Unos días después volví al lugar de nuestro encuentro y no los divisé a la primera, debido a que ese día el banco elegido estaba al sol porque el fresco otoñal le pidió a sus cuerpos cambiar de sitio. Observé que con el frío tenían que venir con dos cartones, el nuevo lo usaban para evitar que el sol les diera en la cabeza.
Me informaron de que “El Paseo” era una zona de eras. Las casas estaban en la calle Marqués de Linares y a este espacio daban las puertas falsas de ellas o de las cuadras. Al hablar de las cuadras, el otro anciano, José, se acordó de la escena que una noche protagonizaron Miguel Moreno García “Pereto” y su inseparable amigo Carlos López “Loroncho”. La familia de Miguel tenía unas posibilidades económicas buenas y la de Carlos escasas.
Era invierno y todas las noches, después de cenar, se juntaban Miguel y Carlos para recorrer el pueblo y lo hacían durante varias horas, hasta que era la hora de dormir.
Una de esas noches pasaron por “El Paseo”, la casa de Miguel tenía ubicada allí la puerta de la cuadra y entonces le hizo Carlos esta propuesta:
- ¿Qué te parece si coges a tu mama un pan, ajos y aceite; nos vamos a mi casa; le cojo a la mía una gallina; la freímos y nos la comemos?
- No se hable más.
Miguel abrió la puerta de la cuadra, Carlos se quedó en ella, y cruzó el corral, entro en la casa, cogió los ingredientes necesarios y, cuando regresó, marcharon a casa de Carlos. Una vez en ella éste condujo a Miguel hasta la cocina y le dijo:
- Voy a por la gallina.
Unos minutos después regresó con ella y los cocineros tuvieron que darle un punto magnífico porque les supo a poca. Se lo pasaron bomba y quedaron en repetir la experiencia otra noche.
Unos días después la madre de Miguel le dijo:
- Niño… ¿Dónde está la lorigá?
- ¡La madre que parió a Carlos, qué bien me la colocó!
Cuando se juntaron aquella noche el tema salió a debate y las risas llegaron al cielo.
Carlos, al quedarse solo en la cuadra, entró en el gallinero para retorcerle el pescuezo a la lorigá y después se la escondió debajo de la pelliza.
Los pícaros siempre existieron, sus gestas fueron recogidas por los grandes escritores y a Villargordo no vinieron para preguntar por las de los nuestros.
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