Colaboración de Paco Pérez
CONVERSIÓN Y ARREPENTIMIENTO
La
opresión del poderoso sobre el débil está presente en la historia de
todos los pueblos y en la de Moisés.
Él
tenía en Egipto todo lo que podía desear una persona pero se puso a
favor de su pueblo, huyó y después Dios
lo escogió para que los liberara de la esclavitud en que vivían. Las dudas que
tuvo fueron porque salvó la vida
huyendo del faraón pero el Señor le
comunicó sus planes y Moisés, hombre
de gran fe, a pesar de conocer los problemas que encontraría, aceptó la misión
sin titubear y el Señor le dijo quién era. Al aceptar nos enseña que responder
a la llamada de Señor es el camino.
Leemos ÉXODO 3, 14:
[Dijo Dios a Moisés:
- Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: Yo-soy me envía a vosotros.].
Pasaron
los años, el Imperio Romano invadió Israel, el pueblo sufrió de
nuevo la opresión militar y la injusticia del poder pero no
debemos sorprendernos porque Jesús, a pesar de que sus acciones sólo fueron
buenos ejemplos de vida, también sufrió las consecuencias del egoísmo que hace
actuar a los hombres cuando tienen el poder.
Ese
poder ocasionó en el Templo de Jerusalén la muerte de más de seiscientas
personas y, según el culto de entonces, ese hecho hizo que la sangre humana derramada
se mezclara con las de los animales sacrificados. Lo ocurrido fue considerado
por los judíos como un sacrilegio y un castigo de Dios para quienes
murieron. Cuando le comunicaron a Jesús lo ocurrido Él les
desmontó la creencia equivocada de que murieron porque Dios los había
castigado y, además, les recordó las muertes ocurridas en el derrumbamiento de
la torre de Siloé. Asoció ambas desgracias para explicarles que Dios
no los había castigado porque esas personas eran igual de malas o buenas que
quienes no habían muerto. Les hizo esa reflexión para desmontarles las supersticiones
que tenían y les advirtió que si no cambiaban tendrían difícil la salvación.
Con
la parábola de la higuera nos enseña que debemos ser pacientes, estar
vigilantes para comprobar si damos buen fruto y si observamos que no rendimos entonces
deberemos ser comprensivos, darnos un margen de confianza para iniciar el
camino de la conversión, es decir,
arrepentirnos, perdonar y cambiar de comportamiento. Si seguimos igual deberemos
pensar que, a lo mejor, no tenemos más oportunidades de cambiar porque nuestra
vida no es eterna sino corta.
Lo que Pablo escribió a los corintios es válido para las personas
de cualquier época. Lo hizo comparando cómo actuó el Señor con las personas que caminaron por el desierto después de
salir de Egipto y lo que nos puede ocurrir en nuestros días.
Ellos comieron y bebieron lo que Él
les daba pero le protestaron. Les enseñó que hacerlo por un derecho de manera
correcta es de justicia pero no lo es cuando recibiendo todos lo mismo unos se
comportan con corrección y otros no. Éstos fueron castigados por el Señor para que sirviera de ejemplo a ellos y a las generaciones futuras.
Decir
que somos judíos o cristianos no es suficiente, hay hacer cosas distintas de las que hacíamos antes,
es decir, implicarnos en lo que Dios
desea que hagamos.
¿Qué postura sería la más adecuada?
Preocuparnos
de averiguar qué entorpece la convivencia, ayudar a que cambien quienes
tienen una mala actitud y concederles, como a la higuera, otra
oportunidad.
Debemos
aceptar que la solución está en el arrepentimiento
y la conversión definitiva
pues estar cayendo de manera permanente porque sabemos que Dios es misericordioso no es el camino.
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