PERSONAJES LOCALES INOLVIDABLES...
ANILLA “La del QUIOSCO”
Colaboración
de Ana Serrano Castillo
“¡Abuelita,
abuelita! ¿Cómo se echa el trompo?”
“¡Me
cagüen la puta orden! ¡Con lo que yo era!”
Simplemente, entre
los mayores de 25 años, esta expresión sería suficiente para identificar a
quien me refiero.
De piel blanca
cerúlea, melena corta, natural, lacia y cenicienta, rostro surcado por
angostos caminos, reflejo de los que
anduvo cuando se dedicaba a sus tareas como cosaria de Villargordo (a
quién no le habrá traído alguna vez ropa del tinte, forrado algún botón por
encargo en casa Infante de Jaén, quién no habrá fumado, alguna vez, un
cigarrillo de auténtico tabaco americano …), delgada, de pequeña estatura,
vivaz, fuerte carácter, servicial, gran corazón y muy trabajadora (de niña no
llegaba a la mesa y subida en una silla amasaba el pan en el horno de papa Miguel)
con ese tipo de inteligencia forjada en la escuela de la vida que convierte al
ser humano en un superviviente. En invierno un abrigo de color oscuro
indefinido y una lata colgada de una guita con carbones encendidos para no
pasar frío mientras atendía su cuartillo.
“¡Ana!
¿Tendrás un poco de agua fresca por ahí?”
“¡Me
cagüen la puta orden! Pero no sabes que sí”
Servicial como
ella sola. Amiga de hacer favores hasta donde le permitía su exigua hacienda,
no le escocían prendas en pedirlos si las circunstancias obligaban.
“Ese caramelo
no me gusta. Quiero uno de tutifruti.”
“¡Pero
niiiño! Ése está en el fondo del cacharro… ¡Me cagüen la puta orden!”
“Ése no era.
Era el otro”
No era, que
digamos, muy amable con los niños. Tenía debilidad por sus nietos y en ellos
volcaba todo su amor, parece que no le quedaba para los demás. Cierto día un
niño me dijo que mi abuelita había muerto. Era mentira. Cuando volvió al
cuartillo me encontró llorando, al saber la cruel broma, cerró el quiosco
airada, se dirigió a la casa del imberbe y, ni corta ni perezosa, le arreó dos
tortas. “¡Ana! ¡Por Dios!” Explicadas las razones, todo quedo aclarado.
“¡La
niña bonita! ¡Tengo un quebraillo! ¡El anillo de la reina!”
“¿Te queda
alguno en cinco?”
“Aquí
hay uno y además es capicúa”
Tenía una
ilusión en su vida: Dejar a sus hijos bien situados. Y el único camino que veía
posible era el del azar (la lotería y las quinielas). Sin embargo, parecía como
si no valorara que ella sola había ganado, con mil fatigas, una casa para cada
hijo, un huerto y un pequeño olivar.
Un domingo por
la tarde, alguien, al revisarle la quiniela, le dijo que tenía 14. De la
alegría, comenzó a lanzar al aire caramelos. En el descuento el Sevilla había
ganado al Español. Nuestro gozo en un pozo los catorce sólo eran trece, como un
remedo de la de Berlanga.
“¡Niña!
¿Será pecado que yo te quiera tanto?”
“¡No abuelita!
A mí me pasa lo mismo”
Debemos
nuestra existencia al amor de nuestros padres, reflejo del Supremo Amor de Dios
hacia el género humano.
¡Cómo va a ser eso un pecado!
“¡Me
cagüen la puta orden! ¿Por qué habrá que morirse? Aunque me han dicho que
venimos varias veces y con esa esperanza vivo yo”
Una fría
mañana del mes de noviembre del año 1995 se apagó la ya tenue llama que ardía
en su pecho. Mi niñez y mi juventud se iban con ella, me desperté bruscamente
de mi vida de felicidad a su lado, convertida en mujer, esposa y madre. No sé
si, como ella esperaba, se reencarnará, lo que si estoy segura es que, mientras
quede un hálito de vida en las personas
que la hemos amado, seguirá con vida en nuestros corazones.
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