miércoles, 20 de marzo de 2019

NUESTRO ENTORNO


Colaboración de Paco Pérez
ALMENARA Y SUS PERSONAJES
CAPÍTULO VI-D
Ya comenté que los labradores que vivían en esa “cortijada” no se comportaban de la misma manera con los asalariados y estos tratos dispares no pasaron inadvertidos para ellos, con el paso de los años se comprobó que el dolor que les causaron no fue olvidado. No lo fue porque cuando no pasamos la página de las ofensas éstas se acumulan en nuestro interior, emergen con virulencia más adelante y nos empujan a pasar la factura a quienes no lo hicieron bien con nosotros.

Dicen que todas las reglas tienen su excepción y el relato que hoy presentó también la tuvo. Este hecho real me obliga a ser justo con la figura, ya desaparecida, de una señora que dejó en nuestro pueblo una huella imborrable, se llamaba Esperanza Torres CastellanoLa mediquilla”.
Se la conocía así porque su padre, D. Miguel Torres Ciprián, ejerció como médico de su pueblo durante bastante tiempo.
Como profesional fue un genio de la medicina pero prefirió ejercerla en Villargordo (Jaén) y no en poblaciones de más categoría. Con el paso de los años los políticos le reconocieron su labor y le pusieron su nombre a la calle donde estaba la casa en la que vivió con su familia y atendía en consulta a los enfermos.
Ésta fue heredada por Esperanza, su hija menor, y en nuestros días el propietario es el señor Cristóbal Vivanco Torres “Benito”.
D. Miguel y su esposa Emilia Castellano Aranda tuvieron otras dos hijas más, María Antonia y Rosalía.
Esperanza fue una señora en todos los sentidos de la palabra porque reunía unas condiciones inigualables : Guapa, trato excepcional con los trabajadores, muy caritativa y bondadosa, una cristiana muy devota de la Virgen en la advocación del “Amor Hermoso”, muy buena vecina … Se le podrían agregar muchos más apelativos pero como nunca llueve a gusto de todos pues tuvo en su vida el “pero” de que no le fue bien en su matrimonio pues casó con un señor que no supo valorar a la gran mujer que tenía en casa y un tiempo después la abandonó, no tuvieron hijos.
Este cortijo era de su esposo y en él tenían fijada su residencia habitual pero también pasaban largas temporadas en la casa del pueblo que ella heredó de su padre. Cuando Esperanza venía a ella los villargordeños necesitados acudían a visitarla como las hormigas, unos iban y otros venían, porque sabían que algo se llevaban de lo que cosechaba o de lo que tuviera en la despensa: Trigo, cebada, garbanzos, lentejas, aceitunas curadas, dinero, aceite… A todos los que acudían socorría… ¡¡¡Nadie se preocupaba de atender los problemas ajenos, ella sí!!! 
El aceite lo guardaban en tinajas de cerámica que estaban ancladas en agujeros abiertos en el suelo para que no se volcaran y ella se inventó una estrategia muy buena para no tener que dar cuentas al marido sobre el aceite que regalaba a los necesitados… ¡¡¡La misma cantidad de aceite que regalaba se la reponía con agua a la tinaja!!!
Tanto fue el cántaro a la fuente que en una ocasión se puso en peligro el invento pues debió dar más aceite de lo habitual, el marido descubrió que había más agua de la normal en la tinaja y le preguntó:
- Esperanza… ¿no has observado nada raro en el aceite de esta cosecha?
– No… ¿Qué le pasa? – le preguntó ella haciéndose la sorprendida.
– Que ha desnudado pronto y ha soltado mucha agua – le contestó él.
- Bueno, otro año vendrá de otra manera la cosecha, entonces desnudará menos y también traerá menos agua.
Después de esta respuesta el marido dio por zanjado el asunto, aceptó su buena reflexión y ella continuó con sus regalos a pesar de lo que habían hablado.
Cuando España padeció los horrores de la Guerra Civil, tanto en la zona nacional como en la republicana, muchas personas se vieron afectadas por las acciones incontroladas de ambos bandos y los habitantes de los pueblos y ciudades sufrieron similares desgracias: Muerte de familiares y pérdida de las propiedades. Estos hechos también afectaron a algunas personas de Villargordo (Jaén) pero a Esperanza no le pasó nada porque la respetaron todos a pesar de ser una mujer que ya vivía sola… ¿Por qué?
Porque las buenas acciones que realizó en el pasado se convirtieron en unas excelentes semillas que sembró en las buenas gentes, no sirvieron de alimento a las aves de rapiña, en su momento germinaron, dieron buenos frutos después y entonces ella fue recompensada con una buena cosecha de respeto.
¿Por qué opino así?
Porque, como decía mi abuelo Paco, a las pruebas me remito: Sus propiedades no fueron confiscadas por los milicianos y en un momento muy delicado habló con energía y salvó la vida de un familiar, la de su sobrino.
Su hermana María Antonia estaba casada con un señor “cortijero” que era conocido como el “Chavea”, fue alcalde antes del conflicto y uno de los primeros fusilados por los milicianos.
Este señor dejó viuda, una hija y un hijo y por esa razón Esperanza, hermana y tía, los acogió en su casa después de la desgracia del padre.
Un día fueron hasta su casa tres milicianos armados, llamaron a la puerta, ella les abrió, pasaron al interior y, en presencia de todos los componentes de la familia, le comunicaron que tenían la orden de que el sobrino los acompañara.
Como ella conocía el significado de aquellas suaves palabras se enfrentó a ellos y les preguntó:
- ¿No habéis tenido bastante con haberle quitado la vida a su padre?
Estas palabras llenaron de silencio el lugar y paralizó al grupo, ella no se arredró y cargada de fuerza moral siguió haciéndoles frente:
- A mi hermana, que es su madre, ya la habéis dejado viuda… ¿También le vais a quitar ahora a su hijo?
Bajaron la cabeza, salieron de su casa y ya no regresaron más para molestarla.
El muchacho, por culpa del sufrimiento que recibió por la muerte del padre y temiendo por su vida si regresaban de nuevo a por él, estaba atemorizado por culpa del recuerdo de aquella visita, enfermó y un tiempo después murió muy joven.
Para alegrar el espíritu de las personas que nos leen, voy a recordar una anécdota curiosa que escuché muchas veces de mi esposa y que fue protagonizada por dos célebres señoras del pueblo, las que eran muy graciosas y muy amigas… ¡¡¡Las inolvidables PaulaLa Cachorra” y JulianaLa Pintá”!!!
Juliana vivía en la misma calle que Esperanza, en la casa que sus padres tenían en la acera de enfrente.
Un día, Juliana y Paula estaban hablando de sus cosas y, de pronto, Paula se quedó mirando muy fija a Juliana sin intervenir en la conversación. Ésta, como conocía muy bien a su amiga, se quedó muy sorprendida al verla en ese estado y le preguntó:
- ¿Qué te pasa?
Paula no le contestó de inmediato, siguió mirándola en silencio y después de unos minutos le dijo:
- Juliana, te estoy mirando desde hace un rato… ¡¡¡Y mira que eres fea!!!
Juliana quedó muy sorprendida por lo que le dijo su amiga y le contestó con un repente desconocido en ella:
- ¡¡¡Miiira, leeeche, si eso me lo hubiera dicho mi vecina Esperanza pues me hubiera callado pero que me lo digas tú que eres todavía más fea que yo!!!
Esa era la respuesta que esperaba Paula de ella y, cuando la recibió, comenzaron a reírse.
Emilia Castellano Aranda, la madre de Esperanza, debió tener algún problema y en sus rezos se echó una promesa: [Hacerle a la virgen del “Amor Hermoso” una capilla.].
Pasó el tiempo, murió y no la cumplió pero sus hijas sí mandaron construirla en el año 1942.  

Esperanza estuvo al frente de la Cofradía de esta advocación hasta su muerte, pagando siempre los gastos que se originaban durante los actos que se celebraban en la parroquia en el mes de mayo:
- Las “Flores”, durante todos los días del mes.
– El día 31 había misa por la mañana, los niños/as recibían en ella la “Primera Comunión” y por la tarde acompañaban en la “procesión” a la imagen que recorría las calles de nuestro pueblo.
A su muerte, Magdalena Martos TorresLa Chocolata” continuó con su labor hasta que también murió y ahora hay un “Junta de Gobierno” que administra, anualmente convocan una Asamblea y en ella, mediante un sorteo, se elige entre las asociadas la “Hermana Mayor” que presidirá los actos de la fiesta el año siguiente.
Hubo una señora, conocida como Anica, que estuvo cuidándola durante muchos años y cuando ella también envejeció Esperanza contrató a otra señora joven que las acompañara y realizara las labores de la casa.
Anica era viuda y su fidelidad con ella fue tan ejemplar que estuvo a su lado hasta que murió, a pesar de que sus hijos y nietos estaban en Barcelona.
Al morir Esperanza se levantó el testamento, en él estaba también su amiga fiel Anica pues le legaba la casa de sus padres y unas fincas de olivar.
Esta señora marchó a Barcelona después de que muriera su amiga y ella murió también al poco tiempo. Sus hijos vendieron después el olivar y la casa que heredaron, el señor Cristóbal Vivanco Torres es el actual propietario de la vivienda.

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