viernes, 7 de diciembre de 2018

PENSAMIENTO TÓXICO- 13


Colaboración de Paco Pérez
MI “MEMORIA HISTÓRICA”-II
Llevaba poco tiempo afeitándome cuando los hechos desagradables que sucedieron a ciertos vecinos de Villargordo durante la Guerra Civil comenzaron a comentarse entre los jóvenes en las tertulias que teníamos, al anochecer, sentados en un banco del “Paseo” mientras comíamos pipas. Los acontecimientos se trataban con total naturalidad, algunos comentaban lo que habían escuchado de sus mayores o de los vecinos cuando se sentaban para tomar el fresco en la calle durante las calurosas noches del verano y otros los escuchábamos y guardábamos silencio mientras hablaban porque estábamos en las nubes sobre esos episodios locales.

Después de escucharlos fue cuando me entró mucha curiosidad por el tema y como a mí no me habían comentado nada pues decidí preguntar a mis mayores sobre nuestro pasado bélico familiar. Por haber actuado ellos así conmigo es por lo que considero muy bueno lo que hicieron y muy perjudicial para aquellos jóvenes a los que sus familias les contaron lo que padecieron sus mayores pues los “radicalizaron” a esas tempranas edades sin necesidad y, tal vez, sin proponérselo. Si hablo así es porque lo que os voy a mostrar a continuación lo confirma.
Los villargordeños, durante el conflicto armado, como fuimos republicanos geográficos recibimos las consecuencias de esa realidad, todos las conocemos y por ello considero innecesario recordarlas.
Cuando acabó la G. C. también nos vimos afectados pero en esta nueva etapa fue por culpa de las leyes que Franco implantó en todo el territorio nacional para normalizar la convivencia. No tardaron en aparecer sus efectos pues éstas, para unos, fueron justas y, para otros, injustas pero de lo que no hay duda es que para todos fueron muy duras. Ejemplo: [Las personas que realizaron actos contra el bando nacional, matando o formando parte del ejército de la República, fueron recluidas en “cárceles” o en “campos de concentración” –este último fue el caso de mi padre- hasta el esclarecimiento de sus situaciones personales.].
Conocí la historia de mi padre hace muchos años y después de aquellas tertulias de amigos. La primera vez fue sin mucha profundidad durante una conversación que tuve con él y un tiempo después, ya con más detalles, en una charla con mi abuelo Paco durante una visita que le hice una noche de invierno, sentados en la mesa al calor del brasero.
Esta historia real ocurrió en 1939 y se inició en 1938, después que mi padre, Luís Ángel Pérez Navarro, cumpliera el 2 de agosto de 1920 los 18 años. Como Villargordo estaba en “zona republicana” él también fue reclutado, siendo casi un niño, y llevado al frente como miembro de la popular “quinta del biberón”.
Una vez acabada la GUERRA CIVIL los mandos comunicaron a la tropa que se encaminaran a la población más próxima, alejada unos kilómetros del lugar donde habían estado acuartelados, para que allí pudieran buscar medios de transporte con los que poder regresar a sus casas.
Un grupo de jóvenes soldados se encaminaba cantando por un camino, iban muy felices y contentos... ¡¡¡Por fin regresaban a sus casas!!!
Un camión militar circulaba por allí, al llegar a su altura se paró junto a ellos y se alegraron mucho porque pensaron que los llevarían montados hasta donde iban. Grave error el suyo porque un oficial del “ejército ganador” se bajó del vehículo, les pidió la documentación, ellos se la entregaron y después de devolvérselas les preguntó:
- Muchachos… ¿Adónde vais?
– A buscar un medio de transporte que nos lleve a nuestras casas –le respondieron.
– Subíos al cajón y os llevaremos un poco más adelante –les propuso.
Aceptaron y cuando estuvieron acomodados en el cajón arrancó el camión y los llevaron sin más razones y sin parar hasta un “CAMPO de CONCENTRACIÓN” que había habilitado el ejército de Franco, con alambradas de espino, en una playa de Torremolinos (Málaga).
Habían acabado un martirio y ahora empezaban otro.
Allí estuvo encerrado mi padre, durante tres meses, junto a otras TRES MIL personas. Ahora también luchaban pero lo hacían de manera diferente porque en el frente era contra los enemigos que otros les habían buscado y en esta ocasión lo hacían por la supervivencia pues sólo tenían un chorro pequeño de agua para beber y lavarse -lo que no era suficiente- y para no morirse de hambre les daban una “lata de sardinas en conserva” al día, no creo que esta dieta involuntaria les permitiera engordar mucho. Como techo protector les pusieron el cielo estrellado de Málaga, el manto que los protegía por la noche se lo entregaron unos días después de llegar, ellos lo bautizaron como doña Suciedad, y cada noche ella los envolvía maternalmente con su lúgubre color negro para que no sintieran los rigores del frío que la marea del mar regala a los que se acercan, incluso en verano.
Las esperanzas de salir de allí con vida eran nulas, debido a la merma física que tenían ya sus cuerpos y al deterioro moral que padecían. Este bajón del ánimo se lo ocasionaba la rabia acumulada del inocente que no ha hecho nada y no puede solucionar su situación. El delito que habían cometido era haber participado con el “ejército republicano” en la contienda bélica sin haberlo solicitado, mi padre lo hizo en ese bando porque Villargordo estaba en esa zona y lo hubiera tenido que hacer en el “ejército nacional” si nuestro pueblo hubiera pertenecido a la otra zona.
Él era un hombre de pocas carnes, su apetito siempre era nulo y para colmo tenía una boca muy delicada. Por todas estas razones y por las condiciones descritas en las que tenía que vivir le hicieron deteriorarse mucho, tanto que había entrado ya en la fase previa a la pérdida del conocimiento pues estaba en somnolencia permanente.
Un día, fue nombrado por los altavoces pues era requerido para que se presentara en las oficinas del “campo”. Como él no respondió, su suerte ya estaba casi decidida, pero un buen amigo vino en su búsqueda y lo llevó arrastrando hasta allí. Una vez personado le comunicaron la grata noticia de que había sido identificado como Luis Pérez Navarro por las autoridades de Villargordo (Jaén) y que su familia lo esperaba en la sala de recepción del campamento.
Cuando entró en ella se encontró a su padre, mi abuelo Paco. La escena que tuvo lugar fue la propia del caso, un padre y un hijo que se reencuentran después de mucho tiempo sin verse y cuando el segundo estaba a punto de iniciar el viaje final.
Una vez fuera del siniestro recinto lo primero que hicieron fue ir a comer, después lo llevó a la pensión que mi abuelo ya había buscado, se aseó y se puso la ropa que su querida madre le había escogido del vestuario que tenía en casa antes de marcharse.
Unos días después, cuando estuvo algo restablecido, tomaron el tren y regresaron al pueblo.
La Guerra Civil deparó a los Pérez está infeliz historia familiar pero acabó con un final bueno y, supongo, por eso se olvidó.
Debo reconocer que otras historias familiares no acabaron como la nuestra, felizmente, lo que les forjó una vida posterior cargada de penurias económicas y de recuerdos dolorosos. Por eso, con este relato, también quiero recordar y mostrar mi solidaridad con esas familias cuyo caso no acabó como el mío y hacerlo abriéndoles la ventana de mi comprensión para decirles:
- La dosis de odio que os inyectaron no os ha permitido ser felices desde entonces, siendo vosotros también inocentes, porque las guerras las encienden los que no combaten en el frente con los fusiles, éstos las hacen sentados en los despachos y disparando con los cañones egoístas de las luchas de poder. Ellos siempre están en la retaguardia, alejados del peligro de las balas, muy próximos a un aeropuerto y con las maletas llenas de dinero para el exilio voluntario y plácido. Por esa razón, como huyen al acabar, casi nunca mueren, después viven muy bien fuera de su patria y, cuando amaina la tormenta, regresan como héroes para volver a gobernar de nuevo. No hace falta dar los nombres pero los lectores saben que nuestra historia, pasada y actual, está repleta de estos indeseables personajes.
Opino que si mis mayores me hubieran bombardeado el tarro con los hechos narrados desde una temprana edad, tal vez, mis formas de pensar y de ser no hubieran sido las que siempre he tenido y tengo ahora.  
A todos los caminantes de aquella desgraciada historia les digo: La felicidad se alcanza con el OLVIDO y la infelicidad alimentando, otra vez, el rancio ODIO que aquel hecho nos regaló.
Algunos españoles parece ser que no desean enterrar el pasado y por eso quieren alterar el relato que ya está escrito, unos lo hicieron con tinta roja y otros con azul pero lo importante es que el lector se ponga las gafas de la objetividad al leerlos y no se apasione.
De un tiempo a esta parte, desde los despachos de la MONCLOA, se intenta cambiar la “Historia de España” a base de cañonazos con balas de “MEMORIA HISTÓRICA” y todo por las secuelas familiares del pasado de ellos o para no salir del SILLÓN PRESIDENCIAL.
La familia nunca me contó esta historia con acritud y por esa razón, como me enseñaron ACEPTACIÓN y no ODIO, pues ahora vivo LIBRE, sin ataduras de partido y, cuando voy a las urnas, voto pensando en lo mejor para mi familia y para España.
Quiero recordar, como despedida, que el final feliz que tuvo mi padre debo agradecerlo a la persona que firmó, como funcionario que era, en representación del Excmo. Ayuntamiento de Villargordo (Jaén), el documento que lo rescató del presidio.
Este señor se llamaba D. José Miguel Jiménez Vallecillos, el padre de mi amigo Adriano Jiménez Almagro.

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