Colaboración de Paco Pérez
SU ACCIÓN INVISIBLE
La
Santísima Trinidad es un misterio
pero, con la ayuda de la fe, podemos comprender que existió desde el
comienzo de los tiempos y que su manifestación fue de manera gradual.
Al
principio, por el desconocimiento que tenían de Dios, lo consideraron un
ser invisible que tenía un gran poder para premiarlos o castigarlos y esa creencia
los asustaba porque lo asociaban con las manifestaciones de las fuerzas de la
Naturaleza: Truenos, relámpagos, vientos, terremotos…
Muchos años después Moisés les presentó al Padre como el creador del hombre y Él con su amor, sabiduría y poder se nos fue mostrando poco a poco como único Dios para que, con las capacidades que nos regaló, lo reconociéramos como tal y, con la libertad recibida, decidiéramos si respetábamos las leyes del Sinaí o no al relacionarnos con Él y las personas.
Pasaron
los años, vino Jesús y nos enseñó, de manera práctica, nuestras obligaciones
con las personas pero, a pesar de sus buenas obras, no fue aceptado por aquella
sociedad corrompida porque denunció las injusticias de los poderes y éstos lo
condenaron, murió y resucitó.
Unos
días después Jesús concluyó su etapa terrenal y el Espíritu Santo permaneció
junto a nosotros hasta el final de los tiempos para ayudarnos. Su acción
silenciosa, desde entonces, permanecerá entre nosotros hasta el final de los
tiempos y nos ayudará a comportarnos como una familia y, como miembros
responsables, contribuiremos al buen funcionamiento de la Iglesia, la sociedad
y la familia. No obstante, la realidad nos enseña que las personas, a veces, somos
tan egoístas que cuando alcanzamos el poder nos olvidamos de Dios, manipulamos
las leyes para manejarlo todo a nuestro antojo y hacemos sufrir al prójimo.
La
Trinidad nos enseña a convivir en familia con las intervenciones
responsables del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en los
momentos cruciales de nuestra historia con la misma finalidad, ayudarnos. Las personas
aún no la hemos asimilado y lo hacemos al revés, es decir, sólo nos preocupamos
de nosotros y así la convivencia con las personas y con Dios se estropea porque
no nos comportarnos como esa familia cuyos miembros lo comparten todo porque se
aman de verdad.
Moisés enseñó que no
debemos desalentarnos nunca y que cuando oremos le reconozcamos su grandeza y
le pidamos perdón. También que nos esforcemos en descubrir a diario la
presencia del Señor junto a nosotros y a no olvidar nunca que los dioses
de nuestros días (el dinero, el deseo de poseer más de lo necesario, el
ocupar puestos de prestigio, el consumo excesivo…) no ayudan sino que entorpecen
porque nos confunden y esclavizan.
Pablo nos recuerda
que quienes se dejan guiar por el Espíritu Santo son considerados Hijos
de Dios, están protegidos de los peligros que esclavizan, son verdaderos
hermanos de Jesús y son glorificados.
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