lunes, 25 de mayo de 2015

SIERRA MAGINA

Colaboración de José Martínez Ramírez 
Desde pequeño contemplaba desde Villargordo una sierra azul, quieta, en un horizonte muy lejano. Mientras las golondrinas jugaban conmigo dibujando cabriolas… ¡Qué bueno sería poder volar hacia ella!

Hace unos días me invitaron a cazar, como acompañante, un “macho montés” en Sierra Mágina. Cuando era más joven, ante tal circunstancia, no hubiese conciliado el sueño pero como ya hay pocas cosas, o eso creo, que me sorprendan dormí como un lirón.
El cazador fue puntual llegó al lugar donde quedamos a las seis en punto y, tras los saludos de rigor, nos dirigimos hacia el cazadero. Subimos por un cortafuegos, donde lo poco que se veía era gracias a un pequeño plátano que la luna dejaba ver. Y las piedras sueltas, debido a la erosión, sobre las que malamente caminábamos nos decían que lo hiciéramos con mucho cuidado.
Cuando el sol se adivinaba en el horizonte por las crestas del Aznaitín, el cazador y su acompañante ya se encontraban a pocos metros de la cima y entonces, en ese momento y lugar, un autillo nos saludó con su diminuto y exacto ulular, aunque no pudimos observarlo, lo acompañaba una perdiz, serrando y dando reclamos, y una lagartija cerca del pie me recordó que no estábamos solos.
El cazador me aconsejó que dejara de hablar de otros animales y me señaló hacia el este, donde había varias cabras encaramadas sobre unas riscas. No observábamos ningún macho a lo lejos, caminábamos a fin de acercarnos y parábamos de vez en cuando; ya estaban a unos setecientos metros. Miro con la ayuda de los prismáticos y observo que una de las montesas tiene sarna, aunque no advertí ningún macho que fuera digno de gastar el precinto. El cazador me dijo que lo conveniente sería abatir al animal enfermo para que no contagiara a los otros, me propuso fijar la atención en las sanas y que, si lo hacía, observaría cómo éstas estaban a unos cincuenta metros de la enferma.
De una encina, fascinante por su tamaño, salió un búho real y vimos como se alejaba con su imponente y silencioso vuelo en dirección norte hasta perderse entre la espesura del encinar.
Cuando el sol nos obligó ya a quitarnos la manga larga paramos a tomar un bocado, lo hicimos con la ayuda del vino de Pegalajar que había en mi bota. En aquel remanso de silenció, perturbado sólo por el ruido que hace el vino cuando cae en la boca desde la bota, recordé al Dios Apolo rodeado de claridad y armonía.
Ahora, repuestas las energías perdidas, el cazador se ha levantado y ha puesto rumbo hacía la sima, este monte está a menor altitud. Vamos a ver si allí hay suerte, dijo al salir.
Procurábamos no hacer ruido mientras caminábamos, aunque no era fácil debido a lo abrupto del terreno y a las piedras sueltas. Observé algún arce con sus claras hojas y un arrendajo me dio un susto tremendo cuando pasamos por la espesura de coscojos. El cazador subió a una peña y me señaló hacia unas higueras para decirme que allí estaba la cueva de “Berenjeno y su cuadrilla” y que dentro ella, a su vez, había otra pequeña cueva donde se podía probar el agua de una fuente.
Decidimos dejar las visitas para otro día pues llevábamos cuatro horas caminando y nos quedaba otra para llegar al coche.
Regresando hacia el coche le dije al cazador que, casualmente, hacía pocos días que conocí al nieto de otro maquis famoso, Tomás Villén RoldánCencerro”. Éste, para unos fue un héroe y para otros un asesino, la misma historia de siempre.
Aunque sin trofeo, nos dirigíamos al coche caminando con alegría porque íbamos llenos de la luz y del verdor que nos regaló este 25 de abril, festividad de San Marcos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario