VIAJANDO
CON
DON
RECUERDO
Colaboración de Paco Pérez
Capítulo I
Todos los años me sucede igual, cuando llega abril
el cuerpo me pide abandonar las rutinas diarias de mi querido Villargordo para marcharme a Nerja y, una vez allí, funcionar con otras
que no son ni nuevas ni viejas y tampoco ni iguales ni diferentes, son otras y
sus características me las suele marcar el lugar.
Si somos observadores comprobaremos que nuestras
acciones se repiten casi a diario, estemos donde estemos, nos acostumbramos a
ello y la mayor parte de las veces ni reparamos en que procedemos de manera rutinaria, como las máquinas, a pesar de ello nos
sentimos orgullosos de ser humanos y cuando ciertas personas deciden que hay
que abandonar la rutina de trabajar
todos los días para coger una bicicleta y darle la vuelta al mundo pidiendo
para comer, de pelarse como Dios manda o no pelarse, de no mear en el servicio
y sí hacerlo como los perros en la rueda de un coche o en la esquina más próxima (por eso ha
nacido la sana rutina de poner
garrafas de 5 litros en ellas), de coger una cámara fotográfica y captar a
diario todas esas rutinas y algunas
más… ¿Somos así o me he pasado?
Cuando suceden esas circunstancias nuestro entorno
comienza a tomar posicionamiento ante la
libertad del observado y hasta se permite la sana costumbre de criticar al
que mea fuera del lugar habitual… ¿Qué
es lo normal para la sociedad? Parece ser, según consta en el ritual local de la rutina, que lo es
el meterse en la vida del vecino, criticarle con total libertinaje los actos
que el otro ejecuta haciendo uso de su libertad sana y después, si la lima cree
en Dios, se da una vuelta por la parroquia y comulga sin confesar.
Continuando con el filón de las rutinas les comento
que entre ambos pueblos hay algunas diferencias notables, una de ellas está en
las tonalidades cromáticas del campo visual que percibo.
En nuestro entorno disfruto
con el intenso verde del mar de olivares que nos circunda, impregnado de vez en
cuando por unas leves salpicaduras de marrón oscuro, el que nos regalan las
tierras sin olivos, sospecho que en un intento de rebeldía para mostrar a los
lugareños que ya está bien de no respetar su pasado glorioso, el que se ganaron
a pulso como terrenos apreciados para el cultivo del trigo, la cebada, los garbanzos
de pico abierto, las lentejas, las ricas habas de mesa y morunas para el ganado…
¿Ya no nos acordamos de esa realidad?
Ahora, en Nerja,
observo de manera rutinaria la belleza del color azul de sus montañas y del
agua, sobre todo cuando alterna sus tonalidades para anunciar que se aproximan
cambios en el lugar, Levante o Poniente. Después de unos días por estos lares estos
tonos azulados se meten en mi disco duro y me hacen olvidar los tonos con los
que nací, me crie, crecí y fui y sigo siendo feliz al percibirlos.
Todo este jaleo que os he metido tiene la sana
intención de opinar de ellas en el sentido de que hay que dominarlas, para que
no sea lo contrario, y, lo más importante, para el equilibrio personal no hay
que olvidarse nunca de adquirir la sana costumbre de ser felices con las que
tengamos porque nos acompañarán siempre, estemos donde estemos, si no ponemos
de nuestra parte para cambiar.
Ayer estaba sentado junto a Mari en uno de los
bancos que hay en el paseo marítimo de la playa de Torrecilla, ausente, con la
mirada perdida en el azul que tenía frente a mí y pensando en las cosas de la
familia. De pronto, Mari rompe el silencio relajante que me invadía y me
pregunta:
- ¿Cuándo vas a cambiar el modelo de pelado que te haces?
Nos conocemos desde hace cuarenta y tres años y
sólo una vez no le hizo esa observación a mi estilo de pelado. La razón por la que me pelo así está en que tengo muchos
remolinos, así crece de manera uniforme y no me causa trastornos diariamente al
peinarme.
De regreso a casa continuamos tomando fotos a todo
lo que se movía y a lo que no, dentro de este segundo grupo préstamos una
especial atención a las flores porque, desde su inmovilidad, pedían a los
transeúntes, usando la voz silenciosa de su belleza natural, unos minutos de
atención.
Acabada la sesión fotográfica continuamos nuestro
recorrido y entonces comentamos la suerte que tienen las flores por no tener
que visitar al peluquero para que les
haga el pelado adecuado, ese que les
favorezca aún más su línea estética y que ahora hace tanto furor entre los
jóvenes.
Al llegar a casa me acomodé delante del ordenador para
hacer la descarga y entonces me afloró el tema del pelado, subí en el vehículo del recuerdo y viajé hasta Villargordo, lo hice husmeando en los archivos fotográficos y entonces
decidí que la palabra pelado sería la protagonista de unos escritos. Lo será hoy porque tiene grabados varios temas en la
historia de nuestro pueblo que merecen ser presentados en unos capítulos, éstos
se derivarán de sus diversos significados. Por ejemplo:
- Persona que pierde el pelo por una enfermedad o
porque visita la peluquería para que se lo recorten.
- Perder algo por un revés de la vida o en un lance del juego, normalmente el dinero.
- Apodo, muy conocido en Villargordo es el de “El Pelado”.
Hoy voy a comenzar por la primera acepción y por
ella os relataré la historia de mi
último pelado, tuvo lugar el 7 de marzo en la peluquería de Miguel, ubicada
en el Pasaje Cervantes.
En el otoño suelo calcular la fecha del pelado
para que cuando aterricen los fríos en el pueblo mi cabeza esté ya algo
protegida por la natural crecida del pelo y también para que éste, por su
abundancia, no me dé la lata si se prolongan los fríos demasiado. El otoño
último se me complicó el poder cumplir con las previsiones debido a que en casa
los resfriados fueron madrugadores y ello me impidió hacer las cosas como tengo
por costumbre. Una vez recuperado recurrí, considero que demasiado tarde, a un
pelado inusual en mí pues pedí recibir uno de esos que te dejan muy bonito el
conjunto pero medio cubierto. Como el invierno no abandonaba su crudeza y
las cervicales me fastidiaban casi a diario pues opté por retrasar el pelado hasta
el momento en que mejoraran los fríos y de esta manera sus efectos no
incidieran en mi cuello.
Cuando quise acordar me metí en marzo sin pelarme cuando su momento correcto
hubiera sido a finales de enero. Este aspecto era el fruto de lo que os he relatado y por esa situación de mi peluca tuve que
acostumbrarme a escuchar todos los días de mis paisanos la ocurrencia de turno:
- ¡Ya va siendo hora de que te peles!
- En mi casa tengo una máquina de esquilar
borregos… ¿Quieres que te pele?
La verdad es que no era agradable esta situación
diaria pero, como yo sabía que estaba propiciada por las buenas relaciones que
mantengo con la inmensa mayoría de los bromistas y no porque pretendieran
fastidiarme, opté por no escucharlas y aguanté hasta el primer día que el hombre
del tiempo anunció que tendríamos unas fechas con sol.
Visité la barbería después de haber acordado con
Miguel el día y la hora con anterioridad, venía de caminar y por ello llevaba
la cámara de fotos. Cuando estaba el pelado en plena fiesta se presentó Ramón Jiménez Fernández, amigo y experto
aficionado a la fotografía, y le pedí que tomara la máquina para que el momento
quedara inmortalizado. Estas fueron las imágenes que capturó:
Cuando llegué a
casa Mari retomó la vieja costumbre de recriminarme el pelado tan tremendo que
me había vuelto a hacer:
- ¿No podías
haberte pelado más suavemente?
En días sucesivos
tuve que torear las bromas de los mismos en dirección contraria, ahora se
escandalizaban de que me hubiera pelado tanto… ¡Vivir para oir!
Como estoy
acostumbrado a la rutina de mis
excesos o deficiencias de pelo pues me aplico ese refrán que dice:
- Ande yo caliente y que la gente diga sobre
mi pelo lo que considere oportuno en cada momento.
El próximo pelado
me lo hará Luís, un vecino de Nerja que tiene peluquería. El verano pasado ya me
peló y, mientras me pasaba la máquina, se me ocurrió preguntarle por cómo le
iba con la pesca… ¿Saben lo que ocurrió?
Se emocionó con
sus historietas de pescador y la máquina iba que volaba, dándome algunos
estirones, los que me levantaban del asiento. Cuando vuelva a requerir sus
servicios dentro de un mes no le hablaré jamás de los peces.
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