miércoles, 13 de marzo de 2019

NUESTRO ENTORNO


Colaboración de Paco Pérez
ALMENARA
CAPÍTULO IV-B
Me llevé una gran desilusión el día que visité la cortijada de Almenara” por primera vez y, recorriendo su conjunto arquitectónico, fui fotografiando todo lo que se me fue poniendo delante: Algunas construcciones se encontraban en un estado calamitoso o ruinoso, otras se mostraban bien conservadas y muy pocas habían sido restauradas recientemente.


En el centro del conjunto aldeano me encontré, diseminados alrededor de una amplísima “era”, una exposición de “aperos de labranza” inservibles que habían sido abandonados allí desde hacía algunos años y por esa razón mostraban al visitante con realismo –por estar manchados de óxido- la huella inequívoca de los efectos erosivos que le habían causado las inclemencias meteorológicas durante esos años de abandono. Durante el recorrido por ella, al estar enclavada en un altozano, pude observar desde allí los bellos paisajes de su entorno.


El mítico recinto, observando el estado deplorable de algunas de sus construcciones, me hizo volar al pasado y entonces recordé que entre aquellas paredes habían quedado enterrados muchos relatos de trabajo dolorosos; los de la convivencia entrañable que hubo entre los trabajadores; los del trato poco humanizado que recibieron de quienes los contrataban; las anécdotas graciosas que protagonizaron, sirviéndoles para reír, a pesar de que el día a día era para llorar…

Mientras presenciaba con pena aquel pasado reciente me preguntaba… ¡¡¡Cuántos personajes célebres villargordeños trabajaron en estos campos de sol a sol, malcomiendo y durmiendo peor, en alguna de estas ruinas!!!
Cuando apareció alguna edificación en estado de habitabilidad aceptable fue cuando pensé que en alguna de estas viviendas sería donde se reunían ahora muchos cazadores para reponer las energías gastadas después de haber pateado los entornos del lugar para cazar en el “coto” la perdiz, el conejo o la liebre.
En el pasado, en esas viviendas derruidas de “Almenara”, también se alojaban sus propietarios durante la mayor parte del año y sólo venían al pueblo o subían a Jaén durante los días de fiesta; en las cocinas rústicas se preparaban y comían los alimentos y los trabajadores, cuando acababan la cena, se retiraban a sus confortables aposentos para dormir, los pajares que había junto a las cuadras… ¡¡¡Esos eran sus dormitorios y las camas donde estiraban sus cuerpos cansados la paja que servía de alimento a los animales!!!


Durante muchos años nuestros paisanos trabajaron y vivieron en este lugar contratados, sin firmas en papeles, a estas condiciones laborales de las que nunca se hablaba pero sí se aplicaban: Pocos derechos y muchos abusos; poco sueldo para una jornada laboral de sol a sol; comida no muy abundante y ligera de sustancias grasientas, saboreando la carne cuando se mordían la lengua; las duchas no existían y la práctica de higiene habitual consistía en lavarse como los gatos en invierno, echarse en verano por la cabeza unos cubetazos de agua junto al pozo o mojarse con la lluvia si les pillaba en la “besana” arando.

Cada quince días “holgaban”, venían al pueblo y cumplían este ritual: Traer el dinero a casa, asearse en mejores condiciones, cambiarse de ropa, alimentarse mejor, cumplir con la parienta, visitar el bar para reunirse en tertulia con los amigos y tomarse algunos vinos de más. Los bares se llenaban, todos fumaban como carreteros y el humo salía por la puerta como si de un incendio se tratara, la mayoría se emborrachaba, entonces las voces llegaban hasta el cielo y las peleas eran más frecuentes que en las películas del “Oeste”. En el celuloide el valiente siempre desenfundaba más rápido que sus oponentes y acababa con quienes se ponían delante pero en nuestros bares no se solucionaba el problema con tanta rapidez debido a que, algunas veces, el camarero tenía que llamar al Cuartel para denunciar lo que pasaba, entonces se presentaba la pareja de la Guardia Civil en el establecimiento vinatero, identificaban a los del follón, les daban unas cuantas “guascas”, se acababa la pelea, los camorristas se quedaban más suaves que un guante y ya se marchaban a su casa tranquilos.
Al día siguiente, de madrugada, se marchaban andando hasta el cortijo para realizar su jornada laboral… ¡¡¡Menudos cuerpos llevaban para ir detrás del arado!!!
La realidad descrita también tuvo sus excepciones pues hubo algunas familias cortijeras que sí se portaron muy bien con sus trabajadores.



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