viernes, 18 de septiembre de 2015

HISTORIAS DEL “CHACHO DOMINGO”

Colaboración de Paco Pérez

Este viaje al pasado me fue regalado por Francisco Martos Torres “Franciscoche”. Mi primo es una de las personas más graciosas que hay en el pueblo, hijo de Domingo Martos Mendoza, un personaje célebre que protagonizó en su vida algunas historias dignas de ser conocidas.
El 31 de enero de 2013 viajé con Mari a Jaén y “Franciscoche” se subió también en el autobús porque vive en la capital. Nos sentamos juntos y comenzamos a recordar cosas del pasado y así fue cómo surgió el que nos hablara de las cosas que tenía su padre:

LA LIGUERA
Canalejas, Domingo Martos Mendoza, Juan Manuel Lerma “El herrero viejo” y Juan Miguel Aranda Moreno (padre de Pepe “El perrillero”) se reunían en tertulia vinatera para saborear una botella de vino blanco. Realmente era una forma de hacer “botellón” pero tenía unas diferencias notables con el actual modelo:
1.- Usaban una caña para no tener que chupar en la botella, ahora sí lo hacen cuando se reúnen alrededor de una litrona de cerveza.
2.- Éstos llevan bolsas de patatas u otras cosas como aperitivo y ellos, por no llevar, no llevaban ni ganas de hablar.
En lo que sí coinciden ambos modelos de tertulia es en el lugar de reunión, un acerado cualquiera en cualquier calle del pueblo.
Un día, estaban reunidos nuestros recordados antepasados en esta situación y tomó la palabra el más viejo de ellos, Juan Manuel. En él se daba la circunstancia de que era el que menos hablaba de todos pero aquel día debió de sentirse inspirado y les dijo, mientras sostenía la botella en una de sus manos:
- En todo el globo de la Tierra no hay otras personas más felices que nosotros.
- ¿Por qué dices eso? – le interrogó Canalejas.
Juan Manuel volvió a tomar la palabra, después de un notable silencio, para afirmar con rotundidad:
- Porque hay personas que necesitan mucho para ser felices y a nosotros nos sobra con poder bebernos juntos una botella de vino.
Cuando Juan Manuel acabó de exponerles su razonamiento los demás corroboraron su afirmación y la conversación se animó algo sobre el tema de la felicidad.
A ellos los temas les duraban poco tiempo porque nadie contradecía a nadie y así el asunto quedaba finiquitado en unos minutos.
Había retornado el silencio a la peña y Juan Manuel, que aquel día debió de haber comido lengua en casa, tomó la palabra de nuevo y les dijo:
- Llevo algunos días dándole vueltas al tema y hoy os lo voy a plantear.
Como tardaba en volver a hablar, era su costumbre, los colegas se miraban en silencio y Tirita lo rompió para preguntarle:
- ¿Qué nos ibas a decir?
- Soy el mayor de los que nos juntamos y por eso me tendré que morir el primero, es ley de vida y hoy os voy a pedir un favor… ¿Me lo haréis?
- Primero tendrás que decir lo que quieres – le propuso Domingo.
Se tomó unos minutos antes de responder y les dijo muy decidido:
- Quiero que, el día que me muera, me hagáis una corona con hojas de “pámpana”.
Cuando acabó su petición todos aceptaron cumplir lo que les pidió y a continuación se mondaron de risa, algo raro en ellos, pues sus tertulias parecían un funeral.
Al concluir su relato lo sorprendimos cuando le comunicamos que ahora le íbamos a contar unas historias de su padre que él no conocía:

LA CAJA DEL DIFUNTO
Domingo Martos Mendoza, padre de “Franciscoche”, era tío de mi madre y un gran carpintero, igual que todos sus hijos, pero un pésimo profesional porque pasaba demasiado tiempo agarrado al vidrio y esa debilidad le hacía no ser responsable con sus obligaciones en el campo laboral.
Cuando le encargaban una caja para un difunto y los familiares se presentaban en la carpintería para recogerla él tenía la costumbre de repetir este ritual:
- Un momento muchachos, tenéis que tomar un trago conmigo antes de coger la caja pues a este buen amigo hay que echarle las honras antes de que lo metáis en ella para siempre. No sería yo justo si le diera un tratamiento diferente al que di a otros paisanos muertos antes que él y a los que también tuve el honor de conocer y hacerles las cajas.
Entonces sacaba la botella, todos se situaban alrededor de ella, tomaban un trago, la cargaban en los hombros y se marchaban para la casa.
Así se las gastaba el chacho Domingo en su trabajo.
Cuando puso el listón de su profesionalidad en la cima fue cuando murió mi abuelo Cayetano López Pérez.
Era esposo de su hermana Rosa Antonia Martos Mendoza y, como es lógico, cuñado del artista carpintero.
Cuando murió el abuelo Cayetano mi madre tenía catorce años y era la mayor de tres hermanos, supongo y no afirmo, que esa desgracia familiar lo trastornaría bastante debido a la pena que le causaría su muerte  y esa fue la razón que le hizo fallar en su responsabilidad carpintera más de lo debido, esta vez se pasó con la botella un montón de pueblos y fue tan grande su dejadez que llegaba la hora del entierro y no lograba acabar la caja. Su esposa, la chacha Luisa, fue una mujer como la copa de un pino y tuvo la valentía de remangarse, irse hasta la carpintería para recordarle su falta de responsabilidad, coger también los instrumentos de trabajo y empujarlo a culminar la faena. Gracias a este gesto de ella y a su ayuda se pudo acabar y mi abuelo se enterró a su hora.
En esta historia familiar el botellón no solucionó la pena pero sí pudo provocar un escándalo sin precedentes en el pueblo pues hay que tener en cuenta que, en aquellos años, estas escenas impresionaban más de lo normal.
Esta historia no la conocía “Franciscoche” y se la tuve que contar yo, bastante más joven que él. Pude hacerlo porque soy el nieto mayor del muerto y mi madre me contó los hechos.

DOMINGO O EL ESPÍRITU DE LA CONTRADICCIÓN
Magdalena Martos Torres, hermana de “Franciscoche”, era muy amiga de las tías de mi esposa, Catalina y María López Cañas.
Las mujeres del pueblo, cuando se aproximaban las Fiestas de Santiago subían a Jaén para comprarse las ropas y los zapatos. Estas jóvenes acordaron el día en el que iban a subir pero Magdalena tenía que torear antes el toro bravo de su padre Domingo y no sabía cómo hacerlo. Cuando le contó a su abuela materna lo que había planeado con sus amigas, ésta le dijo lo que tenía que hacer pues sabía cómo respondería su padre.
Cuando la estrategia pensada por la abuela estuvo bien planeada y asimilada acordaron plantearla a su padre un día, durante el almuerzo. Estaban todos comiendo y comenzó Magdalena a gimotear contra la abuela:
- Abuela… ¿Por qué no puedo yo ir a Jaén con mis amigas?
– Porque ellas van con su madre y tú no vas a ir sola.
– Nena… ¿Qué has dicho? – preguntó Domingo.
– Que la abuela dice que no voy yo a Jaén sola a comprarme cosas para las fiestas.
– Luisa, prepara lo que necesite la niña para que mañana vaya con sus amigas a Jaén.

Aquella noche, por si se arrepentía, se fue a dormir a casa de Catalina y María y se lo pasaron muy bien cuando ella les contó lo que tuvo que hacer para ir de viaje.

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