miércoles, 24 de febrero de 2016

PREGÓN DE LAS FIESTAS DE SANTIAGO 1994
Colaboración de Antonio Cañas Calles
Capítulo II
HOMENAJE AL NOBLE OFICIO DE PREGONERO
Varios oficios cumplí
en mi pueblo con gran celo,
pero jamás sospeché
llegar a ser pregonero.

Fue un oficio popular
que se hacía en los viejos tiempos,
noble oficio que ejercían
heraldos y mensajeros
al servicio de los reyes
y mandados a sus reinos,
escoltados de alguaciles
y sonoros instrumentos,
para dar a conocer
las órdenes a los pueblos
o proclamar las hazañas
de monarcas y guerreros.
Mas el oficio siguió,
y, con el paso del tiempo,
las altas tareas de antaño
suplidas por otras fueron:
Sin clarines ni trompetas,
sin ningún tamborilero,
con andar acelerado
para hacer la faena presto,
para que no se le olvide
del pregón el largo texto,
iba por plazas y esquinas
de las villas y los pueblos,
esforzando su garganta
el humilde pregonero,
repitiendo a viva voz
con el más celoso empeño,
para hacer saber a todos,
vecinos y forasteros,
las órdenes y ordenanzas,
los bandos y manifiestos,
los plazos para los pagos
y las subidas de impuestos,
bajo amenazas de multas,
según leyes y decretos.
Los pacíficos vecinos,
muy dóciles y perplejos,
asomados a sus puertas
escuchaban con recelo:
“¡De orden del señor Alcalde...!”
y lo que se decía luego.
Otras veces las sardinas
de modestos pescaderos,
o la semanal película
del cinema dominguero,
o sandías y melones
que en la plaza habían puesto,
con entusiasmo anunciaba
el humilde pregonero,
alabando esos productos
como si él fuera su dueño.
He conocido en mi vida
a unos cuantos pregoneros,
pregoneros por oficio
que dignamente cumplieron,
con gran esfuerzo y trabajo
y por muy pocos dineros,
la misma misión que ahora
tan fácilmente los medios
de comunicación llevan,
pensando que somos lelos,
a lo íntimo del hogar
lo que tratan de vendernos
los políticos y artistas,
publicistas y banqueros.
Las órdenes del Alcalde
las hacen los europeos
y a Mastrique y a Bruselas
hemos de estar más atentos
que a lo que alcaldes y ediles
aprueban en su concejo.
Por culpa de tanta “tele”
que nos da tantos consejos,       
los belgas y japoneses,
franceses, chinos, noruegos,
argentinos o españoles
el mismo pescado comemos,
hecho un témpano o enlatado,
pero no es pescado fresco
de aquel que por las esquinas
anunciaba el pregonero.
Por la “tele” la gente airea
lo que con cuidado celo
evitábamos por siempre
dar un cuarto al pregonero:
la señora a su vecina,
y en la “tele” al mundo entero,
sus trapos sucios enseña
sin recato ni recelo,
sólo porque el suyo es
el detergente primero,
el mismo que a todo el mundo
deja limpios los pañuelos,
calzoncillos y camisas,
camisones y baberos;
y esto es señal de cómo
en todo el humano género
tenemos la misma caca,
aunque unos más y otros menos.
De aquel jabón que en las casas
con el aceite sobrero,
agua, sal y sosa cáustica
se hacía de tiempo en tiempo,
como de otras muchas cosas,
sólo nos queda el recuerdo.
Quiero rendir homenaje,
y lo digo muy en serio,
a aquellos hombres sencillos
que pregoneros lo fueron,
por cumplir con su misión,
por su trabajo bien hecho,
en otros tiempos pasados
que con nostalgia recuerdo.
Quiero destacar aquí
a los hombres que primero,
recorriendo nuestras calles
con el oficio cumplieron
de anunciar a los vecinos
las cosas que en nuestro pueblo
conveniente era saber
para su orden y gobierno.
Y en estas fiestas que tanto
se destaca al pregonero
quiero que ellos también tengan
nuestro recuerdo y afecto.
Quiero rendir homenaje,
con todo el mayor respeto,
en la persona de Blas,
el último pregonero,
a todos cuantos su oficio
tan dignamente cumplieron.
Para Blas vaya un aplauso,
un hombre sencillo y bueno
que tantas veces anduvo
de nuestras calles su suelo
lleno de baches y piedras,
encharcado o polvoriento,
para llevar los mensajes
que alcaldes u otros le dieron
y que con puntualidad
los vecinos conociéramos.
Mas prosigamos la fiesta
y al romance retornemos,
que del pregón queda un rato
y yo no quisiera veros
abriendoseos la boca
con prolongados bostezos
que denoten claramente
cansancio o aburrimiento,
o simplemente denuncien
que os estoy robando el sueño.
Sin embargo, sí quisiera
tener palabras y acierto
para hacer hermoso canto
a las cosas que tenemos
y que son el patrimonio
y el valor de nuestro pueblo.
Quisiera tener palabras,
quisiera tener ingenio,
que pudieran reflejar
y poner de manifiesto
los tesoros que se encierran
en un pueblo tan pequeño;
son tesoros, sobre todo,
que sus hijos llevan dentro,
tesoros que valen tanto
que imposible es poner precio.
Sus tierras y sus cosechas
pueden tasarse en dinero,
mas lo que dentro de su alma
encierra un villargordeño
de los que aman a su Cristo,
los que tienen sentimientos
de amor y fraternidad,
de cariño hacia su pueblo,
de ayuda a los que la piden,
ya sean los propios o ajenos,
son virtudes ancestrales
que desde padres y abuelos
por muchas generaciones
se han venido transmitiendo;
son valores permanentes,
son tesoros que tenemos
y que estamos obligados
a que sigan siendo nuestros,
tesoros que a nuestros hijos
dejemos con nuestro ejemplo.

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