Colaboración de Juan Martínez Terrones
Dedicado a mi abuelita Antonia, que con tantos años y tanta memoria sigue
siendo un tesoro de perlas lingüísticas preciosas y antiguas.
Los
villargordeños gozamos de un rico entorno cultural que se plasma en una rico
caudal lingüístico propio, compuesto por un sinnúmero de palabras y giros
distintivos, que nos traen un sabor particular y entrañable y cuyo origen
intuimos remoto y atribuimos a nuestros antepasados. El grueso de las palabras
que identificamos como villargordeñas son perlas antiguas de un tesoro
lingüístico conservado, las cuales se encuentran en los autores más
prestigiosos de la literatura española, sea con idéntica forma, sea en una
variante alterada por el habla local. Se añade una tradición de poemillas
transmitidos hasta nuestros mayores por vía oral, sin mediación de lo escrito,
desde tiempos antiguos.
Quienes
mejor utilizan la lengua patrimonial de nuestro pueblo, más suelen subestimar
su riqueza y calidad, me parece. Es difícil aprender a valorar las cualidades
de una lengua (y literatura) transmitida oralmente sin soporte de la escritura,
antes de la escolarización generalizada y de la invasión vulgarizante de los
medios de comunicación. Pero lo cierto es que la lengua oral se despliega con
maestría en sociedades iletradas (que no ignorantes) como expresión de una
cultura ancestral. Esto vale tanto para el Villargordo anterior a la televisión
como también para las civilizaciones de la Antigüedad y las culturas medievales
europeas.
De
entrada, conviene saber que hablamos correctamente cuando decimos andorrero,
meco, resabiado, azogue, barraquera, cascar, cazoletero (con un significado
distinto en el diccionario), cepazo, curiana, mandil, regomeyo, transminar,
zalear, palabras recogidas en el Diccionario de la Real Academia.
Las
palabras propias de Villargordo nacieron, en parte, por desplazamiento de un
significado anterior (metáfora significa desplazamiento) o un evolución divergente
de la lengua general; también las hay que derivan de palabras corrientes en
todas partes, las cuales se han desfigurado tanto, que apenas se reconoce su
forma original, como farriar
(procedente de desvariar) o faratar
(de desbaratar), o posiblemente calcucero
(de alcucero y esta, de alcuza, que es una vasija para guardar aceite u otros
productos); otras pocas son creaciones mayormente ingeniosas, que llegaron a
consolidarse con el uso.
A
modo de ejemplo, ¿conoce alguien una palabra más villargordeña que diñuelo?
También la emplean en pueblos de Córdoba, entre otros lugares, y como término
técnico en la remota Colombia, donde los artesanos la emplean con el
significado de conjunto de hilos preparados por la urdidera para formar un
telar. Por lo demás, nos sorprende de primeras que muy pocos la entiendan fuera
de nuestro entorno.
Diñuelo es una
evolución nuestra de liñuelo, esto es: la palabra lino con la forma añadida del
diminutivo –uelo [La terminación de
diminutivo –uelo se utilizaba muy a menudo durante el Siglo de Oro español, por
lo que es probable que la palabra liñuelo se formase en aquella época.]. Al principio significaba cabo o
ramal de una cuerda y, más tarde, en Villargordo, adquirió el significado más
específico para designar una cuerda para tender la ropa. Lino viene del latín linum,
que también significa hilo o cuerda, en particular el hecho de la planta que
tiene el mismo nombre.
El
habla villargordeña se explica por características compartidas con todo el
andaluz oriental además de otros elementos exclusivos. El diminutivo acabado en
–ico / -ica (mocico, bonico, etc.) es común a todo el andaluz oriental, al
murciano y al aragonés, pero el castellano clásico del siglo XVI también lo
utilizaba mucho en las dos Castillas. En esa época, la terminación más
corriente en español era –illo / -illa (poquillo, pañolillo, etc.), que en
Villargordo sigue siendo el más común en lugar del –ito / -ita.
En
particular destacan dos fenómenos: la pérdida de sonidos en situaciones
determinadas y el cambio de significado de una palabra al designar algo con el
nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o el todo por la parte.
Entre
los segundos cuenta una palabra tan genuina como porla: una creación reciente al tomarse la parte por el todo o, en
concreto, el material por la obra: el nombre de porla deriva del material con
el que las aceras se construyeron a partir de la segunda mitad del siglo XIX:
el cemento de Pórtland, cuyo color se asemeja al de la piedra de las canteras
de la isla inglesa de Pórtland. He aquí la odisea de las palabras: atravesando
venturosos caminos, una isla inglesa ha venido a parar a Villargordo para
darnos la palabra porla.
Respecto
a la evolución genuina de los sonidos de un vocablo, destaca la pérdida de la d
al principio y al final de una palabra (por ejemplo, esaborío en lugar de desaborido, es decir: soso, que no tiene
sabor) y la supresión de s al final de sílaba o un vocablo.
Todas
las lenguas y sus variantes están sometidas a fenómenos regulares que alteran
la naturaleza de los sonidos. Un ejemplo: disgusto
pasa a pronunciarse dijusto al perderse la s detrás de la i. Asimismo, desgraciado pasó a esgraciado y
después, tras la pérdida de la s, a ejraciao [En ejracia(d)o se observan la pérdida de la d al principio de palabra,
el paso de g a j, y el desplazamiento del significado.], que además cambió
de significado. Pero en un tiempo posterior a la vigencia de esta ley de
alteración de sonidos, volvió la palabra desgraciado
y ya permaneció en nuestro pueblo tal cual, sin cambios significativos. Por
eso, en Villargordo se dicen dos palabras que tienen el mismo origen, pero
significados distintos: ejracia(d)o y desgraciado. Y el habla popular dotó a
cada variante de significados especiales. Algo parecido vemos en nuestros
verbos faratarse y farriarse, mentadas más arriba.
Aserjado es otra palabra ilustrativa al respecto. No la recoge el diccionario, pero
es plausible suponer su origen en la palabra sesgo. La forma inicial sería asesgado;
con la pérdida de la s detrás de vocal, se habría convertido en asejado y, de
ahí, en aserja(d)o, con una r que resulta de una reinterpretación popular de la
palabra.
También se debe a una interpretación vulgar la palabra
lule, que resulta de una mala
separación de el hule, dado que
suena igual del hule y del lule. La forma admitida generalmente es hule.
Mención aparte merecen significados y creaciones muy
particulares. Así, zancarreta se
compone de la raíz zanca (pata larga y delgada) con un añadido –arreta, vacío
de significado. Por otro lado, fartusco,
que también se dice mucho en Córdoba, quizá proceda de falta y el sufijo
despectivo y quizá humorístico –usco. La práctica locución prepositiva a se (en la frase «voy a se mi prima Paqui») proviene de la contracción de a casa de (a [ca]s[a d]e).
Considérese además trapajazo, que está formado sobre trapajo, que es una variante
despectiva de trapo, y el sufijo –azo, que significa golpe y también se
encuentra en las palabras generales como manotazo o cepazo; cepazo, por su parte, debe de estar
formado a partir de cepo y es plausible interpretarlo como un vocablo expresivo
que designa un golpe tan fuerte como el que un animal se da al caer en un cepo;
asobinado es forma del verbo
asobinar, que procede del latín supinare,
relacionado con el adjetivo latino supinus,
que significa «tumbado de espaldas»;
este supinus comparte raíz a su vez con el latín supra y con el español sobre
(en el sentido de encima de); ardiles,
en la frase «tener ardiles», es una
alteración de la palabra ardid, hoy
día poco usada, que significa maña o artificio, de manera que «no tener ardiles» significa en origen
no tener maña, no tener vista para nada.
Ahora
bien, las más son palabras sobrevivientes de un castellano clásico y
tradicional, infinitamente más rico y genuino que el de las apenas sesenta o
cien palabras con que se apañan muchos aparentes letrados y verdaderos
ignorantes de las ciudades, empezando por muchos medios de comunicación.
Sin
ir más lejos: hogaño, palabra de
nuestros abuelos, goza de elevado prestigio en medios académicos. Con razón, es
tan antigua que, procedente del latín, se ha venido usando casi invariablemente
desde hace unos 2500 años hasta hace muy poco. Sin embargo, a nosotros nos
suena a anticuada y poco refinada.
Véase
a modo de muestra este pasaje de la Segunda parte del ingenioso caballero don
Quijote de la Mancha:
«Señores -dijo
don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay
pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo […].»
Siendo
una palabra clásica, la reencontramos en todas partes: Mateo Alemán, Emilia
Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós, por mentar sólo unos cuantos escritores.
Tarascada, que puede
parecernos invención de un cortijero local, ya la utilizaba alrededor del 1630
Rojas Zorrilla en sus poemas, como vemos:
«A Arnesto que
con afán / llevó la rabia amolada, / le cascó una tarascada
/ en la talega del pan / el clérigo o estudiante, / mas quedó del golpe tal, /
que no comerá más sal […].»
Tarascada guarda
relación con el verbo tarascar, que
viene del latín tratiare y significa
morder –dicho de un perro– o destruir con los dientes algo.
Entre
las palabras de pronunciación alterada se encuentra escalichado, en origen con la forma desgalichado, que aparece en
obras de Pío Baroja, Gómez de la Serna y que ya utiliza hacia el 1839 el Duque
de Rivas:
«Queda el
pobre viajero corrido de verse tan desgalichado y sucio
entre damas tan atildadas, por mas que le retoza la risa en el cuerpo notando
lo etereoclito de su atavío.»
Desgalichado parece ser un
cruce de las palabras desgalibado –formada sobre gálibo– y desdichado. En
Villargordo se pronuncia con pérdida de la d al principio de palabra.
Testero es utilizado
con el sentido de muro principal por muchos escritores modernos. Tampoco yerbazal es palabra incorrecta, sino
antigua y admitida por el Diccionario de la Real Academia, el cual informa de
su uso actual en México y Cuba.
Tabardillo aparece en
muchos autores de prestigio. Sirva como ejemplo la categórica frase extraída de
Tristana, de Pérez Galdós:
El
mismo autor dignifica en sus novelas el diminutivo zagalillo.
Badil, que yo nunca
había oído fuera del pueblo, resulta ser tan antigua, que ya aparece en textos
anónimos de 1252, siendo pues una palabra genuina, patrimonial y más precisa
que el por lo demás usual recogedor.
Badil es propiamente una paleta de
metal para recoger ceniza o remover la lumbre y es tan antigua, que los romanos
en latín clásico ya decían batillum,
con ese mismo significado. Utilizan badil
Francisco de Quevedo y el Arcipreste de Hita.
Volviendo más cerca en el tiempo, hacendosa la
utilizan en sus obras Emilia Pardo Bazán y Juan Marsé, con el mismo significado
que conocemos en Villargordo.
Nuestra conjunción temporal de que también tiene uso en el español clásico, aunque ya no se
considera propia del moderno estándar.
Es el caso también de vivalavirgen, que utiliza José Manuel Caballero Bonald, escritor
galardonado con el Premio Cervantes el año pasado:
«Andando el
tiempo, cuando Encarna se casó con Paco Páez, un vivalavirgen
que se agarraba a lo que fuese […].»
Está bien saber que hablamos más que correctamente
cuando decimos portañuela, palabra
refrendada en el uso por Guillermo Cabrera Infante, entre otros, o bien golfante, usada no sólo por nuestros
abuelos, sino también por Camilo José Cela.
Brinquemos ahora desde los vocablos del habla coloquial hasta las palabras enlazadas en forma
de poesía oral: nuestros mayores aún
conservan la memoria de un cancionero antiguo, consistente en piezas de raíz
tradicional castellana, compuesto por poemillas cuyo origen se halla en el
fondo de la Edad Media y que se han transmitido de viva voz de padres a hijos.
Sirva de ejemplo el Romance de Gerineldo: una pieza sobresaliente de la tradición oral
castellana, que gozó de una enorme difusión en siglos pasados. El romance debió
de circular en la provincia de Jaén y además ha sido atestiguado con diferentes
variantes en Castilla, Andalucía, Extremadura y hasta entre los judíos
procedentes de España establecidos en Marruecos. El Romance de Gerineldo narra cómo una infanta seduce a un criado y
ambos son descubiertos por el rey y padre de la princesa, el cual les propone
el matrimonio para resolver el desorden.
Existen
un sinfín de versiones, algunas conocidas por pliegos impresos en el siglo XVI.
Este romance lo aprendió la vecina de Villargordo Antonia Carretero Gámez, siendo moza, de quienes a su vez lo habían
aprendido de sus padres o abuelos, y ahora lo recuerda a sus 94 años,
constituyendo el último eslabón en la cadena de transmisión que duraba ya
tantos siglos. Un día de 2015 lo declamó de memoria a su hija Luisa Terrones y lo anotó:
—Gerineldo,
Gerineldo,
Gerineldito pulido,
¡quién te pudiera pillar
tres horas a mi albedrío!
Gerineldito pulido,
¡quién te pudiera pillar
tres horas a mi albedrío!
—Señora, como soy criado,
burlaros queréis conmigo.
—No me burlo, Gerineldo,
que de veras te lo digo.
—Decidme, mi señora,
¿a
qué hora he de ser venido?
—Entre las doce y la una,
cuando el rey ya esté dormido.
Entre las doce y la una,
Gerineldito
ha salido
con
zapatos de seda,
para que no sea sentido.
Dos vueltas le dio al palacio
y otras tantas al castillo;
viendo que no abría nadie,
para que no sea sentido.
Dos vueltas le dio al palacio
y otras tantas al castillo;
viendo que no abría nadie,
al
cuarto de la infanta ha ido.
El rey los encontró durmiendo,
como mujer y marido;
y les puso su espada por medio,
para que sirviera de testigo.
Con el frío de la espada,
la infanta se ha resentido:
El rey los encontró durmiendo,
como mujer y marido;
y les puso su espada por medio,
para que sirviera de testigo.
Con el frío de la espada,
la infanta se ha resentido:
—¡Levántate, Gerineldo,
Gerineldito pulido!
Que la espada de mi padre
entre
los dos ha dormido.
—¿Por
dónde me voy, señora?,
¿por dónde me iré, Dios mío?
¿por dónde me iré, Dios mío?
—Vete por esos jardines,
cogiendo flores y lirios.
El
rey, que estaba al acecho,
al encuentro le ha salido:
al encuentro le ha salido:
—¿Dónde vas, Gerineldo,
pálido y descolorido?
—Señor, por vuestros jardines vengo
cogiendo flores y lirios.
—La rosa que tú coges
está dentro de mi castillo.
—¡Matadme, señor, matadme,
si yo debo algún delito!
—No te mato, Gerineldo,
que te crié desde niño.
Te casarás con la infanta,
serás
mi yerno querido.
—Tengo
la promesa hecha
con
la virgen de la Estrella:
la
mujer que yo gozara,
he
de casarme con ella.
El
acervo lingüístico propio y la tradición de nuestro cancionero son una
herramienta del pensamiento y, junto al conocimiento de nuestra variante del
castellano, nos ayuda a conocernos mejor. La actitud respecto a la variante
lingüística propia reproduce el valor que uno concede a su propia cultura,
entendida esta como el modo de vida tradicional, las costumbres propias y los
conocimientos heredados locales.
El
conocimiento del habla tradicional protege contra la moderna perversión del
lenguaje actual, superficial y vacío, que propagan los medios de comunicación.
A este respecto constata el filósofo Emilio Lledó: «Es terrible, se observa la vaciedad, el montarnos a caballo sobre
frases hechas. “Hay que poner en valor” […] ¿Pero qué es eso? Abunda la palabra
abstracta demagógicamente utilizada y carente de sentido. […] Debemos alimentar
la libertad de las palabras para que sean motivo de sugerencia, sean estímulo
de pensamiento, sean libertad.» Conozcamos, pues, nuestras propias
palabras, llenas de historia, ricas en sentido, estimulantes de la mente y
sensaciones íntimas.
Villargordo conserva una
riqueza lingüística patrimonial, que las grandes ciudades han ido perdiendo en
perjuicio de la lengua. Este tesoro nos protege contra la banalización de la
lengua y del pensamiento, y merece ser cuidado como patrimonio de nuestro
pueblo. Lo ideal es valorar, conociéndolas, las variantes genuinas de nuestro
pueblo y los equivalentes de la lengua general para, sabiendo discernir unas de
otros, utilizar las alternativas apropiadas según la situación.
Agradezco
a Francisco Pérez el impulso que amablemente me procuró para que redactara una
primera versión del artículo, que publicó en el loable blog (villargordonosreune.blogspot.com.es) y yo ahora he corregido y ampliado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario