lunes, 4 de mayo de 2015

HISTORIAS DE NERJA

El PRESUMIDO
Capítulo II
Colaboración de Paco Pérez
Esta historia también es real pero difiere de la del señor “Cachirulo” en que todavía viven los personajes y por eso omitiré los nombres de ellos:

José Enrique comenta que, hace bastante tiempo, una familia muy humilde se trasladó a Nerja desde Cazorla (Jaén) para intentar trabajar y así poder ofrecer a sus dos pequeñas hijas una vida un poco mejor que la que tenían donde habían nacido.
Pasó el tiempo, las expectativas que se forjaron al venir se cumplieron en algo, pero no de manera total. Cuando fueron mayores se casaron con muchachos de aquí, él lo hizo con una de ellas.
Cuando Nerja se vio arrastrada por los efectos de “La Cueva”, el turismo y las construcciones pues quienes fueron decididos y emprendedores mejoraron mucho su poder adquisitivo y el nivel de vida.
El marido de la cuñada de José Enrique fue uno de ellos y  nos contó éste que ambos no supieron digerir el golpe de suerte que habían tenido y eso les hacía presumir ante los demás familiares de su posición cuando se reunían en casa de los suegros o en cualquier otro lugar. La cuñada siempre solía vociferar lo que ganaba el marido y las inversiones que habían hecho.
Un día, José Enrique celebró una reunión familiar en su domicilio y en el transcurso de la misma, en los postres, les comentó que había comprado un apartamento.
La noticia causó a los cuñados tal impacto que ya no volvieron a hablar más de sus inversiones, no les debió de alegrar mucho que sus hermanos hubieran progresado también algo.
Si nos damos cuenta es una historia totalmente normal, tan normal que están presentes en ella los elementos más ruines y frecuentes de la sociedad de todos los tiempos y lugares, esos que afectan a todas las personas y familias: Ambicionar sin límites, ausencia de humildad, querer que el Sol solo salga para nosotros, tristeza por el progreso ajeno, tratar a los hermanos como desconocidos…
El suegro de José Enrique, cuando tuvo que cumplir con sus deberes militares lo hizo en la Marina. De aquel periodo su esposa conservaba una fotografía del padre vestido de marinero, se la hicieron delante del barco en el que servía mientras estaba atracado en el puerto.
Unos años después se compraron una casa nueva, embalaron los enseres que tenían en la vieja y los trasladaron al nuevo domicilio. Un día estaban en ella colocando lo trasladado y José Enrique, entre las múltiples cosas que había diseminadas por la estancia, reparó en la foto del padre de su esposa y le dijo:
- ¿Dónde coloco la foto del marinero?
Cuando la esposa escuchó su pregunta la interpretó en clave de hija dolorida, creyó que José Enrique adoptó una actitud despectiva al decirlo, le metió por ello una buena bronca, estuvo más de tres meses sin hablarle esto hizo que ya no se hablara en esa casa más del suegro marinero y de la mar.
Aquella mañana la reunión acabó con final poético porque José Enrique recordó, a raíz de la experiencia descrita, las cosas bellas que se dicen las personas jóvenes cuando se enamoran, sobre todo los hombres, y cómo cambian el trato un tiempo después, por ambas partes, siendo las voces el tratamiento más frecuente una vez que se alejan de la juventud.
Después de esta reflexión se atrevió a recordar algunos de aquellos bellos mensajes que los hombres dedicaban a las mujeres para piropearles sus atributos naturales:
¡¡¡Qué bonitos son los caballos,
cuando están en los prados.
Pero más bonitos son tus ojos,
cuando me estás mirando!!!

Una joven que nos servía y que escuchó lo que recitó José Enrique, nos comentó que su abuela le había enseñado una respuesta poética para estos casos, de la mujer al hombre:
Del cielo cayó un pañuelo,
hilado en mil colores
y en cada pico tenía bordado…
¡¡¡José Enrique de mis amores!!!


Esta estrofa fue diseñada para cambiar el nombre de la persona a quien se dirigía.

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