jueves, 13 de febrero de 2014

María Mateos García

Tuve un gran amigo, se llamaba José Mateos García, hermano de María y mi relación con él propició que la amistad con ella y su hija siguiera adelante después de su desaparición. Cuando nos dejó, abatido por la enfermedad, sintió mucho hacerlo porque tenía que separarse de la persona que más quería en este mundo, su hija Trini. Si se marchó más reconfortado fue porque confiaba plenamente en su hermana María pues, una vez más, ella sabría estar pendiente de su niña en todo momento, como los buenos toreros, atenta a lo que ocurriera a su alrededor y a lo que pudiera necesitar. No te equivocaste querido amigo porque, con sus 83 años, aún sigue vigilante al pie del cañón y, además, pendiente de tus 6 nietecillos... ¡¡¡Me habría encantado fotografiarte en escenas como ésta!!!

José era algunos años mayor que yo pero ese escalón, a veces es insalvable porque limita las relaciones humanas, no fue para nosotros un separador porque, tal vez, sí fue un elemento aglutinador. Fue una relación diaria desde que en 1975 volví a nuestro pueblo para fijar aquí mi residencia de manera definitiva pues el trabajo me dio esa oportunidad y yo no la rechacé.
En aquellos años todavía había clase por las tardes, salíamos a las 17:00 horas y él me esperaba paseando en “El Paseo”, después de los saludos de rigor nos íbamos a tomar café. Una vez acabados paseábamos de nuevo en ese mismo espacio o nos encaminábamos por la carretera de Mengíbar hasta los “Palos cruzados” o la “Casilla del cura”. En esas caminatas vespertinas hablábamos de  muchos temas, en ellos nuestros secretos afloraban y los debatíamos, una vez acabados quedaban guardados en nuestro interior para siempre. Así fue como conocíamos a fondo los asuntos que incidían en el funcionamiento de nuestras familias o los hechos que, a nivel personal, se nos planteaban en el trabajo o en nuestro entorno.
En aquellos años todavía vivían sus padres, Juan ManuelPepe el calvo” y Trinila paloma”.
Entonces ya vivían fuera cuatro hijos y éstos los visitaban todos los años, al menos una vez.
En Francia todavía vive Quica, casada con Lorenzo “Cambil”, y en el verano venían acompañados de su único hijo, Juan. José quería mucho a sus cuñados, decía de ellos que eran buenísimos, pero sentía un cariño especial por Lorenzo, cuando hablábamos de su viaje de regreso en aquel cochazo de entonces, un Renault 12 de color verde botella, siempre decía de él lo mismo:
- Éste es un animal, se monta y no sabe cuándo va a parar.
En la casa de sus padres teníamos el punto de encuentro muchos días, cuando yo estaba soltero, porque como vivía en la misma calle tenía que pasar por su puerta y llegar era una obligación. Era muy divertido estar con esta familia, por sus increíbles reacciones y dicharachos ante cualquier tema que se planteara y a mí me encantaban sus formas.
María, en aquellas fechas, trabajaba como empleada de hogar en Jaén con la familia de Dª Josefita y José “Pilritos”. Por esa razón todos los días iba a visitar a José en su puesto de venta de la ONCE, lo tenía en la puerta de la “Oficina Principal de CAJASUR”, plaza de “Las palmeras”. Ella, de vez en cuando, también bajaba al pueblo, para atender a los padres y a su hermano en lo que necesitaban.
Cuando murió Dª Josefita, María continuó atendiendo a su esposo José pero ahora lo atendía dos mujeres, es decir, aumentó el personal de servicio, Lucía María y ella. No creo que tenga que explicarles de manera profunda el por qué ahora aumentaba el número de empleadas de hogar si había que atender a una persona menos. María siempre supo cuidar las formas y evitar las habladurías, así estuvieron hasta que también murió José.
Este hecho le hizo regresar al pueblo se dedicó de manera total al cuidado de la familia y aún sigue en la brecha, a pesar de su avanzada edad. María, muerto su hermano, formalizó la adopción de su sobrina Trini y puedo afirmar, porque lo sé de buena tinta, que renunció a casarse para no dejar abandonados a quienes la necesitaban por tener ya una avanzada edad, los padres, y a los otros por las circunstancias especiales, hermano y sobrina.
No se casó pero su comportamiento ejemplar con Trini ha sembrado escuela y, aunque haya tenido que moverse mucho y sufrir más, ha recibido su recompensa de manera abundante porque los hijos que ella no pudo tener se los ha regalado Dios al bendecir a Trini con seis criaturas, todos varones.
Lorenzo y Quica venían en julio para pasarlo con la familia pero coincidían con quienes en aquellas fechas lo hacía desde Barcelona: su primo hermano Pascual y esposa, fallecido, y el incansable Diego López, fallecido, esposo de Carlota. José se lo pasaba con todo el mundo muy bien pero con éstos fenomenal, yo diría que bomba, y María disfrutaba viéndolo feliz, eso era para ella suficiente y nunca los acompañaba a las farándulas que organizaban, prefería quedarse de guardia en el cuartel con los mayores. Así pensaba entonces y así se comportaba, sigue haciendo guardia en el mismo cuartel pero con diferentes soldados.
Yo los acompañaba en momentos puntuales porque hacer todas las estaciones estaba reservado para ellos, eran de las mejores cucharas que he conocido.
El Sr. López tenía fama de incansable y de saber disfrutar de las delicias del pueblo como ningún otro residente de la periferia española, venía a eso y, como es lógico, no iba a volverse sin probar los pajarillos que vendían en el Bar de “La castaña”, en Las Infantas.
También le encantaban las gambas del “Tropezón” e incluso los borregos asados en “El Recreo”. Ojo, he puesto al Sr. Diego delante porque siempre hay que echarle las culpas de lo que hacemos a alguien y, como en nuestras reuniones no había niños, pues la verdad de la noticia es que nadie de los reunidos se quedaba trasero, incluido yo.
Por las mañanas iban de compras a casa de Pedro DelgadoEl serio” y metían en el cesto: mucho pan, sardinas arenques, morcilla… Antes ya habían comprado tomates en la frutería. Se encaminaban al “Tropezón” y, debajo de la higuera que había en el corralón que antes fue el famoso Cine de PacoEl boticario”, se hacían una pipirrana para acompañar a todo lo anterior, como es lógico algunos leguis de vino blanco de la popular marca “Los Marcos” también entraban por sus lindos gaznates.
Una vez acabados, se podía observar desde lejos el destrozo que habían hecho por el tamaño de sus abultadas panzas, se salían a mostrarlas sin el más mínimo pudor a las sombras del “testero cartelero”, se daban unos cuantos paseos para deshacer las bolas delanteras y a las 12:00 horas, más o menos, ya empezaban la liguera del medio día.
En este recorrido matutino no los acompañé jamás, me incorporaba a su reunión más tarde para tomar unos vinos y en las otras reuniones borregueras con las damas.
He continuado visitando el hogar paterno de mis amigos. Ahora lo hago en momentos puntuales, como el de unos meses atrás por el percance de María o cuando le han otorgado el “Galardón de buena vecina”. Cuando nos vemos en la calle charlamos y rara vez no aflora el recuerdo del fallecido. María, a veces, me cuenta sus cosillas y todo esto nos permite mantener un roce más grande de lo normal, por eso aquella amistad que arrancó hace muchos años aún perdura pues, aunque José ya no está, sí siguen en esa casa Trini y María.
La muerte de los padres, la de José y la edad de los que están fuera han sido las razones que los han llevado a que ya no vengan con la puntualidad veraniega del pasado.
Una mañana fui con mi esposa al Ayuntamiento para el tema de la nueva tanda de nichos y, en el pasaje, vimos el cartel anunciador de los “Galardones del buen vecino 2013”, en ese momento recibimos la noticia de que a nuestra gran amiga María le habían sido tenidos en cuenta sus desvelos por los demás para premiarla en ese evento y, la verdad, recibimos una gran alegría.
Siempre que se premia a alguien es porque hay alguna razón y, aunque a veces se cometen arbitrariedades innecesarias, con los premiados del 2013 creo que se ha actuado con total justicia. Todos os merecéis el reconocimiento y, entre ellos, estás tú querida amiga y creo no equivocarme si afirmo que esa noche José hubiera sido el hombre más feliz de la tierra si hubiera podido estar sentado en una butaca del “Salón de actos” para escuchar la lectura de tus méritos y percibir, en silencio, el calor que tus paisanos te daban con sus aplausos mientras tú recibías el reconocimiento.
Seguiremos siendo amigos hasta que la ley de la vida nos separe, como ocurrió con José y, como despedida, recibe el cariño sincero de tus amigos...

                                                                            Mari y Paco.


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