Colaboración de Paco Pérez
ELLOS NO LO
COMPRENDIERON Y MURMURABAN DE ÉL
En
el evangelio se nos presenta el eterno problema de las personas… ¡La
murmuración!
¿Por
qué tenemos esa debilidad?
Porque
cuando no comprendemos la verdad que se presenta ante nosotros la negamos
sin dar argumentos sólidos en su contra.
Ocurrió cuando Jesús les habló del “pan de vida”, ellos se quedaron sorprendidos porque les hablaba de las cosas del cielo y para ellos había una realidad tangible, conocían a sus padres y lo habían visto crecer. Por esta realidad no aceptaban que un hombre se comunicara que era hijo de Dios. Él no se amilanó ante las murmuraciones que nacían de sus dudas y continuó presentándose como enviado del Padre. El problema suscitado lo ocasionó el desconocimiento de esta realidad: Jesús era hombre y les hablaba del cielo porque realmente era Dios pero ellos lo habían visto nacer y crecer.
Él les decía
que necesitaban creer en esa verdad para que el Padre los
premiara después porque Él moriría para que quienes sí creyeran
pudieran ser salvados.
Para
que comprendieran mejor su afirmación les recordó que quienes comieron el “maná”
en el desierto murieron pero quienes comieran el “pan de vida”, es
decir, creyeran en sus palabras y siguieran sus enseñanzas, no
morirían porque Él los salvaría con el acto de su muerte y
posterior resurrección.
El
cristiano debe entender que el “pan de vida” es poner en práctica lo que
enseñaba y practicaba Jesús. Por esa razón, en algunos relatos
evangélicos aparece el acto de la “comida”, es decir, cuando se reunía
con las personas alrededor de una mesa o en el campo para compartir los
alimentos celebrando algo, era una buena práctica que ayudaba a
fortalecer la unión.
De
lo que se narra poco en la Biblia es de los rituales de culto y
liturgia que practicaba Jesús, es decir, sobre su participación en
los actos del templo, pero sí se nos habla de cuándo, cómo y dónde oraba.
Lo hacía en cualquier lugar y en soledad, el campo era un buen sitio para Él;
al hacerlo manifestaba al Padre sus problemas; le pedía
que lo protegiera y rechazaba las cosas desagradables que le pasarían
después, igual que hacemos nosotros; después se arrepentía, pedía
perdón, aceptaba los hechos y, por último, se mostraba confiado
en Él. En estas comidas colectivas que participó no excluyó
a nadie por razones de sexo, raza o vida poco digna; permitió
que unas mujeres lo perfumaran, sabiendo que los judíos lo iban a criticar, y nos
enseñó a no preocuparnos de los que nos acusaran con falsedad pues
mientras para Él algunas acciones tenían un gran valor para la sociedad
que murmuraba de Él sólo contaba, y cuenta, los prejuicios sociales que se
creaban, y crean, ciertas personas.
También
nos enseñó con su ejemplo que la religiosidad, como Él la
entendía, no guardaba relación con la vida de privaciones que llevaban quienes se
retiraban al desierto. Jesús tuvo un comportamiento totalmente
humanizado, por eso participaba en comidas y bebía porque si se practican con
sentido común son loables y no criticables pero por actuar así lo acusaron de “comilón”
y “borracho”. No debemos olvidar que Jesús se despidió de sus
discípulos en una cena y que ese acto es considerado como la institución
de la Eucaristía.
Antes
que Jesús, Elías también caminó por el desierto de la incomprensión
al defender a Yahvé, el verdadero Dios, contra la idolatría que
se practicaba a Baal en Canaán con el apoyo de los reyes. Por
culpa de su atrevimiento fue amenazado y huyó. Al hacerlo sintió miedo, agotamiento
físico y moral, fue tentado y le echó a Dios la culpa del
desamparo en que vivía y, por último, le manifestó el deseo de no querer
seguir viviendo.
El
Señor le perdonó su caída y le ayudó para que llegara al
monte Horeb. No fue una huida sino una retirada de cuarenta días; los que
le ayudaron, mediante la oración y la reflexión, a robustecer la fe debilitada
y así, al regresar, pudo continuar de nuevo con su misión y consiguió que el verdadero
Dios se impusiera a los ídolos.
Pablo nos recuerda
las cosas buenas que hizo Jesús por las personas de todos los tiempos
con su ejemplo de vida:
Amándonos,
pidiéndonos que vivamos en paz perdonando las ofensas que nos
hagan, amándonos como hermanos y ayudando a quienes nos necesiten
con una actitud desinteresada.
Si
nos comportamos así en la familia, en la amistad, en la sociedad
y en el trabajo entonces el Espíritu Santo se sentirá feliz y nos
ayudará.
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