Colaboración de José Carlos Castellano
El sacristán borracho
En
una parroquia, le dice el cura al sacristán:
-Toma
trescientos euros, compras un San José
y
lo pones en la hornacina que está sin santo.
El
sacristán coge el dinero y va a comprar el
santo
pero, como era muy borracho, al pasar por la
taberna
no pudo resistir la tentación, así que
se
paró y empezó a beber vino. Cuando acordó,
sólo
le quedaban diez euros.
Pensó
que aún tenía suficiente para comprar la
imagen,
de modo que se encaminó al taller del
imaginero,
y al llegar le dijo:
-¡Hola,
buenos días! Vengo a por un San José que
valga
diez euros.
-Por
diez euros, sólo te puedo dar un santo de
chocolate
-le contestó el imaginero.
-Bueno,
pues dámelo.
Con
el santo se encaminó a la iglesia y lo colocó
en
la hornacina, tapándolo con una cortinilla.
El
cura le preguntó al sacristán si había hecho el
encargo
y el sacristán le dijo que sí.
Quedaron
de acuerdo en que, durante la misa, el
monaguillo
descorrería la cortina para que los
fieles
vieran la nueva imagen.
Llegada
la misa, al terminar el evangelio, el
monaguillo
descorrió la cortina. Donde tenía que
estar
el santo no había más que un montón de
chocolate
derretido por un rayo de sol.
Todos
quedaron sorprendidos y no entendían
lo
que pasaba.
El
cura no acertaba a decir palabra y el sacristán,
que
asistía al sacerdote en la misa, tomó la palabra
y,
sin pensárselo dos veces, les dijo:
-¡Mirad
lo que ha hecho el granuja, se ha cagado
y
se ha ido.
Las oraciones colectivas
Un
sacerdote, en tiempos de Maricastaña, ejercía su
labor
en una iglesia que era una ruina arquitectónica
pero
a los fieles los tenía muy bien enseñados, de tal
forma
que el cura decía:
-
Rezamos el Padre Nuestro.
Y
todos al unísono, y en voz alta, comenzaban:
-
¡Padre Nuestro que estás en los...!
-
Ahora, el Credo.
Y
todos, igualmente, respondían:
-¡Creo
en Dios Padre todo poderoso...!
-
Ahora, el Ave María.
Del
mismo modo.
-
¡Dios te salve María llena eres...!
Pero
un día que estaban reunidos en la iglesia
comenzó
a llover. El cura le dijo a los fieles:
-
Recemos para apaciguar la tormenta.
Y
empezaron:
-
¡Padre nuestro que estás en los cielos...!
Estando
en ello, el sacerdote mira al techo,
ve
una tabla que se está descolgando y,
sin
pensarlo, les avisa:
-¡La
tabla!
Y
todos al unísono, respondieron:
-Una
por una, una. Una por dos, dos. Una
por
tres, tres...
El reloj del cura
El
sacerdote estaba confesando y se acercó
un
joven:
-
Ave María Purísima.
-Sin
pecado concebida –le contestó el cura.
-Dime
muchacho, ¿cuáles son tus pecados?
-
prosiguió el sacerdote.
Al
joven se le fue el santo al cielo y se quedó
ensimismado
con el reloj de pulsera del
confesor.
Ni
corto ni perezoso le dijo al cura que se lo
Regalara,
que le gustaba mucho.
Tras
su mucha insistencia, al cabo de más de
una
hora, el sacerdote no tuvo más remedio
que
dárselo ya que había muchísimos fieles
esperando
para confesar.
Cuando
el joven terminó de confesar y obtuvo
el
ansiado reloj se fue del confesionario.
A
continuación se acercó una muchacha:
-Ave
María Purísima.
-Sin
pecado concebida –le contestó y continuó
el
confesor:
-Dime
muchacha, ¿cuáles son tus pecados?
-Mire
padre, el mayor de todos es que mi
novio
quiere hacer uso del matrimonio sin
casarnos
y yo a duras penas me resisto.
-Hija
mía, aguanta hasta que os caséis -le
aconsejó
el sacerdote.
-Pero
es que usted no sabe lo cansino que
es
mi novio y yo pienso que no voy a poder
aguantar…
¡Si usted lo conociera!
El
sacerdote se queda pensando y le pregunta
a
la joven:
-
Pero bueno, ¿quién es tu novio?
Y
la muchacha le contesta:
-
El joven que se ha levantado ahora mismo,
antes
de llegar yo.
El
cura exclamó.
-¡Virgen
Santa, el del reloj!
Hija
mía, date por foll...
El loro y el cura
Un
sacerdote llegó por vez primera a una
parroquia.
Todos los días, al terminar la misa
e
ir a su casa, pasaba por delante de una
pajarería
y en dicha tienda había un loro que,
al
pasar el cura, le decía:
-¡Hola,
cara-huevo!
El
sacerdote, al principio, no se preocupó.
Con
el paso de los días, y ante la insistencia
del
loro que seguía llamándole cara-huevo,
decidió
comprar el loro para deshacerse de él.
Así
que entró en la pajarería y lo compró.
El
cura se lo dio al sacristán y le dijo:
-
Toma este loro y te deshaces de él.
El
sacristán lo metió en una caja, la llenó de
Piedras
y la ató con cuerdas para que el loro
no
se saliera. Después comenzó a darle patadas
y
golpes con un palo. Cuando estuvo así
un
buen rato y el sacristán calculó que el ave
estaría
muerta dejó de darle golpes a la caja.
Al
día siguiente, el cura preguntó al sacristán
qué
había hecho con el loro.
El
sacristán le contó, con pelos y señales, lo que
había
hecho.
El
sacerdote, para quedarse tranquilo, le dijo:
-
Enséñame el loro muerto.
El
sacristán fue a por la caja y se la dio al cura.
Cuando
el sacerdote tuvo la caja y la abrió, el
loro
saltó de la caja y le preguntó:
-
¡Cara-huevo!... ¿Dónde te ha pillado el terremoto?
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