SEMMELWEIS,
UN
GRAN MÉDICO
Colaboración de Ramiro Aguilera Tejero
A ESTE DOCTOR LE DEBEMOS MILLONES DE MUERTES PREMATURAS EVITADAS
Nació el 18 de Julio de 1818 en Budapest.
Entró en febrero de 1846 en el hospital general de Viena con 28 años.
Era el hospital un edificio impresionante, construido alrededor de un patio central y con inmensas salas llenas
de camas ocupadas por enfermos pobres
(en aquella época sólo se atendía en los hospitales a los más desfavorecidos).
Gracias a la influencia de unos
de sus maestros entró en las salas de obstetricia
(donde parían las mujeres) del
mencionado hospital. En ellas vio morir y sufrir a cientos de mujeres jóvenes,
pero, su perspicacia, su estudio, la no aceptación de los hechos consolidados,
lo llevaron a un gran descubrimiento
que supuso un importantísimo avance en
la medicina, gracias al cual se pudo desarrollar la cirugía y se han evitado millones de muertes.
Veamos como ocurrió:
En la clínica había dos salas:
- La primera era atendida por estudiantes
de medicina.
- La segunda solo por matronas.
Los ingresos se producían de
forma rotatoria cada 24 horas en una u otra sala y la mayoría de las mujeres
preferían parir en la calle antes de hacerlo en la primera, pues todo el mundo
sabía que en esa sala morían muchas más mujeres.
La mayoría de las muertes se producían por fiebre
puerperal. Por supuesto en aquella época no se conocían las bacterias como
causa de enfermedad y mucho menos los antibióticos, por lo que se resignaban al
fatal desenlace sin poder hacer otra cosa.
Semmelweis sufría
enormemente con las horrendas cifras de mortalidad y dolor, así que no se
resignó a aceptar los hechos y se puso manos a la obra. La
primera pregunta era responder a esa diferencia de mortalidad en las dos salas,
debería haber algo que la explicara.
Pensó en
principio que los estudiantes atenderían peor a las pacientes ingresadas de lo
que lo hacían las matronas, pero eso no era así, los estudiantes de medicina se
esmeraban y cuidaban a las mujeres lo mismo o mejor que las matronas.
Comienza su
concienzudo estudio acudiendo a las
salas de autopsia con los estudiante y comprobando como la matriz de las que
morían por fiebre puerperal estaba llena de pus. Tras lavarse las manos pasaban
a la primera sala de obstetricia a reconocer a las parturientas y comprobó que cuanto
más se esmeraban más muertes había.
Ordenó que en
la primera sala las mujeres parieran en decúbito lateral al igual que se hacía
en la segunda sala, pero los resultados no mejoraron.
Intentó durante
un año que en las dos salas se hiciera todo exactamente igual, pero la tasa de
mortalidad seguía siendo mucho más alta en la de los estudiantes y su
desesperación iba en aumento al no encontrar respuesta.
Tras un breve
viaje una mala noticia lo trastoca: había fallecido un gran amigo, profesor de
medicina, que realizando una autopsia se pinchó en un dedo con el bisturí que
utilizaba en el cadáver, desarrollando una enfermedad parecida a la fiebre
puerperal de las parturientas.
Pensó entonces
que “algo que tenían los cadáveres”
podría ser lo que causara la enfermedad y comprendió que los estudiantes al
pasar de la sala de autopsias a la sala de obstetricia llevaban en las manos
“algunas partículas cadavéricas” que traspasaban a las mujeres al explorarlas.
Obligó a los
estudiantes a lavarse concienzudamente las manos con una solución de cloro y a
partir de este momento disminuyó la mortalidad hasta hacerse más baja que la de
la sala atendida por las matronas.
Sin saber de la
existencia de los microbios descubrió la importancia de la asepsia en la
prevención de las enfermedades infecciosas.
Su gran
descubrimiento sin embargo fue silenciado, lo tomaron por loco, por ignorante y
murió con 47 años como su amigo, tras hacerse una herida en una autopsia.
Tuvieron que
pasar dos décadas más para que se aceptara su teoría.
La humanidad le debe un recuerdo y un homenaje
a este hombre que tantas muertes ha
evitado a lo largo de los siglos.
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