sábado, 3 de mayo de 2014

VIVENCIAS

Colaboración de Miguel Torres Moreno “El de Carchinilla”

Hace ya algún tiempo que comencé a visitar “Villargordo nos reúne” y, siempre que entro, me encanta leer los escritos que publicáis, veo que cada vez sois más y sería interesante que la participación fuera en aumento.
Por lo dicho anteriormente, he decidido colaborar hoy con el relato de un hecho real que me ocurrió en una de mis visitas a Villargordo.


Aunque yo soy un hombre chapado a la antigua, más de acción que de palabras, voy a intentar hilvanar un escrito y en él os contaré lo que me pasó en esa ocasión y que se podría calificar de milagro.
Yo he sido víctima en cuatro ocasiones de cólicos nefríticos y esa dolencia, el que no la ha padecido, no sabe lo que es: Un dolor insoportable, al que no hay más remedio que atajar a base de Buscapina u otro analgésico fuerte.
Escuché en una ocasión, de una madre de familia que también sufrió esta clase de enfermedad transitoria, que esos dolores son muy parecidos a los que se padecen cuando se paren a los hijos. Cuando terminé de escucharla le dije:
- Señora, muchas gracias por lo que acaba de comentar pues, desde hoy, ya podré decirle a algunas mujeres que son unas exageradas cuando afirman que si los hombres hubieran parido, aunque hubiera sido una sola vez, en el planeta Tierra ya no habría seres humanos.
- No crea usted que son tan exageradas – me respondió.
- Opino que esa afirmación no es cierta porque yo, ateniéndome a sus palabras, he parido CUATRO veces y algunos partos me duraron más que los de ustedes.
Después de lo que dije nos reímos mucho y ahí quedó la anécdota.
El hecho real que voy a relatar me ocurrió en la década de los ochenta, estando de vacaciones o de permiso, como decimos los de mi profesión. Nos alojábamos en la casa de mis padres, vivían en la calle “La Libertad” y, como me ocurrió en las otras ocasiones, empecé a sentirme mal por las molestias que lo acompañan, eran los síntomas inconfundibles que yo ya conocía de cólicos nefríticos pasados. Como el dolor tan terrible que éste produce, en vez de remitir iba en aumento, mi familia, rápidamente avisó al médico de urgencias. Éste, en unos minutos, se personó en casa para atenderme. Los minutos que transcurrieron a mí me parecieron horas, por no decir días.
El médico, al comprobar en qué situación me encontraba, determinó que tenía que administrarme un analgésico fuerte, sería mediante una inyección y avisó al A.T.S., el practicante como decimos los villargordeños.
A partir de aquí es cuando tiene lugar lo que yo digo que podría calificarse de milagro.
En pocos minutos se presentó el A.T.S. de guardia, era hijo de Pascual Carretero, no recordaba su nombre y él me comunicó que se llamaba Pepe.
Este hombre, en vez de proceder a ponerme le inyección que había recetado el médico, allí presente todavía, puso en marcha una actuación que me pilló de sorpresa pues cuando esperaba la inyección que me ayudara a reducir el dolor, lo que ya me habían hecho en las otras ocasiones que me ocurrió, me dijo:
- Miguel, vamos al dormitorio.
No fue de mi agrado lo que me ordenó hacer por la situación de dolor que padecía, lo afirmo porque su propuesta de actuación me sorprendió al ser algo totalmente diferente a lo que me hicieron en las otras ocasiones y, sobre todo, porque las personas  mayores tenemos mucho apego a lo conocido y nos mostramos poco amantes de los cambios. Reconozco que la propuesta de Pepe me hizo tener esa sensación pero obedecí sin hacerle preguntas, entramos en el dormitorio y una vez dentro me ordenó:
- Desnúdate de cintura para arriba y acuéstate en la cama boca abajo.
Obedecí sin preguntarle qué me iba a hacer, a continuación se puso de rodillas detrás de mí e inmediatamente comenzó a poner en marcha su plan de trabajo. Lo que me hizo fue darme unos fuertes apretones con sus manos en la zona de los riñones. Él, mientras trabajaba sobre la zona que he dicho me preguntaba:
- ¿Te hago daño?
- No, le respondía.
Ante mi respuesta él continuaba con su masaje fuerte sobre la zona donde me dolía y, con frecuencia,  repetía la pregunta sobre si me hacía daño y pasado un tiempo comenzó a hacer otra diferente:
- ¿Te duele la piedra lo mismo, menos o más?
Esta fue la conversación que mantuvimos durante un buen rato y llegó un momento en el que los apretones que me hizo fue una medicina santa para el cólico nefrítico pues el dolor tan terrible que tenía desapareció totalmente. Me quedé nuevo en cuestión de minutos y sin tomar ningún medicamento.
Tanto mi familia como los vecinos que se encontraban allí interesándose por mi estado de salud presenciaron en directo este episodio y no daban crédito a lo que había sucedido, entré en la habitación dando lamentos y salí andando por la puerta como si no hubiera pasado nada.
Cuando me presenté ante el médico le pregunté:
- ¿Tengo que ponerme la inyección?
- Si el dolor ha desaparecido ya no será necesario- me respondió.
Después, charlamos amigablemente sobre lo vivido y entonces le pregunté a Pepe:
- ¿Qué me has hecho?
- Te he aplicada una técnica que conozco y que da buenos resultados.
Me hubiera gustado conocer los secretos de la misma pero él respondió y nadie de los presentes le insistió en que lo contara.
Como hace ya tanto tiempo que falto de Villargordo pues desconozco si Pepe Carretero seguirá por el pueblo. De estarlo, quienes deseen confirmar lo que digo, podrán preguntarle y él les dará fe de lo que he relatado, aunque tal vez él no se acuerde de este hecho porque se lo aplicaría a más de un paisano.
Puedo afirmar que  a mí no se me olvida lo que me hizo y, de lo sucedido, lo más curioso es que yo ya no he vuelto a padecer ningún otro cólico nefrítico.
He querido dar testimonio de este hecho porque vivimos en unos tiempos en los que nos olvidamos pronto de las cosas buenas que recibimos; nos quejamos de todo al menor contratiempo; alegamos para hacerlo que tenemos derecho a la sanidad, a la enseñanza, a una seguridad ciudadana buena etc. y a muchas más cosas. Como nunca proclamamos que tenemos deberes pues, por lo anterior, si algo nos sale mal ya no buscamos la verdad y entonces culpamos a los profesionales que atienden el servicio e incluso los demandamos judicialmente. Es verdad que hay malos profesionales en todas las ramas del trabajo pero también los hay inmejorables, la mayoría, y por unos pocos atacamos a los colectivos.
Yo quiero levantar hoy mi voz y decir la verdad sobre unos profesionales sanitarios magníficos que acudieron con prontitud a nuestra llamada, que me atendieron muy bien y que me resolvieron mi mal con su magnífica profesionalidad.
¡Gracias

No hay comentarios:

Publicar un comentario