martes, 30 de junio de 2015

MEDINA AZAHARA EN VILLARGORDO

Colaboración de José Martínez Ramírez
Capítulo II
Cuando acabó el concierto y la noche villargordeña tocaba a su fin, la Luna alumbraba la oscuridad de nuestras calles y el coche, acostumbrado ya al ritual de nuestros regresos, pasó por los pilares para transportarnos, ya de vuelta, a Mancha Real. Al llegar a casa, como no tenía sueño, decidí dar forma a las sensaciones que viví esa noche en nuestro pueblo.

Escondida en la trastienda
de la ardiente luz crepuscular,
presidía la Luna la tremenda
noche de junio en mi hogar.
En mi pueblo, la leyenda
de la música que invita a soñar,
sonreía  a la gran afluencia
de almas, mirándolas cantar.

En su lejanía de luz inquieta
la mire y, antes de poder hablar,
me dijo: ¿Cuántas balas o flechas
por el espacio tienen aún que surcar?
¿Cuántas noches, las luz de las estrellas
tienen nuestros ojos que sumar
para que la bola de esta ruleta
quede quieta en la palabra paz?

La respuesta está en la arena,
está en el músculo vascular,
en el viento que trae la tormenta
o en los versos que vuelven a sonar.
En el vuelo ligero de las abejas,
no en las máscaras, sí en el olivar.
Mientras la sangre joven resuena,
Majestuosa, con repiques de libertad.


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