sábado, 7 de agosto de 2021

JESÚS LES HABLÓ DEL “PAN DE VIDA”

 Colaboración de Paco Pérez

ELLOS NO LO COMPRENDIERON Y MURMURABAN DE ÉL

En el evangelio se nos presenta el eterno problema de las personas… ¡La murmuración!

¿Por qué tenemos esa debilidad?

Porque cuando no comprendemos la verdad que se presenta ante nosotros la negamos sin dar argumentos sólidos en su contra.

Ocurrió cuando Jesús les habló del “pan de vida”, ellos se quedaron sorprendidos porque les hablaba de las cosas del cielo y para ellos había una realidad tangible, conocían a sus padres y lo habían visto crecer. Por esta realidad no aceptaban que un hombre se comunicara que era hijo de Dios. Él no se amilanó ante las murmuraciones que nacían de sus dudas y continuó presentándose como enviado del Padre. El problema suscitado lo ocasionó el desconocimiento de esta realidad: Jesús era hombre y les hablaba del cielo porque realmente era Dios pero ellos lo habían visto nacer y crecer.

Él les decía que necesitaban creer en esa verdad para que el Padre los premiara después porque Él moriría para que quienes sí creyeran pudieran ser salvados.

Para que comprendieran mejor su afirmación les recordó que quienes comieron el “maná” en el desierto murieron pero quienes comieran el “pan de vida”, es decir, creyeran en sus palabras y siguieran sus enseñanzas, no morirían porque Él los salvaría con el acto de su muerte y posterior resurrección.

El cristiano debe entender que el “pan de vida” es poner en práctica lo que enseñaba y practicaba Jesús. Por esa razón, en algunos relatos evangélicos aparece el acto de la “comida”, es decir, cuando se reunía con las personas alrededor de una mesa o en el campo para compartir los alimentos celebrando algo, era una buena práctica que ayudaba a fortalecer la unión.

De lo que se narra poco en la Biblia es de los rituales de culto y liturgia que practicaba Jesús, es decir, sobre su participación en los actos del templo, pero sí se nos habla de cuándo, cómo y dónde oraba. Lo hacía en cualquier lugar y en soledad, el campo era un buen sitio para Él; al hacerlo manifestaba al Padre sus problemas; le pedía que lo protegiera y rechazaba las cosas desagradables que le pasarían después, igual que hacemos nosotros; después se arrepentía, pedía perdón, aceptaba los hechos y, por último, se mostraba confiado en Él. En estas comidas colectivas que participó no excluyó a nadie por razones de sexo, raza o vida poco digna; permitió que unas mujeres lo perfumaran, sabiendo que los judíos lo iban a criticar, y nos enseñó a no preocuparnos de los que nos acusaran con falsedad pues mientras para Él algunas acciones tenían un gran valor para la sociedad que murmuraba de Él sólo contaba, y cuenta, los prejuicios sociales que se creaban, y crean, ciertas personas.

También nos enseñó con su ejemplo que la religiosidad, como Él la entendía, no guardaba relación con la vida de privaciones que llevaban quienes se retiraban al desierto. Jesús tuvo un comportamiento totalmente humanizado, por eso participaba en comidas y bebía porque si se practican con sentido común son loables y no criticables pero por actuar así lo acusaron de “comilón” y “borracho”. No debemos olvidar que Jesús se despidió de sus discípulos en una cena y que ese acto es considerado como la institución de la Eucaristía.

Antes que Jesús, Elías también caminó por el desierto de la incomprensión al defender a Yahvé, el verdadero Dios, contra la idolatría que se practicaba a Baal en Canaán con el apoyo de los reyes. Por culpa de su atrevimiento fue amenazado y huyó. Al hacerlo sintió miedo, agotamiento físico y moral, fue tentado y le echó a Dios la culpa del desamparo en que vivía y, por último, le manifestó el deseo de no querer seguir viviendo.

El Señor le perdonó su caída y le ayudó para que llegara al monte Horeb. No fue una huida sino una retirada de cuarenta días; los que le ayudaron, mediante la oración y la reflexión, a robustecer la fe debilitada y así, al regresar, pudo continuar de nuevo con su misión y consiguió que el verdadero Dios se impusiera a los ídolos.

Pablo nos recuerda las cosas buenas que hizo Jesús por las personas de todos los tiempos con su ejemplo de vida:

Amándonos, pidiéndonos que vivamos en paz perdonando las ofensas que nos hagan, amándonos como hermanos y ayudando a quienes nos necesiten con una actitud desinteresada.

Si nos comportamos así en la familia, en la amistad, en la sociedad y en el trabajo entonces el Espíritu Santo se sentirá feliz y nos ayudará.

 

 

 

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