Colaboración de Paco Pérez
LA SORDERA DE NUESTROS DÍAS
El
pueblo deportado a Egipto vivía atormentado y marginado pero Isaías les comunicó
que los abandonados de los hombres debían confiar en el Padre porque siempre
acude en ayuda de los que sufren para devolverles la libertad.
Pasaron los años y el pueblo seguía sufriendo porque los aposentados defendían sus intereses, se comportaban como si fueran sordos, nadie escuchaba los lamentos de quienes sufrían y sólo les ayudaba Jesús. Él curaba los problemas físicos de las personas y éstas quedaban impresionadas porque no comprendían cómo lo hacía pues lo que presenciaban se escapaba de sus entendederas humanas, lo catalogaban como milagros y reconocían que Dios intervenía, aunque no abandonaran sus cultos y oraciones. Para Jesús estas prácticas quedaban en un segundo plano pues Él vino para desarrollar su labor humanitaria antes que lo demás. Esta actividad evangelizadora no fue bien recibida por los poderes religiosos y políticos y por eso le hicieron sufrir.
Jesús
curaba para ayudar pero no buscaba lisonjas, les pedía no divulgarlo pero ellos
no lo escuchaban y le daban al altavoz para proclamar la grandeza de su acción.
Con
esta realidad comprobamos que la sociedad vivía, y aún vive, de espaldas a Dios
pues, aunque no estemos sordos, seguimos sin comprender su mensaje por habernos
regalado unas relaciones cada vez más deshumanizadas e individualistas cuando actuamos dando la
espalda, cerrando los ojos o poniéndonos tapones en los oídos para no escuchar los
lamentos ajenos. Él nunca se comportó así con quienes se le acercaban con dolor,
los escuchaba y les ayudaba.
Santiago
también abordó el tema de las diferencias sociales y el trato preferente o
discriminatorio que, a veces, damos a otras personas. Quienes lo hacen es
porque se olvidan de que todos somos iguales y que Dios no establece
diferencias entre las personas pero lo que sí hace es mostrarnos su debilidad
con los pobres, esos que la sociedad crea con sus egoísmos, y a los que Él ayuda
para que sean ricos en la fe y puedan heredar el Reino que prometió a las
personas que le aman.
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