sábado, 13 de junio de 2020

CORPUS CRHISTI


Colaboración de Paco Pérez
LA EUCARISTÍA… NUESTRA PARTICIPACIÓN EN ELLA
Los primeros cristianos se reunían para celebrar la Resurrección del Señor y por esa razón cada domingo debemos hacerlo para que nuestra FE continúe firme y nos mantenga la esperanza de lograr una sociedad mejor, renovada y en crecimiento permanente.
La reunión dominical debemos comenzarla con un acto sincero en el que después de reconocer que somos injustos y pecadores pidamos perdón al Señor por nuestras acciones incorrectas.

A continuación escucharemos con atención la “Palabra de Dios” en las lecturas y en ellas se nos presentarán los consejos que pueden ayudarnos a modificar nuestros malos hábitos y finalmente, en el evangelio, encontraremos lo que Jesús les decía y las prácticas que hacía para ayudar a quienes se acercaban a Él. Si a esta parte no le prestamos la atención adecuada nuestra presencia allí se puede convertir en un acto más pero no estaremos asistiendo a la Eucaristía para recordar que Cristo fue una persona que nos regaló un mensaje, también su Espíritu y, cómo no, los fundamentos para seguirlo. Si nos olvidamos de estas realidades nuestra asistencia quedará reducida a participar sin darle sentido al acto y, consecuentemente, no recibiremos la fuerza que necesitamos para transformar nuestro actuar diario.
Después se nos presentarán, en oración, los problemas que afectan a la sociedad para que tomemos conciencia de ellos: Las injusticias, marginaciones, miserias, abusos, conflictos… Acciones que llevan a las personas a comportarse de manera insolidaria e inhumana causando a otras, un gran sufrimiento.
En el pasado, los fieles presentaban al Señor ofrendas diversas y éstas se utilizaban para ser compartidas o ayudar a los más pobres y necesitados. Con el paso de los años el formato original cambió y ahora se ofrece en el ritual “pan y vino”.
La “plegaria eucarística” es un acto de acción de gracias y de alabanza al Padre, en el que debemos reconocer la grandeza de su obra creadora y en la que recordaremos que Jesús hizo un acto único de generosidad pero ellos le arrebataron su vida porque denunció la injusticia con que actuaban contra los más necesitados y porque hacía el bien a todos para que la sociedad entendiera que los bienes que nos regaló el Padre no fueron para que se acumularan inútilmente en unos pocos sino para que todos pudiéramos comer a diario. Nosotros, conocedores de esta realidad, debemos participar en ella planteándonos seriamente qué compromiso real tenemos adquirido con el prójimo para que todos mejoren y que nadie pase necesidades.
La COMUNIÓN no tendrá sentido si no participamos comprendiendo que es un acto de amor y de justicia que comienza con la oración del “Padre nuestro” donde la comunidad pide a Dios, como Padre de todos y desde una actitud de fraternidad y reconciliación, la venida del Reino y la realización de su voluntad entre los hombres. Así es como nos debemos acercar a la mesa del Señor.
El “gesto de la paz” hace más visible esa actitud cuando nos intercambiamos la “Paz del Señor”, la que sólo es posible si practicamos la justicia, la solidaridad y el amor. Si nos damos la mano es porque estamos dispuestos a echar una mano a quienes nos puedan necesitar.
El momento cumbre de la Eucaristía está en la bendición del vino y el pan, para que se transformen en los elementos esenciales de la vida que fueron arrebatados a Jesús por defender la verdad, la justicia y ayudar a los desfavorecidos del sistema.
Levantarnos para compartir el mismo pan y el mismo cáliz, comulgando todos con el mismo Señor, será una acción sin sentido si no es la respuesta a nuestra voluntad de construir una “humanidad nueva” donde se viva con justicia y en paz. Para ello deberemos hacerlo si tenemos establecido un plan en el que se contemple nuestro deseo de cambiar, si esa acción es sincera sí nos uniremos a Cristo y al prójimo.  
El silencio y la oración, después de la comunión, servirán para que el misterio de la celebración nos atrape y empuje a seguir con más fidelidad a Jesús.
Moisés nos recuerda que el Señor les hizo vagar por el desierto para probarles su fe, es decir, comprobar si cumplían con los preceptos que les había establecido y si superaban las pruebas que les puso.
Debemos recordar siempre que la situación de bienestar que hemos alcanzado nunca es definitiva y que puede mejorarse o perderse, la historia del pueblo de Israel nos confirma que sus infidelidades hicieron que sufrieran invasiones y deportaciones.
¿Por qué se repiten estas realidades en todas las culturas?
Porque cuando estamos en una situación de opulencia nos olvidarnos de Dios, no miramos hacia arriba porque creemos que no necesitamos de Él, tampoco miramos a quienes viven en nuestro entorno muy necesitados, los pisamos y no los atendemos… ¡Y ese es el grave error que nos hace bajar de la nube del bienestar!

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