Colaboración de Paco Pérez
JESÚS CONFIRMA LAS ESCRITURAS
Cuando
el pueblo judío regresó de Babilonia,
donde habían estado cautivos, comprobó que Jerusalén, el Templo y
las instituciones estaban destruidas y esa realidad les hizo comprender
que necesitaban levantarlo todo de nuevo. El primer paso que dieron fue asumir
que debían guiarse por normas y, como no las tenían, el sacerdote
y escriba Esdras se
encargó de leerles el Libro de la Ley,
el Pentateuco para los cristianos y la
“Torah” o “Ley” para los judíos. Después
de leerlo explicó al pueblo su contenido, éste lo
aceptó, lo proclamó como la “Santa Ley de Dios” y con ella se
guiaban.
Han pasado muchos años y me pregunto… ¿Hemos mejorado como comunidad?
En
nuestros días, a los cristianos nos ocurre como al pueblo de Dios cuando regresó del cautiverio pero
encuentro una diferencia, ellos tuvieron que partir de cero porque no se
encontraron nada y nosotros tenemos en la Biblia las enseñanzas de Jesús.
A pesar de ello actuamos como si no tuviéramos la “Ley de Dios” y esta realidad me hace pensar que nuestro
comportamiento se debe a que teniéndola no la conocemos… ¿Por qué actuamos así?
Porque
hemos sido educados con la ayuda de la familia y de la parroquia en
una creencia sustentada en tradiciones y no en el conocimiento de Dios mediante la lectura de la BIBLIA, de haberlo hecho bien hoy seríamos más prácticos y menos tradicionalistas.
Debemos recordar que hubo un tiempo en el que algunos sacerdotes no recomendaban
su lectura porque querían evitar que algunas publicaciones bíblicas confundieran
a los fieles y en vez de ayudarles les perjudicara. El Concilio Vaticano II aclaró el tema y sí recomendó su lectura.
Considero
que fue un error tomar esas medidas preventivas pues se nos acostumbró a no leer
la Biblia, la fuente donde poder conocer a Dios y amarlo
de verdad. Si tomamos como ejemplo el evangelio de hoy veremos que se nos presenta
en sociedad a Jesús.
Durante
el tiempo que vivió Jesús en Nazaret… ¿Qué hizo?
Pasó
inadvertido mientras se educaba como un miembro más de una familia creyente
que estaba insertada en un entorno en el que todos trabajaban para
ganarse el sustento, se ayudaban utilizando los espacios comunes y los útiles
de labranza o del hogar, reían, lloraban y se divertían
juntos, participaban en los actos y acontecimientos del colectivo… Esta
enseñanza era posible porque la FAMILIA, entonces, era una institución
cuyos pilares eran fuertes y por eso respetaban a los mayores y aprendían
de ellos, de las plantas y de los animales. Como todo era sencillo pues cuando Jesús comenzó su ministerio los ejemplos
que les ponía estaban tomados de esos aprendizajes que Él tuvo en Nazaret
durante sus años de vida silenciosa.
A Él
le gustaba visitar la sinagoga los
sábados y en ella se leían y comentaban los textos. Un día
lo hizo y lo que dijo lo
encontramos en Lucas 4,17-19: [Le entregaron el libro del profeta Isaías y,
desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio
a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la
vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del
Señor.].
En Lucas 4,20-21 encontramos lo que ocurrió después de acabar la lectura anterior: [Y, enrollando el
libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los
ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:
-
Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.].
En
ese momento se manifestó al pueblo como el “ungido” y les enseñó, a nosotros también, que debían dar prioridad a
los problemas de los "pobres", los "cautivos", los
"ciegos", los "oprimidos"… ¿Coinciden nuestras preocupaciones con sus consejos?
En
nuestros días todos deberíamos ponernos un termómetro que midiera nuestra preocupación
por el prójimo y entonces comprobaríamos que la mayor parte de la sociedad no
interpreta de manera correcta el problema que se plantea en todo el mundo con
la inmigración pues rechazamos la
llegada de las personas que arriesgan su vida para encontrar en otros países un
puesto de trabajo que les permita vivir con dignidad para poder acabar con su
desesperación personal o familiar. Si estas personas no encuentran una acogida
favorable de los lugareños es porque el conjunto social no tenemos aún
asimiladas las palabras con las que Jesús
marcaba sus prioridades.
Pablo nos recuerda
que las diferentes nacionalidades o razas de las personas no
deben ser un obstáculo para la inclusión
y que las enseñanzas de Jesús
deberían ser una práctica normalizada en estos tiempos, haciendo realidad sus
preocupaciones.
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