jueves, 25 de junio de 2015

ROMA Y ESPAÑA

Colaboración de Paco Pérez
LA HISTORIA INFORMA, 
RECUERDA Y ENSEÑA
Capítulo II

En 1929, el traductor Luis Astrana Marín (1889-1959) volcó al español -en prosa- las Obras Completas de William Shakespeare.
En “MUJERES DE ROMA”, administrado por Isabel Barceló Chico, esta escritora valenciana publicó el texto y las imágenes, yo he tomado de ahí lo que he considerado necesario de ambos materiales.
EL HECHO HISTÓRICO, SEGÚN SHAKESPEARE


El 20 de marzo del año 44 a.C., a los cinco días de su asesinato, se celebraron los funerales de César. Los asesinos habían permitido la celebración pública de éstos al cónsul Marco Antonio. En el foro se montó un catafalco con un fondo de telas púrpura, bajo el cual estaba el lecho fúnebre de César con el cadáver a la vista. Junto a él, se había colocado la ropa ensangrentada que vestía el día del asesinato, así como muchos trofeos conquistados en sus campañas militares.
Marco Antonio pronunció un discurso al parecer bastante breve y leyó el testamento de César, algo que hizo enfurecer a la multitud, porque no sólo dejaba un legado importante a los ciudadanos romanos, sino que dejaba legados a algunos que habían sido sus asesinos. Incluso a uno de ellos lo nombraba tutor de su hijo, el joven Octavio (más tarde convertido en el emperador Augusto). Eso ponía de manifiesto la magnitud de la traición. El público, enfurecido, decidió incinerar allí mismo el cadáver de César e incendiar las casas de sus asesinos.
William Shakespeare, en su drama “Julio César” construye para Marco Antonio un magnífico discurso, que se ha considerado como uno de los mejores de la historia. Es una pieza maestra de cómo, con un discurso aparentemente favorable a los asesinos, logra volver al público contra ellos. Aquí os lo dejo, porque creo que los funerales de César bien se lo merecen. Para no transcribir toda la escena, he puesto entre paréntesis las reacciones del público, algo que en la obra está, lógicamente, desarrollado. Todo lo demás, corresponde al discurso de M. Antonio.
Pido disculpas por una introducción tan larga, pero me parecía necesaria para que todos los lectores pudieran disfrutar y comprender mejor el texto de Shakespeare:
ANTONIO: "¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención! ¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! El mal que hacen los hombres perdura sobre su memoria. Frecuentemente el bien queda sepultado con sus huesos. ¡Sea así con César! El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Con la venia de Bruto y los demás, pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados, vengo a hablar en el funeral de César. Era mi amigo, para mí leal y sincero; pero Bruto dice que era ambicioso. Y Bruto es un hombre honrado. Infinitos cautivos trajo a Roma, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Parecía eso ambición en César? Siempre que los pobres dejaban oír su voz lastimera, César lloraba. ¡La ambición debería ser de una sustancia más dura! No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honrado. Todos visteis que en las Lupercales le presenté tres veces una corona real, y la rechazó tres veces. ¿Era esto ambición? No obstante, Bruto dice que era ambicioso, y, ciertamente, es un hombre honrado. No hablo para desaprobar lo que Bruto habló. Pero estoy aquí para decir lo que sé. Todos le amasteis alguna vez, y no sin causa. ¿Qué razón, entonces, os detiene ahora para no llevarle luto? ¡Oh, raciocinio! Has ido a buscar asilo en los irracionales, pues los hombres han perdido la razón… ¡Perdonadme un momento! Mi corazón está ahí, en ese féretro, con César, y he de detenerme hasta que torne a mí."
(Los ciudadanos hablan entre sí dando la razón a Antonio)
"Ayer, todavía, la palabra de César hubiera podido prevalecer contra el universo. Ahora yace ahí, y nadie hay tan humilde que le reverencie. ¡Oh, señores! Si estuviera dispuesto a excitar al motín y a la cólera a vuestras mentes y corazones, sería injusto con Bruto y con Casio, quienes, como todos sabéis, son hombres honrados. ¡No quiero ser injusto con ellos! Prefiero serlo con el muerto, conmigo y con vosotros, antes que con esos hombres tan honrados. Pero he aquí un pergamino con el sello de César. Lo hallé en su gabinete, y en su testamento ¡Oiga el pueblo ésta su [última] voluntad (aunque con vuestro permiso, no me propongo leerlo), e irá a besar las heridas de César muerto y a empapar sus pañuelos en su sagrada sangre! ¡Sí! ¡Reclamará un cabello suyo como reliquia y, al morir, lo transmitirá por testamento como un rico legado a su posteridad! "
(Los ciudadanos exigen conocer el testamento de César)
"¡Sed pacientes, amables amigos! ¡No debo leerlo! No es conveniente que sepáis hasta qué extremo os amó César. Pues siendo hombres, al oír el testamento de César os enfureceríais llenos de desesperación. Así, no es bueno haceros saber que os instituye sus herederos, pues, si lo supierais, ¡Oh! ¿Qué no habría de acontecer?"
(Más voces exigiendo la lectura del testamento)
¿Tendréis paciencia? ¿Permaneceréis un momento en calma? He ido demasiado lejos en deciros esto. Temo agraviar a los honrados hombres cuyos puñales traspasaron a César. ¡Lo temo!"
(Siguen las exigencias de los ciudadanos)
"¿Queréis obligarme, entonces, a leer el testamento? Pues bien, formar círculo en torno al cadáver de César y dejadme mostraros al que hizo el testamento. ¿Descenderé? ¿Me dais vuestro permiso?"
(Baja de la tribuna y se sitúa junto al catafalco con los despojos de César)
"Si tenéis lágrimas, disponeos ahora a verterlas. ¡Todos conocéis este manto! Recuerdo cuando César lo estrenó. Era una tarde de estío, en su tienda, el día que venció a los nervios. ¡Mirad: por aquí penetró el puñal de Casio! ¡Ved qué brecha abrió el envidioso Casca! ¡Por esta otra le hirió su muy amado Bruto! ¡Y al retirar su maldecido acero, observad cómo la sangre de César parece haberse lanzado en pos de él, como para asegurarse de si era o no Bruto el que tan inhumanamente abría la puerta! Porque Bruto, como sabéis, era el ángel de César. ¡Juzgad, oh dioses, con qué ternura le amaba César! Ese fue el golpe más cruel de todos, pues cuando el noble César vio que él también le hería, la ingratitud, más potente que los brazos de los traidores, lo anonadó completamente. Entonces estalló su poderoso corazón y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo que se inundó chorreando sangre… ¡Oh, qué caída, compatriotas! En aquel momento, yo y vosotros y todos, caímos, y la traición sangrienta triunfó sobre nosotros. Oh, ahora lloráis, y percibo sentir en vosotros la impresión de la piedad. Esas lágrimas son generosas ¡Almas compasivas! ¿Por qué lloráis, cuando aún no habéis visto más que la desgarrada vestidura de César? ¡Mirad aquí! ¡Aquí está él mismo, desfigurado, como veis, por los traidores! "
"Buenos amigos, apreciables amigos, no os excite yo con esa repentina explosión de tumulto. Los que han consumado esta acción son hombres dignos. ¿Qué secretos agravios tenían para hacerlo? ¡Ay, lo ignoro! Ellos son sensatos y honorables, y no dudo que os darán razones. ¡Yo no vengo, amigos, a concitar vuestras pasiones! Yo no soy orador como Bruto, sino como todos sabéis, un hombre franco y sencillo, que amaba a su amigo, y esto lo saben bien los que públicamente me dieron licencia para hablar de él. Porque no tengo ni talento, ni elocuencia, ni mérito, ni estilo, ni ademanes, ni el poder de la oratoria, que enardece la sangre de los hombres. Hablo llanamente y no os digo sino lo que todos conocéis. Os muestro las heridas del bondadoso César, pobres, pobres bocas mudas, y les pido que ellas hablen por mí. Pues si yo fuera Bruto y Bruto fuera Antonio, ese Antonio exasperaría vuestras almas y pondría una lengua en cada herida de César capaz de conmover y levantar en motín las piedras de Roma. "
(El público quiere oír el testamento)
"Aquí está, y con el sello de César. A cada ciudadano de Roma, a cada hombre, individualmente, lega setenta y cinco dracmas."
(Voces de satisfacción)
"Os lega, además, todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis ¡Este era un César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?"
(Los ciudadanos deciden incinerar allí mismo el cadáver de César y, con esas llamas, prender antorchas para incendiar las casas de los traidores)
"¡Ahora prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!"



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