domingo, 10 de septiembre de 2017

LA COMUNIDAD CRISTIANA

Colaboración de Paco Pérez
Vivir inmersos en la sociedad según la manera de vida que nos enseñó Jesús es una tarea complicada y difícil, sobre todo, si creemos que podemos conseguirlo solos.
En el pasado, con el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, esa realidad quedó patente porque también aparecían entre ellos las debilidades humanas, a pesar de tener tan próximas las vivencias que tuvieron con Jesús. Para enderezar el rumbo de esos problemas los discípulos no cesaban de recordarles que lo esencial para vivir insertados en un grupo humano  era amar, ayudar, perdonar… Siguiendo ese comportamiento la paz reinaría entre todos y así el comportamiento del grupo serviría de ejemplo y camino para los que no formaran parte de él.

¿Es fácil para el hombre cambiar de actitud para seguir ese camino?
No lo es pero el “águila” nos enseña qué debemos hacer cuando ella toma conciencia de que tiene inservibles, por la edad, las partes de su cuerpo que le ayudaban a desenvolverse en su medio para cazar y alimentarse, ese es el momento crucial en el que debe decidir entre seguir viviendo o morir. Por eso toma la sabia decisión de eliminarle al cuerpo lo viejo que se lo impide y entonces se prepara para arrancárselo, sufrir, esperar que le crezcan y, cuando ocurre esa renovación, entonces ya puede cazar otra vez, es el premio a su sacrificio y ya vive con normalidad durante otro largo periodo de tiempo.
Los cristianos, si estamos convencidos de que no cumplimos con lo que Jesús nos enseñó, deberemos hacer como ella y para ello abandonaremos los comportamientos equivocados que practicamos, buscaremos la verdad para ponerla en marcha, ofrecerle a Él nuestro esfuerzo, esperar que Dios valore nuestro esfuerzo sincero y que nos regale la venida del Espíritu Santo para que nos empuje. De recibirlo, con su ayuda, podremos comenzar una vida nueva en la que practicaremos la comprensión y el amor a los demás, así podremos poner en marcha un modelo social justo con el que se consiga implantar poco a poco, en nuestras comunidades parroquiales y en el mundo, la justicia y la paz.
Los cristianos hablamos de la FE pero con mencionarla mucho no la conseguimos o diciendo que tenemos no demostramos que sí nos acompaña. Esa es la realidad del hombre cuando su vida discurre tranquila y sin compromisos serios.
Pensemos que los discípulos practicaban el amor a los hermanos, la alegría, la paz, la tolerancia, el agrado, la generosidad, la lealtad, la sencillez y el dominio de sí… ¿Hacemos esto?
Con estos planteamientos funcionaban las primeras comunidades cristianas, nadie ocupaba un puesto más relevante que los otros y todos eran iguales porque todo lo tenían en común.
Esta forma de actuar se pudo poner en marcha gracias a la acción que el Espíritu Santo realizaba en cada uno, ayudándoles a  experimentar la presencia de Jesús en sus vidas y el crecimiento de la FE en ellos. Practicaban la reflexión e interiorización del mensaje de Jesús y, con este comportamiento, valoraba sus actitudes individuales y, como grupo, se enriquecían con la oración común y la Eucaristía, prácticas que les ayudaban a mantener unida la comunidad y a solucionar los problemas que surgían.
Esta forma de entender y practicar el cristianismo les hizo lanzarse a la misión evangelizadora por el mundo para que quienes no lo conocieran se sintieran atraídos y pasaran a practicar la nueva manera de entender la vida. Al divulgar la PALABRA no pretendía imponer sino comunicar las nuevas ideas, mostrándoles la felicidad que regala esa experiencia a quienes participan.
El primer paso que dio Jesús fue la formación del grupo de hermanos, así nos mostró el camino y, de no seguirlo, todo será inútil porque sólo se ofrecerán palabras e ideas que estando vacías de experiencias vitales reales no convencerán a quienes escuchan. Su secreto estuvo en que trataba a las gentes con amor y se preocupaba de solucionarles sus problemas perdonándolos, curándolos, dándoles de comer… Para que un cristiano se enganche  en la misión evangelizadora primero deberá adquirir conocimiento del hecho religioso, después enriquecerá su experiencia insertado en grupos comunitarios y por último intentará hacer felices a los demás llevándoles la alegría y la paz cristiana.
Siempre hay personas que sufren y la actitud cristiana ante el dolor y la injusticia que padecen no debe ser de indiferencia, Jesús nunca les dio la espalda y quienes aborden este paso evangelizador lo harán sin miedo, con prudencia, sin ostentación material, con amabilidad y sencillez, sin exigir nada a cambio y si no los escuchan les comunican su actitud improcedente, se sacuden el polvo de las sandalias y se marchan a otro lugar.
Tenemos que destruir los ídolos que nos crean los tiempos y que hacen a los hombres luchar por objetivos equivocados, esclavizándolos a ellos y perdiendo la felicidad que nos regala la vida cuando la vivimos con verdad, sencillez y honestidad.
Los cristianos nunca nos identificaremos con los grupos humanos que predican la liberación del hombre pero sustentados en ideologías que sólo buscan el poder pues su actitud liberadora no coincide con la que nos muestra el camino del Reino. Recordemos como ejemplo la actitud que tuvo Jesús con los problemas de su tiempo y la que tenían los zelotas, eran totalmente contrarias.
Por muchas iniciativas que se propongan, si los hombres no cambian, las injusticias seguirán existiendo y el débil seguirá sufriendo. Sólo se logrará el cambio de la sociedad con hombres nuevos, como le ocurre al águila, convencidos de esa necesidad y movidos por la fuerza del Espíritu Santo.
Pablo nos recuerda la importancia que tiene AMAR al prójimo, le da tanta que considera cumplidos con la Ley a quienes lo hagan bien con los demás.
Se nos advierte sobre qué actitud debemos tener con quienes no caminen rectos, deberemos comunicarles que lo hacen bien y que deben enderezar su rumbo. Si después de advertidos siguen haciendo lo mismo la responsabilidad de sus actos será de ellos y nosotros no tendremos ya ninguna. 


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