lunes, 25 de mayo de 2020

EL CORRALÓN DE JUANELE


Colaboración de Juan José Castillo Mata “El Espartero”
La historia de hoy ocurrió allá en la década de los cincuenta, yo afirmaría sin temor a equivocarme que fue en 1953, unos años difíciles en los que los niños no teníamos con qué distraernos y, por esa razón, algunas veces hacíamos cosas que parecían travesuras pero la realidad era otra, nosotros no pensábamos nunca que estuviéramos haciéndo daño.
Era verano y a TobalicoEl de la Ermita”, JoséMaino”, Tobalico El de Lulú” y Juan JoséEl Espartero” les dio por no echar la siesta, escaparse de sus casas a la calle, reunirse en la esquina de Rosendo con los amigos y después ya se marchaban todos a un “corralón” que tenía Juanele en la calle “El Centro”.

Este señor tenía una “Tienda-Bar” en “Las Protegidas”, donde ahora hay una carnicería. Un tiempo después lo compró Pascual, el que trabajó en el Ayuntamiento, para hacerse en él una casa y poner en el bajo un taller de motos, cuando se jubiló.
Cualquiera creería que allí tenía el señor Juanele cosas de valor pero en su interior sólo había un carro viejo y muchas cajas de madera que se utilizaban para el transporte y la venta en las tiendas de las sardinas arenques, aquellas estaban vacías y él las guardaría para encender en el invierno la lumbre.
Al corralón se entraba por un portón metálico que estaba pintado de color verde y siempre estaba cerrado con un candado. Sus paredes eran de tapia, una estaba para caerse y Juanele la reforzó con un nervio de ladrillos, en diagonal, que iba desde el suelo hasta la cima de la pared. Al colocar los albañiles los ladrillos así formaron una escalera y esa era la que usábamos nosotros para entrar y salir al corralón.
Lo único bueno que tenía el lugar era la escalera de ladrillos y por eso creo que la emoción que tenía el subir y bajar por ella, sin caernos, era lo único que nos hacía ir hasta allí todas las siestas, otra cosa no porque una vez dentro nos sentábamos para charlar en el suelo, a la sombra de una pared.
En aquellas fechas no había muchas viviendas en los alrededores del corralón, nosotros creíamos que nadie nos veía al entrar y salir, pero alguien debió conocer nuestra costumbre y se “chivó” a Juanele  pero nosotros sospechábamos de los otros niños a los que no admitíamos en nuestra pandilla.
Una tarde, cuando estábamos muy tranquilos en nuestra charla, escuchamos ruido en el portón, se abrieron las dos banderas de par en par y pronto apareció el señor Juanele dentro del corralón. Nosotros nos quedamos sin movimiento mientras él se fue acercando a nosotros, nos recriminó lo que hacíamos dándonos muchas voces y nos asustó diciendo que se lo iba a decir a nuestros padres.
Juanele era un buen hombre y, cuando comprobó que allí no hacíamos nada malo, se fue hacía el portón y nos dijo:
- ¡Venga, todo el mundo afuera del corralón y que no vengáis más por él!
Nosotros, como se puso en el portón pues creímos que nos iba a ir dando un sopapo cuando fuéramos saliendo y entonces, uno tras otro, nos subimos por la escalera de los ladrillos y así nos fuimos.
Juanele, cuando nos vio subir por la tapia como las hormigas, uno tras otro, se echó a reír y dijo:
- ¡Míralos ahí cómo suben, están tan acostumbrados a subir y bajar la tapia que no han querido salir por la puerta grande, como los toreros!

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