jueves, 28 de enero de 2016

HISTORIA DEL NOMBRE DE VILLATORRES

Colaboración de Antonio Cañas Calles
Capítulo IV
ARGUMENTOS PARA OPONERSE AL NUEVO NOMBRE

Los que no quieren poner
Villatores en sus labios
son los que a todo se oponen,
los que con nada están hartos,
son los que tanta tristeza
nos produce el escucharlos.

De ese mal que ellos padecen
es muy fácil el contagio
pues por todas partes se hallan
y por todas hacen daño.
Tienen distintos matices:
Unos son vivos y falsos
que en todo quieren sacar
partido, según sus cálculos,
sabiendo bien lo que dicen
y hablando mal a los cándidos
de todo cuanto en el mundo
los hombres hagan honrado;
son sordinas de lo bueno
y altavoces de lo malo,
que exagerarlo procuran
o lo inventan con descaro.

Como se ven incapaces
de un sentimiento elevado,
como sólo les importa
figurar y ser notados
para poder compensar
sus complejos y resabios,
porque no les haga sombra,
pues no se elevan un palmo
en la altura de sus miras
ya que son ruines y bajos,
a todo cuanto en el mundo
destaque noble y gallardo
procuran hundir con su arma:
el veneno de sus labios. 

Se alaban como los únicos
en saber lo que es sensato
mientras las obras ajenas
presentan como fracasos;
como de todo presumen,
presumen en este caso
de que son villargordeños
a tradición aferrados,
de que no quieren cambiar
el nombre que les legaron
sus padres y sus abuelos,
a los que ahora echan mano.
Quieren poner por testigos
a venerables ancianos
que lo que no conocieron
no pudieron pronunciarlo,
mas por otra parte ignoran
que fueron hombres sensatos
que hubieran visto con gusto
la conveniencia del cambio,
las ventajas de esta unión,
y lo hubieran aceptado.

En los que tanto presumen
de castizos y de clásicos,
en los que dicen honrar
a venerables ancianos,
es posible que haya algunos
que se olvidan, sin embargo,
que sus hijos son los nietos
de los que a ellos procrearon
y en lo de nombres no dudan
al bautizar a sus vástagos
en coger del santoral
los más extraños y raros,
quedando los de sus padres
para siempre ya olvidados;
mas no pretendo decir
que eso sea bueno ni malo,
tan sólo que no presuman,
ante ignorantes y cándidos
de que aman los viejos nombres
para obtener sus aplausos.
¿De la tradición amantes?
Señores, ¿y desde cuándo?

Y si los hay de esta clase
es porque hay también incautos
que por natura no tienen
sus sentidos despejados;
sin voluntad ni criterio
víctimas son del engaño,
son del último que llegue,
del que quiera manejarlos;
son miopes de la mente,
aunque también fértil campo
en donde suelen sembrar
los vivos y aprovechados.
¿Tienen culpa? No, señores;
es que más de sí no han dado.

Hay por último otro tipo
que puede hacer mucho daño;
por todas partes se meten,
son los malintencionados.
Lo limpio suelen ver turbio,
lo turbio dicen ser claro;
sus mentes sólo están hechas
para lo vil y lo bajo;
si alguno quiere mostrarles 
algo noble y elevado,
no se esfuerce que, por cierto,
lo verán torcido y malo;
tienen mentes retorcidas
que rebuscan en lo humano
todo lo mísero y sucio;
por eso yo los comparo
del mundo de los insectos
con el ruin escarabajo;
que, habiendo cubierto Dios
de hierba y flores los campos
en la hermosa primavera,
sólo se afana buscando
lo que todos bien sabemos;
¿para qué voy a mencionarlo?
Te amo tanto, Villargordo,
que Villatorres te llamo.
  

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