Colaboración de Paco Pérez
EL AGUA QUE CALMA LA SED
Jesús viajó por Samaría
sin dar importancia a la tradicional enemistad que había entre samaritanos y
judíos. Pasó cerca de un pozo, encontró a una mujer que sacaba
agua y le pidió que le diera, le incomodó que un judío le hiciera esa petición y
se lo reprochó. Él, al responderle, la sorprendió cuando le dijo cosas
que, según ella, sólo se las podían decir
un profeta o el Mesías anunciado. La señora cambió, se marchó y
comunicó al vecindario las cosas que le dijo Jesús, ellos se sintieron
atraídos, acudieron para escucharlo y, después de conocerlo, le pidieron que se
quedara con ellos. Él aceptó y, durante los dos días que permaneció
entre ellos, continuó con la divulgación de la Palabra, aquellas
personas lo escucharon y se convirtieron.
¿Por qué logró Jesús tanto éxito?
Supongo
que el secreto estuvo en hablarles de cosas sencillas y reales. La samaritana
creyó porque si ella necesitaba ir a por agua cada día al pozo y Jesús le
habló de darle un agua distinta que calmaba la sed de manera definitiva pues ella
pensó que ya no necesitaría seguir con el trajín diario de ir a buscarla al
pozo y, aunque no comprendió la realidad de dicho mensaje, sí le regaló tener una
FE enorme en Él desde que le comunicó los secretos de su vida, los
que ella no ocultó y así demostró al vecindario lo importante que era aquel
hombre.
También
les enseñó Jesús que en el futuro no tendrían que pelearse más por el
lugar donde se debía dar culto verdadero a Dios, Garizim o Jerusalén,
pues “quienes quisieran hacerlo así lo harían adorando al Padre en espíritu
y verdad porque Él es espíritu”.
Por
estas palabras de Jesús deduzco que el lugar para hablar con el Padre
y adorarlo no tiene relevancia pues Él lo hizo en soledad
en el desierto, en un olivar… Lo que realmente importa es nuestra
disposición interior, a quién debemos dirigirnos o no y cómo hacerlo
correctamente.
Las
personas no solemos estar contentas con lo que tenemos o nos ocurre, antes y
ahora, y entonces recurrimos a la socorrida protesta para intentar desenmascarar
al responsable de lo que nos ocurre en cada momento. Cuando lo hacemos así elegimos
al culpable y después descargamos contra él la fuerza de nuestro malestar.
El
pueblo de Israel también lo hizo así cuando sufrió las consecuencias de
viajar por el desierto y padecer la ausencia de agua. Culparon a Moisés,
él acudió al Señor para exponerle el problema y le comunicara qué debía
hacer o decirles. Él le señaló el camino y el pueblo sació su sed.
Este
hecho histórico nos enseña que protestar no es malo cuando lo que
pedimos es justo y si el camino que utilizamos para saciar las necesidades sigue
los cauces legales.
¿Culpamos
a Dios cuando tenemos algún problema o somos responsables y buscamos las causas
que lo ocasionan en nuestros actos equivocados?
Pablo nos recuerda
que Jesús murió para salvar a las personas, aunque estuvieran en pecado,
por el amor de Dios hacia ellas. Con este planteamiento tan sencillo
sólo necesitamos tener fe para alcanzar la salvación pero… ¿Qué hacemos
con el ejemplo de vida que nos regaló Jesús con su práctica?
Opino
que la fe es el combustible que mueve al cristiano en su
seguimiento a Jesús para poder “decir” y después “hacer”,
lo que Él hacía… ¿Cumplimos así o nos quedamos en “decir”?
Para
no quedarnos en “decir” nos preocuparemos de no caer en la “desilusión”
pues, de hacerlo, peligraría el crecimiento de la “esperanza” y no
mejoraríamos la “praxis”.
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