sábado, 26 de septiembre de 2020

JESÚS DEFENDIÓ A LOS ÚLTIMOS

 Colaboración de Paco Pérez

DECIR Y HACER, ES EL CAMINO

Estamos viviendo unos tiempos complicados pero la sociedad siempre ha sufrido ese problema por culpa de los poderes políticos y religiosos que los oprimieron, y nos oprimen, con sus rigideces e injusticias. Si a esa carga emocional le añadimos que las personas no nos preocupamos de conocer a Dios pues entonces respondemos deseos mal o inadecuadamente.
Ya ocurrió en el 597 a.C. con el pueblo judío cuando fue deportado a Babilonia, entre ellos se encontraba el profeta Ezequiel.
Once años después, en el 586 a. C., los babilonios se reían de los judíos presumiendo de que ellos destruyeron Jerusalén porque sus dioses habían vencido a Yahvé. Esto hizo que los judíos meditaran sobre el porqué de su deportación.
En esa situación de confusión y dolor Ezequiel tomó la palabra para ayudarles a salir de su ofuscación y a comprender su realidad… Para ello les explicó que no era verdadera aquella creencia generalizada, antigua y mal interpretada, de Éxodo 20,5 que los confundía: [… Dios castigaba en los hijos los pecados de los padres hasta la tercera y cuarta generación…].
Por ella estaban hundidos y se sentían abandonados pero el profeta levantó la voz para afirmarles que la responsabilidad de lo que hacemos es de cada persona y que nadie carga después con la culpa de otro. También les recordó que si actuamos mal y no rectificamos a tiempo nos perderemos porque nuestros actos serán quienes nos arrastrarán al fracaso y Dios no tendrá culpa de lo que nos ocurra. En cambio, cuando caminamos equivocados y sabemos rectificar a tiempo el rumbo de nuestra vida entonces somos perdonados y nuestras obras buenas son las que nos salvan.
Unos siglos después, Jesús se comportó durante 30 años como un judío preocupado por su religión, cumplidor de la Ley y de los consejos que daban los profetas y, sobre todo, convencido de que el Padre lo protegía. Además, durante ese tiempo se relacionó a diario con sus vecinos y vio la realidad que afectaba a esas personas de su entorno: enfermedades, pobreza, injusticias, maltrato… Atrapado por estos sentimientos decidió que había llegado el momento de proclamar ante las gentes de Israel la nueva justicia del Reino que se instalaría entre ellos y acabaría con el dolor y el sufrimiento que padecían pues el pueblo judío seguía viviendo atrapado en una situación de injusticia y tenía la sensación de que Dios se había olvidado de ellos pero Jesús se encargó de cambiar ese sentimiento y comenzó a no respetar lo que la religión, la sociedad o la tradición cultural imponían al pueblo y Él, con su DECIR y HACER diario, intentaba cambiarlo todo para ayudar a los marginados sociales.
Los nuevos valores que Él les proponía practicar hizo que quienes ostentaban el poder o estaban próximo a él; fariseos, sacerdotes, doctores de la Ley…; temieron perder la situación privilegiada que disfrutaban y se opusieron a Jesús con radicalidad.
Cuando subió a Jerusalén para llevarles el mensaje que el Padre le había confiado sabía bien que hacerlo iría acompañado de peligros pues quienes tenían el dinero y el poder no deseaban perder su situación de privilegio.
En el evangelio de hoy se nos ayuda a discernir entre quién actúa bien y quién mal y por eso les propuso la parábola… ¿Por qué?
La ayuda está en Mateo 21, 23-27 y el origen del problema en la polémica ocasionada por la acción de Jesús al expulsar a los vendedores del Templo. Ello originó que los poderes públicos se sorprendieran de lo que hizo, se sintieron atacados en los intereses económicos que les generaba aquel mercado y por eso le pidieron que les explicara con qué autoridad lo había hecho. Jesús se comprometió a hacerlo si antes le respondían ellos a su pregunta:
- El bautismo de Juan… ¿De dónde procedía, del cielo o de los hombres?
Después de meditar en los pros y en los contras de su respuesta le dijeron:
- No lo sabemos.
Jesús les dijo:
- Pues tampoco os digo yo con qué poder hago estas cosas.
La acción de Jesús contra los cambistas no iba dirigida a ellos sino a la injusticia del sistema pues los poderes públicos aceptaron la Ley de Dios pero no la practicaban, no se arrepentían y seguían estancados en sus incorrecciones. Por eso les aclaró sus actos con aquella parábola, los incumplidores que se arrepentían eran perdonados pero los que enseñaban las normas y después no cambiaban su comportamiento no estaban en el buen camino y Él les hizo ver esa realidad. Para reprocharles su conducta les narró la parábola de hoy y con ella les enseñó que lo importante no está en las apariencias sino en lo que se hace y por eso caer, pedir perdón, rectificar y levantarse es el camino.
Pablo, consciente de la problemática que entorpecía las relaciones en las primeras comunidades cristianas les escribió para recordarles lo que hizo Jesús y, partiendo de ahí, encauzarlos de nuevo hacía el camino correcto. Para convencerlos les habló de lo que debían hacer: Mantener la unidad, el mismo amor y el mismo sentimiento; abandonar la rivalidad y la ostentación; dejarse guiar por la humildad y permitir con su ayuda que los demás fueran los importantes y no encerrarse en los intereses personales que impiden encontrar las necesidades de los demás.
Un tiempo después, las comunidades cristianas, profundizaron en la historia que habían vivido, retornaron con fuerza al camino que Él nos dejó y superaron sus problemas.
¿Profundizamos nosotros para abandonar las rutinas, sociales o religiosas, en que hemos caído?
 

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