Colaboración de Paco Pérez
LA
MUJER: FE, ACEPTACIÓN Y ENTREGA
El profeta Miqueas nació en la segunda mitad del S. VII a. C. en una pequeña población y vivió allí pero, al producirse la invasión de los asirios, se trasladó a Jerusalén para refugiarse. Allí se encontró con un ambiente en el que reinaba la injusticia social y se practicaban los cultos paganos, trató de enderezar aquella situación lamentable mediante oráculos de destrucción y anuncios para darles esperanza pues les vendría una nueva situación en la que se cumplirían las promesas de Dios, les vendría un rey que sería de la estirpe de David, tendría un origen humilde y nacería en una población pequeña, con el tiempo nació en Belén, y con Él se restablecería en el pueblo de Dios la verdad y la justicia.
Con estos anuncios el profeta nos enseñó que los caminos del Señor se recorren con humildad, sencillez, modestia y espíritu de servicio pero las personas nos empeñamos en recorrerlos en sentido contrario, es decir, con grandeza, espectacularidad, fuerza, orgullo, poder y grandeza.
En
aquellos tiempos las mujeres no eran respetadas por las leyes que regulaban la
convivencia en la familia, la religión o la sociedad pues
no tenían derechos pero la situación de los hombres sí los tenían. Estas dos
realidades contrarias ocurrieron porque a ellas les adjudicaban una amplia
relación de temas negativos y por ellos las presentaban como personas incapaces
de realizar determinadas acciones. Con estos argumentos a ellas les negaban el
acceso a la formación, a decidir sobre su futuro matrimonial pues éste quedaba
en manos del padre y así eran tratadas como mercancía, no podían participar en
los actos sociales o religiosos… Pero sí les pedían cuidar del esposo y los
hijos/as; trabajar, en la casa; ayudar al esposo en los trabajos del campo;
permanecer encerradas en casa; cumplir con la ley de la pureza… Se justificaba
ese trato diciendo que la mujer había sido un regalo que Dios hizo al
hombre para que estuviera a su lado y le ayudara pero Eva no respetó el
plan de Dios y desde entonces la mujer era presentada como la culpable de
la pérdida del estado de felicidad que se nos había regalado al nacer.
Esta
acusación choca con otra realidad, en la Biblia hay un buen ramillete de
mujeres que dejaron huella en su tiempo: Sara, Rebeca, Raquel, Miriam,
Débora… Pasaron los años y más cerca de nosotros encontramos otras dos
mujeres inigualables que, impregnadas de FE y CREENCIA en Dios,
aceptaron su propuesta y se convirtieron en protagonistas esenciales de nuestra
creencia: Isabel y María.
Estas
dos mujeres también estaban afectadas por los efectos negativos de la tradición
judía pero, cuando recibieron la llamada de Dios, aceptaron sin titubear.
Un tiempo después, María realizó un largo viaje sola -posiblemente en
una caravana- para visitar a Isabel, su prima, pues deseaba ayudarle en los
últimos momentos de su gestación, lo que se debe hacer con quienes nos
necesitan, Isabel necesitaba su ayuda al ser muy mayor.
Si
María hubiera pensado en los prejuicios sociales del momento, viajar
sola, entonces no hubiera cuidado a su anciana prima y contribuido a que Juan
“El Bautista” hubiera nacido sin problemas.
Con
estas mujeres queda probado que cuando la fe y la protección de
Dios actúan sobre las personas éstas responden a lo que el Señor les
pide que hagan pues los obstáculos que se nos imponen, en este caso a
las mujeres, se resuelven sin dificultad y el fin perseguido se alcanza.
Jesús
se
encontró con estas realidades absurdas y con su actuación ejemplar
desmontó los comportamientos irregulares que encontró.
Pablo expone con
claridad que en el pasado, según la Ley, el pueblo hacia sacrificios
para expiar sus pecados pero con Jesús cambiaron esos planteamientos cuando
comunicó al pueblo los deseos de Dios diciéndoles: [No quieres ni
aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias, que se
ofrecen según la Ley.].
Por
esta realidad Jesús aceptó su misión, anuló las prácticas
anteriores y se ofreció en sacrificio para conseguir la salvación
de las personas, acción que se realizó una vez pero sus
efectos fueron para siempre.
¿Se
podría entender este texto como el anuncio de que después de Jesús la religiosidad debería abandonar
las “ceremonias” y los “ritos” para practicar la “preocupación por los demás” y “ayudar a los que pasan necesidades”?
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