jueves, 3 de septiembre de 2015

EL PECHO DE LA ERMITA

Colaboración de Paco Pérez

Francisco Pérez Soriano, mi abuelo, fue una persona muy popular para ciertas generaciones de villargordeños y para otras, las nuevas, un total desconocido debido a que murió en 1981 y desde entonces ya ha llovido bastante en nuestro pueblo, razón más que suficiente para que su huella esté en peligro de extinción. Lo fue por su forma de entender la vida y yo diría que en ese campo se anticipó en varias décadas a sus coetáneos y en otros temas fue una persona normal que amó a su pueblo y por ello siguió fiel a las tradiciones del lugar, por ejemplo, su incuestionable fervor por el Santísimo Cristo de la Salud.

En este tema no fue único, hubo otros villargordeños que también sintieron como él y como una cosa es predicar y otra el dar trigo pues lo mejor será aportar un documento que me regaló Adriano Jiménez Almagro, un buen amigo. Éste está fechado el 1 de julio de 1926 y creo que acredita suficientemente cómo pensaban sobre el tema:
Cuando era joven, como componente o no de la Junta de la Cofradía, colaboraba en las actividades que se programaban para poder pagar los gastos de los actos religiosos en las Fiestas de Santiago, principalmente los “castillos de fuegos artificiales” que se quemaban los días 24 y 28 en la explanada que hay frente a la puerta del campanillo y la “banda de música”.
Él mantenía con los cortijeros unas relaciones muy fluidas por su profesión de “herrador”, os recuerdo que era el zapatero de los animales que ellos tenían para los trabajos agrícolas, y por esa razón visitaba con bastante frecuencia sus casas de campo. Estas circunstancias le permitieron, después de trabajar con ellos durante años, el tener una buena amistad y de ahí que le dieran con suma facilidad los donativos, en trigo, que necesitaba la Cofradía para las “Fiestas de Santiago”.
Con el paso de los años los terratenientes abandonaron la costumbre de vivir en los cortijos, se marcharon a Jaén y ya no valía el ir a pedirles trigo para el Cristo de la Salud, actividad que hacían de manera voluntaria con los carros y los mulos los cofrades colaboradores.
Como éstos ya estaban mayores y cansados de hacer esa labor de recaudación de fondos pues cedieron el timón de la Cofradía a otros más jóvenes, cambiaron las formas de financiación y él se limitó ya a ver pasar el Cristo desde la puerta de su casa.

Todos sabemos que antaño el “Pecho de la Ermita” tenía un pavimento natural cuyos materiales eran la tierra, las riscas, las piedras y los pinchos secos.


Pues bien, en estas circunstancias adversas el Cristo bajó y subió durante muchísimos años en procesión, los días 24 y 28 de julio, acompañado de los vecinos del pueblo y de los villargordeños que se habían marchado a otros lugares de España y del extranjero en busca de trabajo y que regresaban al pueblo en esas fechas tan entrañables y señaladas. A pesar de esas dificultades bastantes personas que habían recorrido muchos kilómetros lo hacían descalzas –ahora también- para cumplir las promesas que habían ofrecido a su “Cristo de la Salud” por razones diversas.
Murió con 93 años, tuvo tiempo de vivir muchas experiencias en todos los terrenos y esa circunstancia le permitió comprobar que, a pesar de que hubo bastantes reformas y modificaciones en las calles del pueblo, a esa nunca le llegó el turno y por ello seguía igual que cuando él era un niño. Esta reflexión se alió con sus sentimientos hacia el “Cristo de la Salud” y por ello decidió en 1967, cuando tenía 80 años, actuar… ¿Por qué?
Porque consideró que ya había llegado la hora de que el pavimento de esa calle fuera arreglado.
Unos meses atrás estaba en “El Tropezón”, cumplía el ritual de la liguera y, mientras bebía una copa de blanco leía la prensa deportiva, llegó Juan Antonio Martos. Hablamos de diversos temas y acabamos con las cosas que hacía mi abuelo.
Al recordar una de sus travesuras resultó que Juan Antonio, a petición de mi abuelo, intervino en ella de manera indirecta. Leamos el relato de su vivencia, en qué consistió esa participación y la versión que le contó mi abuelo de los hechos.

Colaboración de Juan Antonio Martos

De todos es conocido que me crie y viví, hasta que me casé, en la casa de mi abuela, conocida popularmente como “La pensadora vieja”. Como la casa está en la plaza de la Iglesia pues por eso tenía muy buenas relaciones de vecindad con Francisco Pérez.
Una tarde de primavera pasé por su puerta para ir en busca de los amigos y él estaba sentado, como todas las tardes, en la acera de la puerta de su casa y lo hacía en una silla baja, estaba fumando su cigarro de “picadura” y vestía como siempre: pantalón negro, camisa blanca remangada y su inseparable chaleco negro. Éste tenía historia porque estaba lleno de agujeros, ocasionados por el ascua del cigarro que siempre tenía en la boca y zurcidos con resignación por su hija Marina una y otra vez. Para qué le iba a poner otro nuevo –decía ella- si al día siguiente va a estar igual de agujereado.
Ese día me llamó y entonces tuvimos esta conversación:
- Buenas tardes Sr. Francisco -así lo saludé.
- A propósito, pasa a la casa. Te voy a informar de un tema muy importante que voy a poner en marcha y quiero que me hagas un trabajo.
Pasamos a la casa, me contó sus intenciones y me puso un papel encima de la mesa para que escribiera. Entonces me dictó el contenido del discurso que pensaba dar en su momento y quería que se lo pasara a máquina, pues pensaba darlo el día 24 de julio desde el balcón de su vivienda.
El texto no era muy extenso pero sí reflejaba con claridad su intención: Llamar la atención del pueblo para poner en marcha el arreglo de la calzada del “Pecho de la Ermita”. Este fue su contenido:
Queridos paisanos, todos, vecinos de Villargordo.
Ha llegado la hora de que los ciudadanos de nuestro pueblo y los cofrades de la “Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud” se reúnan para que todos juntos procedamos al arreglo de la calzada por la que todos los años el “Cristo de la Salud” baja y sube en procesión.
No podemos soportar, ni un año más, que la calzada siga en el estado en que se encuentra por culpa de la pasividad del Excmo. Ayuntamiento; encabezado por D. Luciano Jiménez García, como alcalde; por el capellán de nuestra parroquia, D. Antonio Barredo Salazar y por la Junta de Gobierno de la Cofradía del “Santísimo Cristo de la Salud”.
Por lo dicho propongo que el pueblo se manifieste, recaude fondos y proceda al arreglo de dicha calzada mediante el pago de una cuota por familia pues el “Cristo de la Salud” es del pueblo y para el pueblo pero no lo es de la parroquia, de la Cofradía y, mucho menos, del Ayuntamiento.
Unos días después yo cumplí el encargo que me hizo, lo escribí a máquina y se lo entregué.
Más adelante supe que su hijo, D. Luís Pérez, iba casi todos los días a visitarlo; entonces él tuvo el desliz de enseñarle el escrito que yo le había mecanografiado y le comentó lo que pensaba hacer el día 24 de julio. El hijo intentó quitarle de la cabeza la idea pero no consiguió nada más que cabrearlo.
Al día siguiente, como D. Luís y D. Luciano eran muy amigos, pues fue al Ayuntamiento para prevenirlo sobre lo que su padre pensaba hacer cuando pasara la procesión del Cristo por su puerta, subirse al balcón de la casa y leer el discurso que ya tenía preparado.
Unos días después pasó D. Luciano por la puerta, se paró con él de manera intencionada, entablaron conversación, y durante ella aprovechó el alcalde la ocasión para preguntarle:
- Francisco… ¿Es verdad que piensa usted subirse al balcón para hablarle al pueblo?
- Te han informado bien, seguro que ha sido mi hijo.
– Luís no me ha dicho nada, es un comentario del pueblo y me he enterado por los municipales. Francisco… ¿Podría usted dejarme el escrito para leerlo con tranquilidad y así veo si le podemos añadir algo más?
– Ahora mismo te lo traigo.
Entró  en la casa, le entregó el escrito, se despidieron con amabilidad y D. Luciano prometió devolvérselo en unos días pero la verdad fue que éstos iban pasando y la promesa que le hizo no se cumplía.
El Sr. Pérez seguía confiando en que un día u otro el Sr. Alcalde tendría que pasar por allí para ir a su casa pero cuando comprobó pasaban los días y no aparecía se mosqueó y entonces decidió montarle una buena estrategia para cazarlo, por algo era muy mayor y también un zorro viejo.
Cuando D. Luciano iba para casa se mudaba a la acera contraria y así veía si el Sr. Pérez estaba o no sentado en su silla, lo hacía desde la puerta de Paco Huertas “El feo”. Una vez comprobado el hecho, si no estaba pasaba y si estaba se daba media vuelta y regresaba a casa por la Cañailla.
Un día, el Sr. Pérez no sacó su silla a la puerta y se sentó dentro de la casa para esperarlo. Cuando lo vio pasar salió a la calle y con su voz potente lo sorprendió y le dijo:
- ¡Hombre, Luciano, no está mal. Por lo que veo te creías más listo que yo y no has pensado que tengo más canas que tú y que por eso un día u otro tenías que caer donde has caído!
– Francisco, es que no he tenido tiempo de leerlo.
– Bueno, vamos a lo nuestro… ¿Cuándo me vas a devolver el discurso que te dejé para que le echaras  un vistazo?
– Un día de estos te lo traigo.
– Si piensas jugar conmigo estás totalmente equivocado porque lo que te has llevado ha sido la copia, no olvides que el original está dentro de mi cabeza –mientras le decía estas últimas palabras se la golpeaba con la mano. Te recuerdo que, con papel o sin papel, me voy a subir al balcón ese día.
Después de este encuentro las cosas fueron a peor pues D. Luciano le dijo a D. Luís que convenciera a su padre de que no se subiera al balcón porque de hacerlo se vería obligado a meterlo en la cárcel. También intervinieron para impedirlo el Comandante de puesto de la Benemérita y el Párroco.
Como no era tonto, comprendió que el revuelo que levantó no le iba a traer nada más que líos y, finalmente, optó por no cumplir lo anunciado.
Cuando terminaron las fiestas subió a Jaén y habló con el Obispo de la Diócesis, D. Miguel Peinado Peinado, para exponerle que el Párroco estaba de acuerdo con el Alcalde para no arreglar la calzada de la Ermita y que por ello debía de trasladarlo a otro pueblo.

No olvidemos que en aquellos años Franco todavía mandaba en España y que las instituciones actuaban unidas para que no hubiera revueltas que modificaran el guión oficial.

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