jueves, 21 de diciembre de 2023

ADVIENTO IV

 Colaboración de Paco Pérez

LA ALEGRÍA DE LA VIDA

Las personas no recibimos las noticias de igual manera, como ejemplo tenemos el anuncio que el ángel Gabriel hizo a Zacarías y María sobre su futuro y ambos se sorprendieron, aunque por razones diferentes. A él por la avanzada edad de su esposa y ella porque sólo estaba desposada.

Zacarías, aunque era sacerdote, no comprendió el mensaje del ángel: Dios había escuchado sus oraciones, Isabel tendría un hijo, le pondrían Juan, nacería antes de Jesús y haría una gran labor evangelizadora.

María, al no haber celebrado aún los esponsales, tampoco comprendió que iba a concebir un hijo pues en la cultura de aquel pueblo aceptar aquella propuesta tenía un peligro real y, además… ¿Cómo se lo explicaba a José?

Estas realidades me empujan a pensar que sólo puede entenderse su aceptación, y la de José, porque Dios intervino premiando la FE de ambos en Él.

Zacarías vivía de ejercer su labor sacerdotal en el TEMPLO de Jerusalén y su respuesta no estuvo a la altura de su ministerio pero María y José me enseñan que su FE fue la consecuencia de una creencia arraigada en ellos como fruto de la enseñanza familiar que recibieron y de una práctica personal correcta.

En nuestros días, el nacimiento de una persona, no tiene siempre el mismo recibimiento que en el pasado… ¡Con gran alegría!

Tenemos la prueba en la noticia reciente de la niña abandonada en un contenedor. Lo ocurrido nos debe llevar a reflexionar sobre las variadas circunstancias que han originado que el nacimiento de esa hija se haya convertido, en vez de un acontecimiento deseado y alegre, en un acto reprochable ante Dios y las personas… ¿Por qué realizó su madre, o la familia, esa acción?

Sólo compete a Dios juzgar lo ocurrido y a nosotros pedirle que perdone a los infanticidas y que proteja a la niña durante su vida.

Dios siempre ayuda para favorecer el bien colectivo y no como las personas, buscando una mejora personal. Un buen ejemplo lo encontramos en David.  

Dios encumbró al pastorcillo, éste estuvo un tiempo muy ocupado solucionando los problemas de su reino, se construyó un palacio para vivir y abandonó sus obligaciones con Él.

Un día reflexionó sobre el hecho de vivir pomposamente y que el Señor estuviera en una tienda de tela, esto le hizo comprender que se había equivocado, decidió construirle un templo y se lo comunicó por mediación del profeta Natán pero recibió como respuesta otro regalo, la consolidación de su reino con la dinastía familiar que vendría tras él y que uno de ellos levantaría el Templo, Salomón.

Queda probado, una vez más, que las personas no comprendemos, está en la respuesta de Dios, que lo importante no es el Templo sino que cumplamos con las obligaciones que se derivan de nuestra responsabilidad y creencia.

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