), siempre trabajó en casa y fue una buena ama de casa.

Recuerda con cariño que pasó su infancia muy feliz junto a sus cinco hermanos y que, aunque eran unos tiempos muy difíciles, ellos nunca pasaron hambre. La penuria de aquella época le hizo tener que guardar cabras y cerdos desde los 6 a los 13 años. Por esta razón nunca fue a la escuela, cosa que le hubiera gustado hacer, por lo que tuvo que aprender a leer y a escribir observando y escuchando a sus hermanos cuando hacían los deberes en casa por la noche. Esta situación de no ir al colegio que a ella le tocó vivir se debió a que su padre opinaba que sólo los niños tenían que estudiar.
Practicaba la escritura y las cuentas con un yesón de los albañiles en la carretera o con un palo en la arena mientras guardaba el ganado. De esta forma y gracias al empeño que siempre puso en sus cosas, aprendió a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir. Así fue cómo consiguió que unos años después ya no la pudieran engañar ni los banqueros.
Con catorce años, al casarse sus dos hermanos mayores, se hizo cargo de las labores de la casa porque su madre había quedado inválida. Así fue cómo le cayó encima, de golpe y sin otra solución para evitarlo, ese gran trabajo que genera lo anterior más un padre y tres hermanos.
Un año después aprendió el trabajo de modista y comenzó a coser para la calle. Lo que aprendió de esta profesión se lo enseñó su propio ingenio, descosiendo los vestidos o los trajes y volviéndolos a coser de nuevo.
Además de todo lo que se ha expuesto, que no fue poco, desde los 14 a los 16 años también desempeñó trabajos de “guardabarrera” en el paso a nivel de “Casa Tejá”.
Tras varios años de noviazgo, ya tenía 22, se casó con Bartolomé Navarro Calles, vecino de Villargordo (Jaén). Estuvieron casados 46 años y, desde hace 9, está viuda.
La vida, a veces, es muy cruel e injusta y a Araceli le tenía guardada una pena muy grande, la muerte de su hija María Navarro Luna. En el momento de los hechos María tenía 38 años y, dos años antes, había sufrido la muerte de Manuel Gutiérrez Vivanco, su esposo. Con su desaparición, cuatro criaturas de 2, 7, 14 y 17 años quedaron huérfanas y a la abuela Araceli no le quedó otra solución que sacar fuerzas de donde no las tenía ya para sacarlos a todos adelante. Fue una tarea larga y complicada porque de nuevo tuvo que criar y, además, lidiar la corrida de la adolescencia, ambas tareas no fueron y no son muy fáciles.
Mientras todo esto ocurría Bartolomé, su marido, cayó enfermo y le tuvo que acompañar, para cuidarlo, de hospital en hospital. En casa era su enfermera y le curaba las heridas y, gracias a sus cuidados, consiguió frenar la gangrena y salvarle los pies.
Todavía tuvo tiempo y fuerzas para desempeñar, en silencio, una labor solidaria con el prójimo, se hizo cargo del cuidado de un anciano vecino, José Moral Crespo El Rulo”, durante 20 años. Este señor quedó viudo y no tenía a ningún familiar que lo cuidara, ella lo hizo sin ningún interés porque José no poseía bienes materiales.
Considero que Araceli, por todo lo que ha pasado, es una señora genial a la que no se le resiste nada en la vida. Digo esto  porque me consta que, si es necesario, es capaz de arreglarse la lavadora, los braseros, un desagüe, poner en cualquier dependencia una instalación eléctrica o coserse un traje.
Por todo lo dicho de esta señora podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se doctoró en la “Universidad de la VIDA” y como sé de buena tinta que, aunque siempre procuró aprenderlo todo todavía tiene una espina clavada por no haber emprendido en su momento la aventura de “sacarse el carné de conducir”, también hubiera sido una buena conductora.
Por todas estas experiencias que le tocó vivir y por todas aquellas que, probablemente, se hayan quedado guardadas en el baúl del olvido es por lo que nuestro pueblo derramó alguna que otra gota, le agradeció escuchar su bella historia en la que queda constatada su catadura moral y de entrega en el marco de la familia como hija, hermana, esposa, madre, abuela, bisabuela y solidaridad con el prójimo la hacen merecedora del homenaje que recibió de nuestro pueblo al entregarle el “GALARDÓN DE BUENA VECINA 2012.
Hace años que conozco a la familia de Araceli y, sobre todo, a sus hijos fallecidos, Mari y Manuel. Los conocimos bien en casa porque fueron nuestros vecinos cuando vivieron en casa de los padres de Manuel hasta que se compraron su vivienda. Al vivir unas casas más arriba de la nuestra y después unas más abajo en Ramón y Cajal, como es lógico, la proximidad hace a las personas rozarse y de ese roce queda algo.
Siempre comentábamos en casa la gran relación que había entre Mari y su suegra María, otra gran mujer y vecina.
Unos años más tarde fui maestro de su nieto José Manuel, y, con el devenir del tiempo, el alumno y el maestro, desde hace ya algunos años, han afianzado la amistad que en el Colegio iniciaron. Esta realidad se ha dado por las relaciones diarias que les ha proporcionado el pasar, casi todos los días, unas horas reunidos mientras compartimos las partidas de ajedrez, los comentarios, las  conversaciones personales y nuestras salidas al entorno para fotografiar los bellos paisajes que nos circundan desde los cerros. 
La labor de Araceli con su familia creo que era conocida por la inmensa mayoría de los paisanos y yo un poco mejor por José Manuel.
Sus hijos y nietos estuvieron en el acto, unos subieron, y la mayoría se quedaron mezclados entre el público asistente.
Un abrazo para toda la familia y, de manera especial, para usted “SEÑORA ARACELI”.

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