jueves, 25 de junio de 2020

EVOCANDO JAÉN

Capítulo III
AQUELLA PUERTA ADMIRADA…
Fuente: Evocando Jaén
Autores: “Cerezo” y “Vica”
La hermosa y tostada campiña se extiende como si Jaén ciudad tendiera una inmensa palma de su mano hacia el norte. El Llano de las Infantas, testigo de grandes y faustos aconteceres familiares en el regazo del Juleca, deja la mirada franca. Algún melocotonero rompe la monotonía del color de la tierra parda, dejando colgar su fruto como salcillos de oro que ponen gesto coqueto a la llanura.

A una legua, Villargordo se yergue con mesura sobre las alfombras de sus olivares. Alguna vez entré en mi juventud por su ancha calle. Un tren desvencijado, con avanzar cansino, nos había llevado hasta la pequeña estación, que casi parecía de maqueta, y desde allí caminamos a pie hasta el pueblo. Luego vendría el partido de fútbol contra los villargordeños, en un terreno duro y pendiente, que tenía en su mismo centro un poste de la luz que, a veces, junto a Botana, era el mejor de los locales, ya que a menudo frenaba en seco nuestros avances.  
Después, casi siempre derrotados, paseábamos por una amplia plaza desde donde el cielo se mostraba en su inmensidad. Los tejados casi se alcanzaban con sólo extender la mano. Sólo la torre de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción se elevaba sobre los aleros para llevar su voz de bronce desde la espadaña sobre el pueblo y los campos. La parroquia es un tesoro artístico. Y podría serlo más si hubiese existido mayor celo en conservar alguno de sus valiosos elementos, perdidos entre las brumas del tiempo.
Tiene la iglesia una puerta lateral del siglo XVI, renacentista, de gran belleza. La piedra está dañada por el abandono secular. Y allí había una hermosa puerta de madera, que lucía un magnífico herraje, finamente labrado y adornada con una clavazón tan bonita que el propio escultor, Mariano Benlliure, se quedó admirado de aquellos clavos que, el mismo confesó, se hubiera llevado a su estudio madrileño.
El menor de los Benlliure, ilustre familia de artistas españoles, había visitado Villargordo acompañado de su buen amigo el Marqués de Mondéjar. Poco pensaba el genial autor del monumento a Alfonso XII, en el Retiro de Madrid, que aquella puerta y su filigrana forjada se iba a perder un día sin que nadie denunciara su ausencia. La puerta ya no existe y el vano ha sido cerrado con una decoración de dudoso gusto.
Aún dan testimonio de su valor artístico el coro, con un maravilloso artesonado del más puro estilo renacentista. Realmente es uno de los más bellos de nuestra provincia. También es importante el trascoro del mismo estilo. Villargordo guarda en sus entrañas vestigios de su propia antigüedad, y en su subsuelo se han encontrado valiosos restos arqueológicos que han enriquecido el Museo Provincial.
Villargordo es aún un ejemplo señero de la idiosincracia de nuestros pueblos andaluces donde el aire está claro y no pesa. Si uno pasea por sus calles a la hora de la siesta, es posible que aún perciba ecos metálicos de los golpes del martillo en el yunque y el olor del carbón piedra quemado en la fragua del taller de aquel laborioso herrero, José Cerezo Rodríguez, que un día llegara desde su Marmolejo natal para enraizar en aquella tierra de rejas y manceras, de llantas de carro y azadones; de rejas y barandas de caprichos afiligranados.
Allí casó con Juana Moreno Mateos y tuvieron diez hijos, y allí murió José en 1933, sin pensar tan siquiera que uno de sus hijos, Francisco, iba a asombrar a jiennenses y foráneos con su pintura y con sus dibujos.  Francisco Cerezo Moreno fue la mejor obra de aquel humilde maestro de la forja, que fuera el autor del herraje de ventanas, puertas y balcones de la desaparecida Delegación de Industria, en el edificio que fuera propiedad de don Ángel Méndez. Esta filigrana en hierro y la de la escalera, orgullo de Jaén, fue uno de los mejores trabajos de José Moreno

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