jueves, 3 de septiembre de 2020

LOS LUNEROS

 

Colaboración de Paco Pérez
FREGAR LA OLLA
Dedicado a los “Luneros”, ausentes y presentes, que protagonizaron este hecho en más de una ocasión e inventaron una nueva “acepción” para esta expresión de la Lengua Española.
Cuando pronunciamos la expresión “Yo soy yo y mis circunstancias” estamos confirmando que si viajamos hasta el pasado podremos ver nuestra trayectoria vital con total detalle y entonces comprobaremos que de haberse dado otras realidades nuestra vida habría sido diferente. Por ejemplo: Si hubiéramos nacido en África es posible que en estos momentos estuviéramos haciendo planes para intentar cruzar el Mediterráneo, mejorar con esa acción nuestra forma de vivir y no pasar hambre pero como nacimos en Andalucía pues es posible que pensemos de manera distinta y que por ella no comprendamos el éxodo permanente de africanos y hasta es posible que no aceptemos su venida porque aquí también hay quienes tienen dificultades para comer y alojarse, problemas que son una realidad de nuestros días.
Parto de este planteamiento para afirmar que me considero “Lunero” porque la circunstancia que me regaló ese gentilicio fue el hecho de que el domicilio paterno estuviera ubicado en la calle Queipo de Llano 85, hoy 14 de Abril, y por esa realidad durante 25 años residí allí y jugué y conviví con las personas de ese entorno.
Esta evidencia, unida a mi forma de ser y pensar, es lo que me hace afianzarme en la realidad de mi pasado pero, a veces, la casualidad también interviene y entonces nos muestra de manera inocente algo que nos sirve de ayuda, en mi caso para seguir pensando así. El hecho mencionado me ocurrió hace unos meses mientras leía la biografía de Marcus Garvey, un periodista y escritor jamaicano de raza negra que luchó para erradicar el racismo. Este señor escribió algunos libros y nos regaló un pensamiento que es muy aleccionador: [Un pueblo sin el conocimiento de su historia pasada, su origen y cultura es como un árbol sin raíces.].
Esta verdad, hace unas fechas, recobró vigencia de manera casual en una conversación con amigos de aquellos años infantiles en los bancos de “EL Paseo”, en ella viajamos en el vehículo del tiempo hasta aquel pasado reciente, relatamos los recuerdos imborrables de nuestro barrio y eso hizo que nos sintiéramos felices y riéramos un buen rato con ellos.
Al llegar a casa continué recordando anécdotas y me vi empujado a reconocer que la calle tan larga donde residí, popularmente, estaba troceada en “El Embudo”, desde la esquina de la “Casa de Jiménez”, hoy CajaSur, hasta la de JuanCarabinas”, hoy de “La Retrepá”; 14 de Abril, hasta las esquinas de “Rosendo”, hoy de Bonoso o RafaelEl Latero”, PedroEl Maza”, LuísEl Ratón” y FernandoEl Pelotas” y el “Pecho de la Ermita”, desde esos cuatro puntos emblemáticos e inolvidables hasta ella. A ésta calle desembocan las nombradas como Ángel, La Luna y Luna Alta y yo considero que a este conjunto de viviendas y personas se le podría llamar el “Barrio La Luna” y a sus habitantes “Luneros”… ¡Qué recuerdos más imborrables guardo de aquellos años infantiles!
Hay quienes se avergüenzan de su pasado pero a quienes estuvimos hace unos días en “El Paseo” recordando anécdotas nos encantó vivirlo en su momento y ahora también, éramos personas de aquella época que, aunque teníamos edades diferentes habíamos convivido en ese entorno durante los años cincuenta sentados en corro, en una acera o en cualquier de esas esquinas, donde se hablaba de todo y nadie era discriminado por su edad (yo era y soy más joven) mientras se comentaban las travesuras realizadas o los partidos de fútbol jugados en el “Lejío Panteón” o en las eras que había en “El Pecho la Ermita”. Ahora se sabe cuándo empiezan y acaban los partidos porque los niños de nuestros días están federados y juegan guiados por un entrenador pero en el pasado todos éramos entrenadores, jugadores y árbitros, razón por la que el partido se disputaba con muchas discusiones y terminaba cuando el Sol se ocultaba.
Quién no recuerda la gran piedra que había en la “Esquina el Ratón”, no era cómoda pero como no había bancos pues era  mejor sentarse en ella que en el suelo o también que en la esquina de “El Pelotas” se acababa el empedrado de la calle y que desde ahí  hasta la Ermita el suelo era de tierra, realidad que favorecía la práctica de juegos infantiles como el “trompo”, las “canicas” o la “pita”. Me encantaba presenciar, en la esquina “El Maza”, cómo jugaban los mocitos al “Burro” en las modalidades de individual o múltiple. Jugaban allí porque había un poste de la luz y en él se sujetaban durante su práctica, éste tenía emoción con los mayores pues había que tener mucha fuerza para aguantar el peso del montón de jugadores y también porque debían tener buena capacidad de salto para encaramarse hasta arriba cuando saltaban en el último turno.
En aquella época el casco urbano del pueblo estaba fraccionado, según las pandillas de los niños, en las barriadas conocidas como “Paseo”, “Lejío Moya” y “La Luna” y los nombres de estos lugares hacía que a los habitantes de ellos se les conociera como “Paseantes”-menos violentos, “Moyeros” y “Luneros”, éstos últimos eran muy propensos a los enfrentamientos.
No podía dejar olvidada esta parte de nuestra historia local si en más de una ocasión los barrios no se hubieran enfrentado bélicamente en los descampados de las periferias del pueblo y, como es lógico, que acabaran con algún aporreado que otro por culpa de las piedras que se lanzaban o por los golpes que se daban en los enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Yo no viví estas experiencias violentas pero sí las escuché de los mayores, mis vivencias estuvieron relacionadas con los juegos propios de mi edad.
De todas las historias que escuche de ellos siempre recuerdo con cariño esta expresión: [Fregar la olla.].
Una mañana me encontré en la puerta del RestauranteEl Recreo” con Rosa y Ángel, la esposa y el hijo de Ángel Martínez AnguloEl Manchego”, nos saludamos y le pregunté por él. Cuando íbamos a despedirnos le dije:
- Coméntale a tu esposo que, cundo tenga ganas y tiempo, escriba los recuerdos de aquella historieta que protagonizó en la época en que iba a trabajar en bicicleta hasta la finca de “Los Badenes” y me explique el hecho de que a los que caían con las bicicletas les decían los compañeros en las tertulias de las cuatro esquinas:
- ¡Hoy ha “Fregado la olla”…!
Unas fechas después Ángel me entregó los apuntes histórico que le pedí y, según ellos, entre 1955 y 1970 a la finca de “Los Badenes”, situada en el término municipal de Jabalquinto (Jaén), acudían en bicicleta desde Villargordo algunas cuadrillas de mujeres, hombres y zagales, entre estos últimos se encontraban Juan Cañas CañasCanuto”, Ángel y otros muchos “Luneros”.
Una mañana, los dos, protagonizaron una anécdota que pudo acabar en tragedia pero quedó en unas magulladuras y unos alarmantes arañazos en la cara y brazos para Ángel. Ambos cometieron la temeridad de bajar pedaleando la cuesta de “La Vega”, iban como dos avionetas cuando vuelan bajo y, en la curva del cortijo, la bicicleta de “El Manchego” derrapó y… ¡Fregó la olla!
La reacción de Juan fue acudir en su ayuda, comprobar que no había nada roto y que todo había quedado en un susto con arañazos, Ángel recogió la bicicleta, se subieron y reanudaron la marcha hasta el embarcadero, después tenían que atravesar en barca el río Guadalquivir.
En nuestros días el hecho hubiera sido suficiente para ir al Centro de Salud local, después lo hubieran trasladado a Jaén para explorarlo mejor con el fin de descartar otras incidencias ocultas y, por último, habría estado unos días de baja con los vendajes.
Ángel, más duro que las piedras, trabajó durante la jornada laboral en esas condiciones adversas pues tenía que rascarse con frecuencia en la cara y los brazos por la picazón que le ocasionaban los desollones que se había hecho al mojarse con el sudor. Él no precisa la fecha de este incidente pero cree que pudo haber ocurrido en 1958.
Cuando regresaron del trabajo, siguiendo las costumbres del barrio, se reunieron en las cuatro esquinas y Ángel se convirtió en el protagonista de la tarde pues cada vez que llegaba un nuevo conocido tenía que repetir la misma historia… ¡Hoy me ha tocado a mí fregar la olla!
Como eran frecuentes las caídas pues se popularizó la pregunta… ¿Quién ha fregado la olla hoy?
Cuando ocurría, los reunidos en vez de ponerse tristes comenzaban a dar carcajadas pero había que aceptarlo así porque esa es la realidad de la vida… ¡Mientras unos lloran otros ríen!

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