domingo, 4 de noviembre de 2012

NOVIEMBRE,
MES DE ÁNIMAS
    
Colaboración de Tomás Lendínez García


Tal vez por eso que se suele decir, que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, al llegar esta festividad de “Todos los Santos” y de “Los fieles Difuntos”, con nostalgia y añoranza siempre recuerdo aquellas otras de mi lejana niñez, pasadas en el pueblo en casa de mis abuelos.
Al desempolvar la memoria, a mi mente acuden aquellos atardeceres grises y tristones del mes de noviembre o mes de “Ánimas” como en Villargordo se le llamaba. En este mes, todos los días, se oficiaban en la parroquia los responsos y misas que los vecinos encargaban para ofrecerlas  por el eterno descanso de sus familiares y conocidos fallecidos. En más de una ocasión yo asistí acompañando a mi abuela y recuerdo el peculiar tañer de las campanas tocando a muerto y cómo la iglesia se iba llenando, sobre todo, de mujeres enlutadas y embozadas en anchurosos crespones negros que me hacían recordar a las brujas de los cuentos.
  
A uno y otro lado de la nave central se abrían las oscuras capillas alumbradas por la llama oscilante de las candelillas de aceite, vislumbrándose entre la penumbra las antiguas litografías con las que se decoraban escenas bíblicas como: “El mártir del Gólgota”, “La resurrección de Lázaro” o “El Purgatorio”. Estas obras más que piedad lo que me infundían era temor, sobre todo el cuadro de “Las ánimas” que ocupaba todo el frontal de una de ellas, pintura realizada por el pegalajeño Jun Almagro. Este señor, en la posguerra, se dedicó a decorar y a pintar en las iglesias que en la contienda civil fueron saqueadas. Su pintura ocupa en nuestra iglesia el mismo lugar en el que estaba la anterior, desaparecida durante los años de la guerra. Este nuevo cuadro fue costeado por dos devotas cofrades cuyos nombres  se pueden leer en una esquina del lienzo. La ejecución de este segundo cuadro tuvo una anécdota graciosa. El pintor fue escogiendo como modelos a los vecinos que a diario acudían a la parroquia para verlo trabajar. Juan los colocaba dentro del cuadro donde  él consideró que era más oportuno y se fijaba en sus rasgos físicos. Para la Virgen del Carmen escogió a una preciosa chiquilla. Una vez terminado el trabajo se suscitó polémica, enojo y enfado ya que a los que entre las llamas colocó no fue del agrado de éstos pues aunque de forma simbólica les adelantó el posible suplicio, aún se puede ver por muchas de nuestras ermitas e iglesias otros cuadros de “Ánimas”, tradicional pintura a la que una cofradía local le rendía culto y veneración. Estas asociaciones estaban muy extendidas, sobre todo por el área mediterránea. Las cofradías, entre la feligresía sencilla, transmitían un profundo sentimiento que era una mezcla de temor y superstición. Cuando alcanzaron todo su esplendor fue tras el “Concilio de Trento”, así lo dice Caro Baroja en uno de sus muchos escritos.
En Villargordo, esta cofradía estuvo en activo algunos años después de la Guerra Civil. Recuerdo cómo todos los sábados, durante el mes de noviembre, al anochecer, salía un grupo de “hermanos cofrades” por las calles. Éstos formaban una rondalla, pedían un donativo y con él socorrían a los vecinos menesterosos de la parroquia en los entierros, misas y lutos. La rondalla se acompañaba de una guitarra y estos improvisados instrumentos: objetos y utensilios del ajuar doméstico, almireces y botellas de cristal con relieve. Éstas se rascaban con el mango de un tenedor y producían un sonido muy peculiar, también entonaban con voces monocordes y tonantes salmodias de letras antiguas donde se hacían referencia al purgatorio y al infierno, es decir, la muerte siempre estaba presente. Por la temática el auditorio quedaba sobrecogido y raramente le negaba el donativo. Letra que aún se recuerda:

A las ánimas benditas
una limosna debes dar
que ardiendo en el infierno
después de su muerte
a algún familiar se puede encontrar.

En esta festividad, siempre solíamos reunirnos en casa de algún familiar los abuelos, padres, tíos, primos… para disfrutar de los tradicionales manjares que en esta festividad se solían consumir: batatas asadas, pestiños, panzas de vieja, castañas (asadas o crudas), bellotas, higos pasos y el plato estrella, las gachas dulces. Acabada la cena salíamos a tapar las cerraduras de los vecinos y familiares.
Poco a poco han ido desapareciendo las viejas costumbres y tradiciones, hasta el otoño parece haber cambiado, estación de días grises y lluviosos, cuando las hojas abarquilladas y rojizas caían del árbol y el viento en remolinos las transportaba de un lugar a otro. El sol jugaba al escondite, ocultándose entre oscuros nubarrones. Otoño estación apropiada para memorar la mencionada festividad, donde se recuerda a los difuntos y que, como es sabido, en los años del Romanticismo gozaba de una gran predilección entre las personas para el suicidio, era una estación más apropiada que cualquier otra y un entierro era mucho más triste en esas fechas.
Con las costumbres de la estación ha ocurrido como en muchas otras facetas de la vida, ha habido cambios y hay que adaptarse a los tiempos. Por esta línea se nos han colado, de improviso, algunas fiestas de disfraces en las que los personajes son vampiros, muertos vivientes y brujas con historias anglosajonas y nórdicas, me refiero a la noche de Halloween.
Yo, que respeto y trato de adaptarme a los nuevos tiempos, sigo prefiriendo aquellas otras costumbres y conmemoraciones, tal vez por eso siempre digo: [Cualquier tiempo pasado me parece que siempre fue mejor, aunque no lo sea siempre.]

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